Las ideas

Rabi’a, la madre de la espiritualidad islámica

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26 septiembre 2020

Hermanamiento y fraternidad no son dos términos abstractos sino concretos en la historia de la tradición islámica: y esto se debe seguramente también a Rabi’a, la mística más famosa, que vivió en el siglo VIII, poco después de la muerte del Profeta, llamada con el título de honor ummul khayr: madre de la bondad.

La gran estudiosa alemana Annemarie Schimmel, que ha dedicado más de 40 años de su vida al estudio de las lenguas y la cultura islámicas, en su libro titulado Mi alma es una mujer. Lo femenino en el islam (Génova, Ediciones Ecig, 1998) subraya: “En la prehistoria del sufismo la figura más importante es la de una mujer, Rabi'a al Adawiyya quien, según la tradición, fue la primera en introducir en el sufismo rígidamente ascético del siglo VIII el elemento del amor divino absoluto, y el islam le asigna un lugar de honor en la historia del misticismo”.

Su doctrina de amor está resumida en la oración que canta al Señor:

“Oh Dios mío, todo lo que me has reservado de las cosas terrenos, dónalo a Tus enemigos; y todo lo que me has reservado en el más allá, dónalo a Tus amigos. Porque Tú me bastas.

Oh Dios mío, si te adoro por temor del infierno, quémame en el infierno, y si te adoro por esperanza del paraíso, exclúyeme del paraíso; pero si te adoro únicamente por ti mismo, no me prives de Tu belleza eterna”.

Fe con amor, amor sin otros fines.

La historia de Rabi’a enseña el camino de la libertad profunda. Una infancia huérfana, extranjera, esclava, luego liberada por su amo conmovido por su espiritualidad, vivió en Basora, en el actual Irak, donde adquirió una gran reputación de santidad. Predicaba, se retiró en el desierto a una ermita que se convirtió en un destino de peregrinación: incluso los grandes eruditos ‘ulama del islam iban a visitarla. Es considerada “madre del sufismo” y esto tiene un gran significado: el sufismo ha insistido en la igualdad de las mujeres con el hombre, porque en la vida espiritual no hay desigualdad entre los sexos. Ella canta: “Quiero verter agua en el infierno y prender fuego al paraíso, para que estos dos velos desaparezcan y los seres humanos adoren a Dios no por miedo al infierno o la esperanza del cielo, sino sólo por su eterna belleza”.

Ibn Arabi, el maestro mayor, dijo a propósito de Rabi’a: “Ella fue la única que analizó y clasificó las categorías del amor hasta el punto de ser famosa intérprete del amor hacia Dios”.

En el año 1100, es decir tres siglos después de la muerte de Rabi’a, al Ghazzali, el sumo teólogo, logró incluir la noción de mahabba (amor) en el islam “ortodoxo”, tanto que uno de sus escritos más interesantes se titula El amor de Dios. Según una tradición Rabi'a está enterrada en el Monte de los Olivos en Jerusalén.

de Shahrzad Houshmand Zadeh