Recurso valioso
La institución de la Jornada mundial de los abuelos y de los ancianos, cuya primera celebración tendrá lugar en el corazón del Año de la Familia Amoris laetitia, es un acto coherente con el magisterio precedente del Papa Francisco y con su eclesiología popular sinodal. Lo demuestra la elección de anunciarla en proximidad a la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, cuando Simeón y Ana, iluminados por el Espíritu Santo, reconocen y acogen en Jesús al Mesías. Los dos ancianos forman parte de ese anawim que llenan los primeros capítulos del Evangelio de Lucas y forman el «pueblo humilde y pobre» que, según lo que dice el profeta Sofonías, «y en el nombre de Yahveh se cobijará» (Sof 3, 12). Son como los pastores que se reúnen en torno al portal de Belén, personas periféricas en la sociedad de la época, pero centrales en el diseño de Dios tanto que, precisamente a ellos, Él se manifiesta.
Después del Ángelus del domingo 31 de enero, el Santo Padre, subrayando que los abuelos y los ancianos custodian «las raíces de los pueblos», ofreció una clave para comprender más en profundidad esta nueva iniciativa de su pontificado. Como portadores y transmisores de la sabiduría, de la cultura y de la experiencia religiosa del pueblo, los ancianos nos ayudan a vivir «la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo» (Evangelii gaudium 270). De hecho, el Papa Francisco explica — en una entrevista a Antonio Spadaro que acompaña el volumen En tus ojos está mi palabra (2016) — que «la historia está construida por este proceso de generaciones que se suceden dentro de un pueblo», un proceso que se hace «con el compromiso en vista de un objetivo o un proyecto común». A partir de esta categoría histórica y mítica de «pueblo», característica de la teología del pueblo, se comprende mejor el rol de los ancianos tanto en la sociedad como dentro del santo pueblo fiel de Dios.
En continuidad con Evangelii nuntiandi y con las asambleas del episcopado latino-americano, Francisco profundiza la eclesiología conciliar del pueblo de Dios y contribuye al describirlo a partir de los rostros y de las experiencias de los hombres y de las mujeres. Los abuelos y los ancianos (palabras que en el léxico de Francesco se superponen en gran medida) forman parte a pleno título y a menudo son aquellos que transmiten la «piedad popular», expresión de «un hondo sentido de los atributos profundos de Dios» (EN, 48) y «manifestación de una vida teologal animada por la acción del Espíritu Santo» (EG, 125). El Papa cree en la fuerza activamente evangelizadora de la piedad popular, e incluso la considera un patrimonio del cual se aprovecha demasiado poco. Por eso insiste en el valor de la oración de los ancianos y sobre su tarea en la transmisión de la fe. Es decir, identifica su misión específica dentro de la comunidad eclesial y de alguna manera individua para ellos un espacio definido.
Reconocer el valor eclesial de la fe vivida por los sencillos es uno de los rasgos de este pontificado destinados a modelar el futuro de la Iglesia. La elección de instituir las Jornadas mundiales de los pobres y la de los abuelos y de los ancianos están en profunda sintonía, ya que manifiestan que los pobres y ancianos no son “clientes” de la Iglesia, sino una parte relevante del laicado católico. Es como si el Santo Padre nos ayudara a mirar a campos que blanquean y de los cuales no nos habíamos dado cuenta: un pueblo numeroso que acompaña la vida de nuestras comunidades, sosteniéndolas, y que hasta ahora habíamos ignorado demasiadas veces. Mirando al pueblo de Dios, enriquecido por la presencia de los pobres y de los ancianos, se descubre más amplio y compuesto y se nos abre a una visión menos pesimista o encaramada de la vida de la Iglesia. En esta perspectiva, se comprende mejor el ímpetu de irritación con el que el Papa se refiere a lo sucedido en estos meses de pandemia, en particular en las residencias de ancianos: «¡No debían morir así!» como si no fueran parte del santo pueblo fiel de Dios.
Añadiendo a las dos jornadas apenas citas la institución de la de la Palabra de Dios, se comprende cómo la eclesiología del pueblo de Dios y el redescubrimiento de la Biblia estén unidas en un proyecto que pone sus raíces en el Vaticano II.
Es significativo, además, que el Papa Francisco hable de las abuelas en la carta enviada al cardenal Ouellet a propósito de la misión de los laicos (19 de marzo de 2016). Esta mención confirma la intuición que él considera los ancianos — incluso donde carecen de formación específica, pero enraizados en el Evangelio — una porción significativa del laicado católico. Como verdaderos
«protagonistas de la historia» nuestros antepasados nos ofrecen raíces, nos impiden desarraigarnos, especialmente – pero no solo – en el ámbito de la familia: «Ellas han sido, la memoria viva de Jesucristo en el seno de nuestros hogares. Fue en el silencio de la vida familiar, donde la mayoría de nosotros aprendió a rezar, a amar, a vivir la fe». En el texto, el Papa habla de la necesidad de custodiar dos memorias, la de la fe y la de los antepasados. Son palabras que vuelven a menudo cuando el Pontífice habla de los ancianos y que deben ser comprendidas en el mismo marco. El 27 de enero, con ocasión de la Jornada de la memoria, Francisco dirigió un llamamiento diciendo que
«recordar es expresión de humanidad. Recordar es signo de civilización. Recordar es condición para un futuro mejor de paz y de fraternidad» (Audiencia general).
Memoria y sueños son el contenido del diálogo entre las generaciones, de las que el Santo Padre habla a menudo y las palabras apenas citadas son una de las declinaciones posibles de este deseo. Custodiar las raíces de los pueblos es una vía necesaria para comprender cuáles hayan sido los sueños (de paz, de reconciliación, de libertad y democracia, de respeto de los derechos del hombre…) que han animado la generación de aquellos que han vivido los trágicos años de la Segunda Guerra Mundial y han sido testigos de la Shoah, e intentar rechazarlos en el futuro, imaginando una palingénesis similar después de la pandemia. Serán así los sueños de los ancianos que las nuevas generaciones llevarán adelante como profecía.
Los ancianos son nuestros compañeros en la fe y custodios del futuro. La institución de la Jornada dedicada a ellos – para celebrar de forma extraordinaria una vez al año— invita a reconocer el lugar privilegiado que les corresponde dentro del pueblo, de nuestras familias y de la vida ordinaria de nuestras comunidades, y a nutrir sentimientos de estima y gratitud hacia ellos. No es un problema de caridad o de justicia (aunque necesario): se trata de honrar al padre y a la madre, tratando de acoger el valor de su presencia y de su protagonismo dentro de la historia.
de Alexandre Awi Mello
Sacerdote del Instituto secular de los Padres de Schönstatt, secretario del Dicasterio para los laicos, la familia y la vida