Santuarios marianos

Morenita, una fiesta extendida

las basílicas en el monte del Tepeyac, Ciudad de México (Wikimedia Commons)
28 noviembre 2020

El 12 de diciembre, la basílica vacía en Ciudad de México


No hay un color dominante, sino toda una variadísima gama cromática. Uno tras otro, millones de pétalos han reposado a los pies de la Morenita. Durante todo el mes de noviembre, los fieles han peregrinado hasta el cerro del Tepeyac con ofrendas florales y velas, muchas veces en nombre de familiares lejanos y de amigos, como explica en un videomensaje el rector de la basílica, Salvador Martínez Ávila. El personal de la basílica trató las flores para mantenerlas frescas para el evento, es decir, la Noche guadalupana cuando alfombran todo el suelo del templo. Pero ha permanecido vacío y no ha habido ninguna liturgia, como decidió la Conferencia Episcopal Mexicana para frenar el riesgo de contagio. Para iluminar la oscuridad de estos días, sí se han dejado las velas llevadas por los devotos. Aunque fuera ha reinado el silencio. Las tradicionales “mañanitas”, las canciones de cumpleaños, no pudieron sonar hasta el amanecer del día siguiente por la explanada. Sin embargo, su melodía se difundió de casa en casa, desde los ordenadores y, sobre todo, desde los teléfonos móviles. Mientras que las manifestaciones artísticas se trasladaron al mundo virtual, para apagar la sed de realidad, desde hace semanas y por todas partes, se levantaron altares con “la Virgen Morenita” en los lugares más variopintos, desde las estanterías de la cocina o el salón de las casas, hasta la esquina de la calle o la entrada de las tiendas. El covid no ha podido cancelar la gran celebración de Nuestra Señora de Guadalupe que, cada año, entre el 11 y el 12 de diciembre, congrega en la basílica de Guadalupe a unos diez millones de católicos. Más bien ha extendido la fiesta en todo el país y en todo el continente, muy tocado por la pandemia y todavía más necesitado del consuelo de la Madre, la misma Madre que secó las lágrimas del indio Juan Diego. “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”, dijo con ternura la Señora de piel morena, rasgos indígenas y embarazada cuando se descubrió ante Juan Diego una mañana de hace 489 años. Ese gesto de amor encarnado se graba a fuego en la piel de todo un continente. Como el rostro y el cuerpo de la Virgen en la tilma de Juan Diego. Cada año, unos cuarenta millones de personas veneran este manto en la basílica donde se conserva. Con su aparición, delicada y cálida, acaecida en el momento más dramático del descubrimiento, -en 1531 poco después de las empresas de Hernán Cortés-, María ofreció la posibilidad de un encuentro “evangélico” con el otro.

Un “otro” considerado como un extraño y un no hermano, con el que la civilización europea, de forma dramática y al mismo tiempo apasionante, estaba irremediablemente llamada a tratar. Si, como afirma la filósofa Amelia Podetti, la irrupción de América representa el “nacimiento del mundo en su totalidad”, es la Virgen de Guadalupe quien acompaña el embarazo de esta tierra y, en consecuencia, del resto del globo. Mientras las espadas y las enfermedades traídas por los “invasores” diezmaban a los pueblos indígenas y su cultura, la Morenita se encarnaba, abrazando el Nuevo Mundo en toda su complejidad para llevarlo a la plenitud a través del encuentro con el Hijo que llevaba en sus entrañas. La devoción guadalupana es mucho más que una expresión, quizás la más emblemática, del misticismo popular latinoamericano: su misterio se hunde en las entrañas mismas de la inmensa región entre el Río Bravo y Tierra del Fuego. El rostro moreno de la Virgen es el mapa espiritual de su pueblo. No es de extrañar, por tanto, que América Latina, -el epicentro de la pandemia que allí está provocando el mayor número de víctimas-, cinco siglos después, busque esa misma ancla misericordiosa para seguir adelante.

Lo hizo en Semana Santa cuando, a las 12 del mediodía en México, el corazón del Continente latía al unísono mientras los obispos de distintas naciones, a través de Internet, consagraban el Continente a la Morenita en medio de la emergencia por el covid. De nuevo, las mujeres y hombres de América están usando toda su creatividad para volver a Ella en este diciembre anómalo, sin peregrinaciones ni aglomeraciones. Y nuevamente, entre tecnología y tradiciones readaptadas, María parece venir a su encuentro, repitiendo las palabras que dijo a Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”

de Lucia Capuzzi