«Vivimos como trabajadoras entre los trabajadores para llevar consuelo a las Casas Blancas»

El Papa Francisco en casa de una de las familias de las Casas Blancas
24 octubre 2020

Cuatro Hermanitas de Jesús en los suburbios de Milán donde el Papa Francisco conoció a los más vulnerables


Las Hermanitas de Jesús viven en un bloque de viviendas sociales a las afueras de Milán, lo llaman la zona de las Casas Blancas. Desde finales de agosto son cuatro: Giuliana, Rita y Valeria que se han unido a Florence, de origen nigeriano. Sus vidas están dedicadas a la oración en la pequeña capilla dentro de su casa y al trabajo duro dentro y fuera del barrio.

Actualmente se mantienen con trabajos de limpieza de oficinas y en una residencia para enfermos y familias que vienen de fuera de la ciudad. «Hace unos años también estábamos en una empresa de limpieza del Instituto del cáncer, en el comedor de un jardín de infancia y como empleadas domésticas en casas particulares», dice la Hermanita Giuliana.

Trabajadoras entre los trabajadores, así es como quieren sentirse. Viven en este vecindario suburbano donde los inmigrantes, -hoy en día en su mayoría norteafricanos, centro y sudamericanos o de lugares como Sri Lanka y Filipinas-, siempre han representado el 20 por ciento de la población. Ha sido así desde que, en lugar de las Casas Blancas, había unas pequeñas y viejas casas construidas después de la guerra para acoger a las familias milanesas en dificultades y a los inmigrantes del sur de Italia. Un antiguo barrio que hasta el siglo XV albergó el monasterio de los frailes Umiliati, una casona de patio cerrado y celdas monásticas. Fue la casa de Monluè hasta la disolución de la Orden por San Carlos Borromeo. Hoy en día en el barrio hay dos albergues de acogida para inmigrantes y solicitantes de asilo.

Las Hermanitas, un instituto religioso femenino de Derecho pontificio, llegaron aquí en 1954. En 1977, cuando las casas fueron demolidas, se mudaron a las Casas Blancas. Su presencia representó una señal de acogida y solidaridad para los habitantes de esta zona de periferia.

En el bloque de 477 apartamentos de varios tamaños viven unas 2.000 personas, incluidas muchas personas mayores solas. La miseria y el desempleo se suman a años de negligencia y abandono, por lo que a menudo esta zona viene descrita como un lugar abandonado y marginal. «Pero no es exactamente así, aquí no hay solo sufrimiento», explica la Hermanita Giuliana. El Papa Francisco el 25 de marzo de 2017, en una visita a Milán, eligió venir a este lugar para encontrarse con las familias más vulnerables y necesitadas. Puso a las Casas Blancas bajo la luz de los focos lo que conllevó unas primeras mejoras que comenzaron hace unos meses.

En el piso de las Hermanitas siempre entran y salen personas en busca de consuelo, oración, consejo y escucha. «Y los niños a veces vienen con la excusa de tener sed y se quedan a jugar o a dibujar. Ellos también necesitan ser escuchados. Otras veces son los mismos padres los que nos piden que los cuidemos mientras ellos están fuera, como se hace entre buenos vecinos».

Sor Giuliana sale temprano por la mañana al igual que sus compañeras. En casa se queda solo la hermana Rita quien hace unos meses dejó su trabajo en el Instituto del cáncer para ocuparse de la casa y estar más cerca de la gente del barrio. El trabajo arduo y humilde es importante para sentirse cerca de los demás. «Nuestros empleos nos ayudan a compartir las dificultades y el día a día de tanta gente y nos hacen solidarias sin necesidad de usar muchas palabras. Nuestra rutina nos pone a la misma altura que nuestros vecinos, nos ayuda a desarrollar esas relaciones de igualdad y apoyo mutuo que son fundamentales para nuestra misión. Estar entre ellos nos hace iguales y accesibles. Un pequeño signo del Reino de Dios, que también nosotras descubrimos en nuestra realidad, hecha de encuentros, miradas y gestos concretos». La Fraternidad de las Hermanitas nació en 1939 de la mano de Magdeleine de Jesús atraída por el testimonio de Carlos de Foucauld, el noble francés de familia militar que lo abandonó todo, se convirtió en hermano universal, sacerdote, ermitaño y misionero y en 1916 murió asesinado en el Sáhara. Pronto será proclamado santo. Su carisma ha ayudado a deshacer el prejuicio que considera a los religiosos como personas que se apartan del mundo. «Vivirás mezclada con la masa humana como levadura en masa», decía a las Hermanitas la fundadora de la congregación Sor Magdeleine en su testamento espiritual. «Este no es el barrio más difícil de Milán, pero como en todos los suburbios se multiplican las dificultades económicas y personales, en parte debido a la falta de trabajo», explica la sor Giuliana. Por eso, ellas tejen esta red de ayuda.

Con los extranjeros, muchos árabes y musulmanes, desde hace nueve años organizamos encuentros semanales para promover el conocimiento mutuo. Recientemente una pareja musulmana comenzó a enseñar el idioma árabe a todos, algo que sirve para impulsar el diálogo. Hay que recordar además que las Hermanitas nacieron en tierra islámica, entre los nómadas del Sahara argelino. Es «un camino delicado, a pesar de las buenas relaciones. Con motivo de un atentado, una mujer italiana, que hasta ese momento había tejido una relación con su vecina musulmana, nos contó su miedo. La mujer musulmana, por su parte, nos habló de su sentimiento de inseguridad. Les ayudamos a dejar de lado los prejuicios y retomar su relación anterior basada en la confianza».

Giuliana tenía 21 años cuando conoció a las Hermanitas de Jesús durante una peregrinación a Palestina. «En Belén me quedé muy impresionada por su presencia en un barrio árabe, por esa vida tan sencilla, y por el cansancio de la vida cotidiana que se ve contrarrestada por la alegría de compartirla con los lugareños. Allí sentí la invitación a conocer y seguir a Jesús de esa manera. Unos años más tarde pedí formar parte de la Fraternidad». Las Hermanitas se quitan el hábito y también el apellido. Para ser iguales a los demás, visten como las mujeres de los lugares donde viven, los más pobres del mundo, y adoptan el idioma y sus costumbres. «Y para que no haya distinciones entre nosotras en los cinco continentes, las hermanas toman el apellido de Jesús», explica sor Giuliana. La Hermanita Magdeleine siempre dijo que «puede haber una verdadera amistad y un afecto profundo entre personas que no tienen ni la misma religión, ni la misma raza y no son del mismo entorno». En las Casas Blancas es lo que se intenta.

de Lilli Mandara