El 24 de diciembre de 1881 nacía Juan Ramón Jiménez

Un caleidoscopio
de infinita maravilla

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23 diciembre 2020

Juan Ramón Jiménez se entregó por completo a la poesía a lo largo de su vida. A su vocación, que vivió con pasión, exigencia y tenacidad la llamó “el trabajo gustoso”. Este autor, uno de los escritores españoles más importantes del siglo XX, premio Nobel de Literatura en 1956, es una figura central de la poesía contemporánea española y occidental. Sus versos, su estética, sirven de puente, a modo de una suerte de bisagra entre el Romanticismo de Bécquer y Espronceda, de cuya influencia bebe al inicio de su trayectoria, y el Modernismo y las Vanguardias que llegaron después, de su mano, en las primeras décadas del siglo XX.

Después del fallecimiento del poeta nicaragüense Rubén Darío en 1916, Jiménez toma el relevo como líder de los poetas más jóvenes de su tiempo, que escriben siguiendo sus principios, fascinados por la profundidad conceptual y simbólica de sus versos; por su inmenso valor estético e histórico-literario y por su alta espiritualidad. Se convirtió así, además de en maestro de las jóvenes vanguardias de los años veinte y treinta del siglo pasado, en el máximo exponente del modernismo lírico en España, junto a los hermanos Manuel y Antonio Machado; y en el poeta postmoderno insuperable de los años cincuenta.

Juan Ramón Jiménez nace el 24 de diciembre 1881 en Moguer, un pequeño pueblo de la provincia de Huelva (Andalucía), junto a las marismas del río Guadalquivir y las minas de cobre de Río Tinto, habitado por labradores y marineros y rodeado por viñedos y cultivos de fresas y maíz. Esta zona del sur de España se caracteriza por la intensidad de la luz del sol, sus construcciones blancas y relucientes y sus calles estrechas y limpias.

De niño le gustaba jugar solo y se deslumbraba con la belleza del campo, los cambios de estación y de la luz durante el día. Tenía un calidoscopio a través del cual acostumbraba a mirarlo todo, porque le parecía que las cosas se alteraban y adquirían una consistencia mágica con él. Le fascinaban la luz y esos juegos con la realidad. Las cosas transformadas le parecían otras. Hay una amplia huella de esta fascinación sensorial en sus versos. Con una capacidad extraordinaria de observación, era capaz de captar detalles que pasaban desapercibidos para la mayoría y los presentaba en su obra como formas de ideal. Por ejemplo, a una pequeña flor del camino le dedica un pasaje de Platero y yo, y a una hoja verde, todo un poema.

Comenzó a escribir poemas con quince años y más tarde abandonó sus estudios de Derecho para dedicarse a la poesía. Conoció a los escritores más influyentes de su tiempo, como Rubén Darío, Valle-Inclán, Unamuno, Manuel y Antonio Machado, José Ortega y Gasset, Pío Baroja y Azorín, entre otros muchos.

Fue una persona muy exigente consigo mismo y con los demás. Le gustaba leer sin descanso, tanto a escritores, poetas y filósofos españoles, como a extranjeros. Se movía como pez en el agua en la vasta biblioteca de su padre en Moguer y también en la colección de libros del doctor Lalanne en Francia, y en la del doctor Simarro en Madrid. Además de leer, escribía constantemente sus ideas, en aforismos y prosas; y sus impresiones líricas en poemas. Sus años de juventud entre Moguer, Sevilla, Francia y Madrid le permitieron adquirir una sólida formación que le prepararía para escribir su obra mejor; para conseguirlo trabajó sin descanso. Aunque los versos fluían de su pluma con una facilidad asombrosa, su obsesión siempre fue pulir sus creaciones una y otra vez.

En los años que pasó en Moguer, de 1905 a 1911, escribió numerosos libros de poemas, pero quizá sea Platero y yo el texto con el que obtuvo fama inmediata, ya que se tradujo rápidamente a treinta idiomas. Durante estos primeros años comenzó a publicar, libro tras libro, influido principalmente por Bécquer y Espronceda. Sus libros de juventud serán “Ninfeas” (1900), “Almas de violeta”(1900), “Rimas” (1902), “Arias tristes” (1903), “Jardines lejanos” (1904) y “Pastorales” (1911). En ellos, el poeta se recrea en la belleza del campo, en deseos amorosos imposibles, en sueños y alucinaciones. Predominan en esta etapa las descripciones del paisaje, los sentimientos vagos, la melancolía, la música, el color, los recuerdos y los ensueños amorosos. Se trata de una poesía emotiva y sentimental donde se trasluce la sensibilidad del poeta a través del perfeccionismo de la estructura formal.

En 1911 Juan Ramón se traslada a vivir a Madrid para estar en contacto con el ambiente intelectual y los poetas importantes de aquel momento. En esta época conoce a la que será su mujer, Zenobia Camprubí Aymar, también escritora y que marcará profundamente su trayectoria y su obra. Se casaron en Nueva York el 2 de marzo de 1916.

A su regreso a España, el matrimonio se estableció en Madrid, y Juan Ramón se dedicó por completo a escribir y preparar lo que él consideraba “su obra en marcha”. Publicó “El diario de un poeta recién casado” (1917), un libro con el que abrió una nueva etapa en su obra, mucho más densa y concentrada a partir de este momento. Inicia su llamada etapa intelectual. En ella aparece el descubrimiento del mar como motivo trascendente. El mar simboliza la vida, la soledad, el gozo, el eterno tiempo presente.

Además, en esta etapa se inicia una evolución espiritual que lo lleva a buscar la trascendencia. En su deseo de salvarse ante la muerte se esfuerza por alcanzar la eternidad a través de la belleza y la depuración poética. Se caracteriza por una poesía desnuda, dedicada exclusivamente a lo esencial. Durante unos años escribe sin descanso numerosos libros de poesía y prosa, y más tarde se dedicará principalmente a corregir y reorganizar lo ya escrito y publicado. También traduce junto a Zenobia la obra de Tagore, Shakespeare y otros autores.

El poeta trabajaba con profusión y prefería no salir de casa, ni tener visitas.  Zenobia se encargaba de resolver las cuestiones prácticas y materiales, y de pasar a máquina sus poemas. “Si tratásemos de revelar la clave poética que guarda toda la obra de Juan Ramón Jiménez sin miedo a equivocarnos diríamos que se trata de un viaje hacia dentro de sí mismo. Juan Ramón durante más de cincuenta años de escritura buscó incesantemente una respuesta vital y metafísica a la existencia y la halló en su propio ser a fuerza de ahondar en su conciencia”, lo resume el escritor José Antonio Expósito Hernández en su ensayo “Juan Ramón Jiménez, poeta interior”.

En agosto de 1936, con un pasaporte diplomático el poeta andaluz se trasladó con su mujer a Estados Unidos como embajador cultural de España. Los siguientes veinte años Juan Ramón y Zenobia vivieron en Cuba, Estados Unidos y Puerto Rico y ya no regresaron a España. Durante las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, su exilio en América Latina después de la Guerra Civil española contribuye a enriquecer su poesía, que adquiere una dimensión cósmica y mística sin precedentes en la tradición española.

Su obra pasa en este momento a ser autobiográfica, y habla en ella abiertamente de su vida personal, de sus amistades e incluso de sus enemigos. En ella el poeta se pregunta por el significado del mundo. De este período son sus extensos poemas “Tiempo” (1941) y “Espacio” (1941-1954), que constituyen un diario espiritual y un intento por parte del poeta de explorar la relación del hombre con el universo. Esta etapa es la conocida como suficiente o verdadera. En esta fase Juan Ramón escribe poesía mística que busca tanto a Dios como a lo absoluto. Destaca también el interés por la belleza y la perfección como punto importante en esta fase. A esta etapa pertenece “Dios deseado y deseante (Animal de fondo)” (1949).

El 25 de octubre de 1956, tres días antes de la muerte de Zenobia, le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura. Poco después murió, el 29 de mayo de 1958.

de Lorena Pacho Pedroche