Semana de oración por la unidad de los cristianos
La sinodalidad desde un punto de vista ecuménico

Caminar juntos
en el mismo camino

 Camminare insieme sulla stessa via  QUO-013
18 enero 2021

En camino hacia un gran aniversario


Todo el mundo cristiano se está acercando a un gran aniversario. En 2025 celebraremos el 1700º aniversario del primer concilio ecuménico en la historia de la Iglesia, que tuvo lugar en Nicea en el año 325. Este importante evento estuvo ciertamente marcado también por muchos factores históricos. Entre ellos, hay que recordar sobre todo que fue convocado por un emperador, en concreto por el emperador Constantino. Esto se puede comprender solo teniendo en cuenta los antecedentes históricos, o el hecho de que en aquella época había explotado una violenta disputa dentro del mundo cristiano sobre la forma en la que la profesión de fe cristiana en Jesucristo como Hijo de Dios pudiera conciliarse con la fe, igualmente cristiana, en un único Dios. En esta disputa el emperador reconocía una seria amenaza a su proyecto de consolidar la unidad del Imperio sobre la base de la unidad de la fe cristiana. Él veía en la división de la Iglesia que se estaba delineando sobre todo un problema político, pero tenía bastante visión de futuro como para comprender también que la unidad de la Iglesia no se lograría mediante la política, sino sólo a través de la religión. Queriendo unir a los bandos opuestos, el emperador Constantino convocó el primer concilio ecuménico en la ciudad de Nicea en Asia Menor, cerca de la metrópoli de Constantinopla fundada por él.

En este contexto histórico resulta todavía más evidente la gran importancia del primer concilio ecuménico. Este refutó el modelo de un monoteísmo estrictamente filosófico propagado por el teólogo alejandrino Ario según el cual Cristo podría ser “Hijo de Dios” solamente en sentido impropio, contraponiendo a tal modelo la profesión de fe en Jesucristo, Hijo de Dios, «de la misma naturaleza que el Padre».

El Credo de Nicea se ha convertido en la base de la fe cristiana común, dado que el concilio de Nicea tuvo lugar en un momento en el que la cristiandad todavía no había sido desgarrada por la numerosas divisiones sucesivas. El Credo del concilio une todavía hoy a todas las Iglesias y las comunidades eclesiales cristianas, y su importancia ecuménica es muy grande. De hecho, la recomposición ecuménica de la unidad de la Iglesia presupone un acuerdo sobre los contenidos esenciales de la fe, un acuerdo no solo entre las Iglesias y las comunidades eclesiales de hoy, sino también un acuerdo con la Iglesia del pasado y, sobre todo, con su origen apostólico. El 1700º aniversario del concilio de Nicea será una ocasión provechosa para conmemorar este concilio en comunión ecuménica y para reflexionar de forma renovada sobre la profesión de fe cristológica.

La sinodalidad como desafío ecuménico


El concilio de Nicea tiene una gran relevancia ecuménica también desde otro punto de vista. Este documenta la forma en la que, en la Iglesia, las cuestiones controvertidas son discutidas y resueltas sinodalmente en un concilio. La palabra ya lo indica: “sínodo” está compuesto por los términos griegos hodos (via) e syn (con) y expresa el caminar juntos en un camino. En sentido cristiano, la palabra denota el camino común de las personas que creen en Jesucristo, el cual se ha revelado como “camino”, y más precisamente como «camino, verdad y vida» (Juan, 14, 6). La religión cristiana era originalmente llamada “camino” y los cristianos, que seguían a Cristo como Camino, eran llamados «seguidores del Camino» (Hechos, 9, 2). En este sentido, Juan Crisóstomo explicó que “iglesia” era un nombre «que indica un camino común», y que iglesia y sínodo son «sinónimos» (Explicatio inPs, 149). La palabra “sinodalidad” es tan antigua y fundamental como la palabra “iglesia”.

El concilio de Nicea marca el inicio —válido para la Iglesia universal— de la modalidad sinodal aplicada al proceso decisional. Se trata de otra constatación de fundamental relevancia desde el punto de vista ecuménico, como demuestran dos importantes documentos recientes: hace algunos años, la Comisión Fe y constitución del Consejo ecuménico de las Iglesias publicó el estudio La Iglesia hacia una visión común, que propone una visión multilateral y ecuménica de la naturaleza, del fin y de la misión de la Iglesia. En este estudio se lee la siguiente declaración eclesiológica común desde el punto de vista ecuménico: «Bajo la guía del Espíritu Santo, la Iglesia entera es sinodal/conciliar en todos los niveles de la vida eclesial: local, regional y universal. La cualidad de sinodalidad o conciliaridad refleja el misterio de la vida trinitaria de Dios, y las estructuras de la  Iglesia  expresan  esa  cualidad  para  actualizar  la  vida  de  la  comunidad  como  comunión» (n. 53). Este punto de vista es compartido también por la Comisión teológica internacional en su documento La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia.  En el texto se afirma con alegría que el diálogo ecuménico ha avanzado a tal punto de poder reconocer en la sinodalidad «dimensión reveladora de la naturaleza de la Iglesia», convergiendo hacia la «noción de la Iglesia como koinonía, que se realiza en cada Iglesia local y en su relación con las otras Iglesias, mediante específicas estructuras y procesos sinodales» (n. 116).

Escuchar el Espíritu Santo sinodalmente


En este espíritu ecuménico, también el Papa Francisco se expresa con fuerza a favor de la promoción de los procedimientos sinodales en la Iglesia católica. Él está convencido de que seguir con firmeza la vía de la sinodalidad y profundizarla sea «el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio» (Discurso por el 50° aniversario de la institución del Sínodo de los obispos, 17 de octubre de 2015). Pero en primer lugar el Santo Padre se preocupa no tanto de estructuras y de instituciones, como de la dimensión espiritual de la sinodalidad, en la que el rol del Espíritu Santo y su escucha común son de fundamental importancia: «Escuchamos, discutimos en grupo, pero sobre todo prestamos atención a lo que el Espíritu tiene que decirnos» (Volvamos a soñar, página 97). De este fuerte acento espiritual se comprende también la diferencia entre sinodalidad y parlamentarismo democrático, que el Papa Francisco subraya con insistencia. Mientras que el proceso democrático sirve principalmente para determinar las mayorías, la sinodalidad es un evento espiritual que tiene como objetivo alcanzar una unanimidad sostenible y convincente sobre el camino del discernimiento, en las convicciones de fe y en los consiguientes modos de vida de los individuos cristianos y de la comunidad de la Iglesia. El sínodo, por tanto, «no es un parlamento, donde para alcanzar un consenso o un acuerdo común se recurre a la negociación, al acuerdo o a las componendas, sino que el único método del Sínodo es abrirse al Espíritu Santo con coraje apostólico, con humildad evangélica y con oración confiada, de modo que sea él quien nos guíe» (Introducción al Sínodo de la familia, 5 de octubre de 2015).

Por lo que se acaba de decir, es fácil entender que para el Papa Francisco es prioritario profundizar en la idea de la sinodalidad como estructura fundamental y esencial de la Iglesia católica: «Ser Iglesia es ser comunidad que camina junta. No es suficiente tener un sínodo, hay que ser sínodo. La Iglesia necesita un intenso intercambio interno: un diálogo vivo entre los pastores y entre los pastores y los fieles» (Discurso a los prelados de la Iglesia greco-católica ucraniana, 5 de julio de 2019). De esto emerge también de forma inequívoca que la sinodalidad no se contrapone a la estructura jerárquica de la Iglesia, sino que más bien sinodalidad y jerarquía se exigen y se promueven mutuamente. La sinodalidad, como dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece por tanto «el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico», en el sentido de que «quienes ejercen la autoridad se llaman ‘ministros’: porque, según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos» (Discurso por el 50° aniversario de la institución del Sínodo de los obispos, 17 de octubre de 2015). Para el Papa Francisco, esto vale también y sobre todo para el mismo primado petrino, que puede encontrar su expresión más clara en una Iglesia sinodal: «El Papa no está, por sí mismo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como bautizado entre los bautizados y dentro del Colegio episcopal como obispo entre los obispos, llamado a la vez —como Sucesor del apóstol Pedro— a guiar a la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las Iglesias» (ibidem).

Por tanto es evidente también la dimensión ecuménica de la sinodalidad de la Iglesia en la óptica del Papa Francisco. Para el Santo Padre, «el atento examen sobre cómo se articulan en la vida de la Iglesia el principio de la sinodalidad y el servicio de quien preside» representa una contribución significativa a la reconciliación ecuménica entre las Iglesias cristianas (Discurso a la delegación ecuménica del Patriarcado de Constantinopla, 27 de junio de 2015). Los esfuerzos teológicos y pastorales para edificar una Iglesia sinodal tienen un profundo efecto en el ecumenismo, como subraya el Papa Francisco con el principio de base del diálogo ecuménico, que consiste en el intercambio de dones gracias al cual podemos aprender los unos de los otros. Tal intercambio se refiere principalmente a la acogida de lo que el Espíritu Santo ha sembrado en las otras Iglesias «como un don también para nosotros». En este sentido, el Papa Francisco observa que nosotros los católicos, en diálogo con los hermanos ortodoxos, tenemos la oportunidad de «aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad» (Evangelii gaudium, n. 246). Ya que esto se refiere al tema central del diálogo católico-ortodoxo, vale la pena aclarar ulteriormente la dimensión ecuménica de la sinodalidad sobre la base de este importante diálogo.

Sinodalidad y primado en el diálogo católico-ortodoxo


En este diálogo, un paso importante se cumplió durante la asamblea plenaria de la Comisión mixta internacional que tuvo lugar en Rávena en 2007, donde se aprobó el documento Consecuencias eclesiológicas y canónicas de la naturaleza sacramental de la Iglesia. Comunión eclesia, conciliaridad  y autoridad. En este documento se aclaran, desde el punto de vista teológico, los términos “conciliaridad” y “autoridad”, “sinodalidad” y “primado”. Además se muestra que sinodalidad y primado se implementan en tres niveles fundamentales de la vida de la Iglesia, o a nivel local, en lo que se refiere a la Iglesia local, a nivel regional, en lo que se refiere a las diferentes Iglesias locales cercanas conectadas entre ellas, y a nivel universal, en lo que se refiere a la Iglesia que se extiende por todo el mundo y que comprende todas las Iglesias locales. En un paso ulterior, se subraya que sinodalidad y primado son interdependientes a todos los niveles de la vida de la Iglesia, en el sentido que el primado debe ser siempre comprendido y realizado en el cuadro de la sinodalidad y la sinodalidad en el cuadro del primado. Esto significa concretamente que debe haber un protos, un kephale, o un jefe, a todos los niveles: a nivel local, el obispo es el protos de su diócesis respecto a los sacerdotes y a todo el pueblo de Dios; a nivel regional, el metropolita es el protos respecto a los obispos de su provincia; a nivel universal el obispo de Roma es el protos respecto a la multitud de las Iglesias locales, mientras en las Iglesias ortodoxas el Patriarca ecuménico de Constantinopla reviste un rol análogo. En su conclusión, el documento expresa la convicción de la Comisión, confiada en que las reflexiones presentadas respecto al tema de la comunión eclesial, de la conciliaridad y de la autoridad de la Iglesia sean «un progreso positivo y significativo en nuestro diálogo», y «base firme para la futura discusión sobre el primado a nivel universal en la Iglesia» (n. 46).

El hecho de que las dos partes del diálogo hayan podido declarar juntas por primera vez que la Iglesia está estructurada sinodalmente a todos los niveles y por tanto también a nivel universal, y que esta necesita de un protos es una importante piedra angular en el diálogo católico-ortodoxo. Para que este paso prometedor conduzca a un futuro sólido, la relación entre sinodalidad y primado deberá ser ulteriormente profundizada dentro del diálogo ecuménico. No se trata de alcanzar un acuerdo sobre el mínimo común denominador. Sino más bien, se deberá hacer hablar a los respectivos puntos de fuerza de las dos comunidades eclesiales, como ha evidenciado de forma sintética el grupo de trabajo ortodoxo-católico San Ireneo en su estudio Al servicio de la comunidad: «Las Iglesias deben esforzarse sobre todo por lograr un mejor equilibrio entre sinodalidad y primado a todos los niveles de la vida eclesial, mediante el fortalecimiento de las estructuras sinodales en la Iglesia católica y mediante la aceptación por parte de la Iglesia ortodoxa de un cierto tipo de primado dentro de la comunión mundial de las Iglesias» (n. 17, 7).

La reconciliación ecuménica entre sinodalidad y primado


Es necesario que haya disponibilidad para aprender de ambas partes. Por un lado, la Iglesia católica debe reconocer que en su vida y en sus estructuras eclesiales todavía no ha desarrollado ese grado de sinodalidad que sería teológicamente posible y necesario, y que una unión creíble entre el principio jerárquico y el sinodal-comunitario favorecería el avance del diálogo ecuménico con la ortodoxia. El fortalecimiento de la sinodalidad debe ser considerado sin duda como la contribución más importante que la Iglesia católica puede aportar al reconocimiento ecuménico del primado.

En particular, está la necesidad de recuperar un cierto retraso a nivel regional. Este nivel está bien desarrollado en las Iglesias ortodoxas, en cuanto las metrópolis continúan ejercitando esa importante tarea que tenían ya en los primeros siglos y respeto al cual fueron tomadas decisiones significativas en el primer concilio ecuménico de Nicea en el 325 y en el cuarto concilio ecuménico de Calcedonia en el 451. Al respecto, debe ser recordado el famoso Canon apostólico 34 que, reconocido por la Iglesia primitiva tanto en Oriente como en Occidente, regula las relaciones entre las Iglesias locales de una región y está caracterizado por un delicado equilibrio entre sinodalidad y primado: «Los obispos de cada provincia deben reconocer el que es el primero entre ellos, y considerarlo como jefe, y no hacer nada importante sin su consentimiento; cada obispo puede solamente hacer lo que concierne a su diócesis y a los territorios que dependen de esta. Pero el primero no puede hacer nada sin el consentimiento de todos. Ya que de esta manera la concordia prevalecerá, y Dios será alabado por medio del Señor en el Espíritu Santo». La Iglesia católica tiene mucho que recuperar a nivel regional de las provincias eclesiásticas y de las regiones eclesiásticas, de los concilios particulares y de las conferencias episcopales, como observa el Papa Francisco: «Debemos reflexionar para realizar todavía más, a través de estos organismos, las instancias intermedias de la colegialidad, quizás integrando y actualizando algunos aspectos del antiguo orden eclesiástico» (Discurso por el 50° aniversario de la institución del Sínodo de los obispos, 17 de octubre de 2015).

Por parte de las Iglesias ortodoxas, podemos sin embargo esperarnos que, en el diálogo ecuménico, estas lleguen a reconocer que el primado a nivel universal no solo es posible y teológicamente legítimo, sino también necesario. Las tensiones intra-ortodoxas, que salieron a la luz de forma particularmente evidente con ocasión del Santo y Gran Sínodo de Creta de 2016, deberían hacer comprender la necesidad de considerar un ministerio de unidad también a nivel universal de la Iglesia, que obviamente no debería limitarse a un simple primado honorario, sino que debería incluir también elementos jurídicos. Un primado similar no contradeciría de ninguna manera la eclesiología eucarística, sino que sería compatible con ella, como a menudo es recordado por el teólogo y metropolita ortodoxo John D. Zizioulas.

La naturaleza eucarística de la sinodalidad y del primado


Nosotros los católicos consideramos el primado del Obispo de Roma como un don del Señor a su Iglesia y, por tanto, también como una ofrenda a toda la cristiandad sobre el camino del redescubrimiento de la unidad y de la vida en la unidad. Para poder demostrarlo de forma creíble, deberíamos subrayar más el hecho de que el primado del Obispo de Roma no es simplemente un apéndice jurídico y mucho menos un añadido externo a la eclesiología eucarística, sino que se funda precisamente sobre ella. La Iglesia, que se concibe como una red mundial de comunidades eucarísticas, necesita un poderoso servicio a la unidad también a nivel universal. El primado del Obispo de Roma, como evidenció explícitamente el Papa Benedicto XVI en última instancia debe ser entendido solo a partir de la Eucaristía, y más precisamente como primado en el amor en sentido eucarístico, un primado que en la Iglesia mira a una unidad capaz de realizar la comunión eucarística y de impedir de forma creíble que un altar sea contrapuesto a otro altar.

Resulta por tanto evidente que tanto el primado como la sinodalidad tienen una naturaleza profundamente litúrgico-eucarística. El hecho de que la Iglesia como sínodo viva sobre todo allá donde los cristianos se reúnen para celebrar la Eucaristía muestra que la naturaleza más profunda de la Iglesia en cuanto sínodo es la sinaxis eucarística, como justamente subraya la Comisión teológica internacional: «El camino sinodal de la Iglesia se plasma y se alimenta con la Eucaristía» (n. 47). La sinodalidad tiene su fuente y su cúlmen en la participación consciente y activa en la sinaxis eucarística y presenta así una dimensión espiritual fundamental. Esto es evidente todavía hoy en el hecho de que las asambleas sinodales como los concilios y los sínodos de los obispos se abren normalmente con la celebración de la Eucaristía y con la entronización del Evangelio, como ya había sido prescrito en el pasado, por los concilios de Toledo en el siglo VII hasta el Ceremonial de los obispos en 1984.

La tradición sinodal del cristianismo comprende un rico patrimonio que debería ser revitalizado. Es un signo elocuente la decisión tomada por el Papa de dedicar la asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos del 2022 precisamente al tema de la sinodalidad «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Este sínodo no será solo un evento importante en la Iglesia católica, sino que contendrá un mensaje ecuménico significativo, ya que la sinodalidad es una cuestión que mueve también el ecumenismo, y lo mueve en profundidad.

de Kurt Koch
Cardenal presidente del Pontificio Consejo para la promoción
de la unidad de los cristianos