El documento de la Pontificia Academia por la vida «La vejez: nuestro futuro»

Medida de la civilización
de una época

 Misura della civiltà di un’epoca  QUO-032
09 febrero 2021

Permitidme, en primer lugar, agradecer al Papa Francisco la institución del “Día mundial de los abuelos y los mayores”, que se celebrará cada año el 25 de julio en la fiesta de los santos Joaquín y Ana. Es una invitación a los creyentes para que crezca en ellos y a su alrededor una nueva sensibilidad hacia los abuelos y las personas mayores. Varias veces los últimos pontífices han intervenido para llamar a todos a una nueva atención hacia los ancianos. Basta recordar la Carta a los ancianos de San Juan Pablo II, algunas preciosas intervenciones de Benedicto XVI y el intenso magisterio del Papa Francisco con la inolvidable fiesta de los ancianos en Roma en 2017. El Papa, que no deja de oponerse a esa "cultura del descarte" que lleva al abandono, nos exhorta por todos los medios a cuidar la red de afectos y lazos que unen a las generaciones, para que la familia y la comunidad cristiana sean una casa acogedora para todos, desde los más pequeños hasta los abuelos, y la transmisión de la cultura y la fe entre las generaciones sea fluida y viva.

Con esta nota, la Academia para la Vida pretende subrayar la urgencia de una nueva atención a las personas mayores, que en las últimas décadas han aumentado en número en todas partes. Sin que aumentase, sin embargo, la cercanía a ellos y menos aún la comprensión adecuada de la gran revolución demográfica de estas últimas décadas. La pandemia de covid-19 -que ha encontrado en los mayores las víctimas más numerosas- ha puesto de manifiesto esta incapacidad de la sociedad contemporánea para atender adecuadamente a sus mayores. Con la pandemia, esa cultura del “descarte” que el Papa Francisco ha recordado repetidamente ha provocado innumerables tragedias que se han abatido sobre los mayores. En todos los continentes, la pandemia ha atacado en primer lugar a los ancianos. El número de muertos es brutal en su crueldad. A día de hoy se habla de más de 2,3 millones de personas mayores fallecidas a causa de Covid-19, la mayoría de ellas mayores de 75 años. Una verdadera “masacre de mayores”. Y la mayoría de ellos murió en instituciones para mayores. Los datos de algunos países -Italia, por ejemplo- muestran que la mitad de los mayores víctimas de Covid-19 proceden de institutos y residencias, mientras que sólo el 24% del total de muertes corresponde a mayores y personas de las tercera edad que vivían en casa. En resumen, el 50% de las muertes se produjeron entre los aproximadamente 300.000 huéspedes de residencias de mayores, mientras que sólo el 24% afectó a los 7 millones de mayores de 75 años que viven en casa. La propia casa, incluso durante la pandemia, con las mismas condiciones, protegía mucho más. Y esto se ha repetido en Europa y en muchas otras partes del mundo. Una investigación de la Universidad de Tel Aviv sobre los países europeos ha puesto de manifiesto la relación directamente proporcional entre el número de camas en las residencias y el número de muertes de mayores. En todos los países la proporción es siempre la misma: a medida que aumenta el número de camas, también aumenta el número de muertes entre la población de edad avanzada. No creo que sea una casualidad. Lo que ha sucedido hace, sin embargo, que no se pueda liquidar la cuestión de la atención a los mayores con una búsqueda inmediata de chivos expiatorios, de culpables individuales. Por otro lado, sería incomprensible un silencio culpable y sospechoso.

Es urgente repensar globalmente la cercanía de la sociedad hacia las personas mayores. Hay mucho que revisar en el sistema de atención y asistencia a las personas mayores. La institucionalización de los ancianos en residencias, en todos los países, no ha garantizado necesariamente mejores condiciones de atención, especialmente para los más débiles. Es necesario un serio replanteamiento no sólo de las residencias para mayores, sino de todo el sistema de atención a la inmensa población de personas mayores que caracteriza a todas las sociedades actuales. El Papa Francisco ha recordado que, de la pandemia, no salimos igual: o somos mejores o peores. Depende de nosotros y de cómo empecemos ya desde ahora a construir el futuro. Esta nota -la tercera que la Academia publica en relación con la pandemia- se propone ayudar a construir un nuevo futuro para las personas mayores en la sociedad.

Es responsabilidad de la Iglesia asumir una vocación profética que señale el amanecer de un tiempo nuevo. No podemos dejar de comprometernos con una visión profunda que guíe el cuidado de la tercera y cuarta edad. Se lo debemos a nuestros mayores, a todos los que lo serán en los próximos años. La civilización de una época se mide por cómo tratamos a los más débiles y frágiles. La muerte y el sufrimiento de los mayores no pueden dejar de representar una llamada a mejorar, a ser diferentes, a hacer más. Se lo debemos a nuestros jóvenes, a los que están empezando su vida: educar a la vida del Evangelio significa también enseñar que la debilidad -incluso la de los mayores- no es una maldición, sino un camino para encontrar a Dios en el rostro de Jesucristo. La fragilidad, con los ojos del Evangelio, puede convertirse en una fuerza y en un instrumento de evangelización.

La Iglesia, maestra de vida, tendrá que reinterpretar cada vez más -en un mundo nuevo y en evolución- su propia vocación de ser modelo y faro para muchas familias y para toda la sociedad, para que los que envejecen sean apoyados y ayudados a permanecer en casa y, de todas formas, a no ser nunca abandonados.

de Vincenzo Paglia