Causas y remedios del pecado ecológico

Por una justicia socio-ambiental

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12 agosto 2020

“Proponemos definir el pecado ecológico como una acción de omisión contra Dios, contra el prójimo, la comunidad y el medio ambiente. Es un pecado contra las generaciones futuras y se manifiesta en actos y hábitos de contaminación y destrucción del medio ambiente, transgresiones contra los principios de interdependencia y la ruptura de redes de solidaridad entre las criaturas” (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 340-344) y contra la virtud de la justicia (Sínodo, 82).

Partiendo de la cita de referencia, Alfonso Murad   realiza una abundante y prólifica reflexión sobre el tema por él titulado “El pecado ecològico y la conversión ecológica”. Sobre el mismo título, que Murad anticipa que le resulta indispensable para enteder y utilizar este concepto que incluye el cambio personal colectivo, de la mentalidad y estructuras, es decir una conversión, escribe un artículo de cincuenta apartados que fuera publicado por la revista EcoTeología#2

En la primera parte, explica cómo aparecen las nociones de pecado y conversión en la Biblia y sus implicaciones sociales. Luego, el autor prefacia que desea mostrar como el pecado ecológico deriva del pecado social o estructural, utilizando los documentos de los obispos latinoamericanos en Medellín, Puebla y Aparecida. En tercer lugar - sigue diciendo el autor -  intenta responder a una pregunta crucial para la pastoral: ¿por qué gran parte de los cristianos tiene dificultad para aceptar los temas del pecado y la conversión ecológica? Finalmente, toma como propuesta de conversión ecológica la citada  en Laudato Si, anticipando que no incluirá el Sínodo para la Amazonia, ya que a su juicio, merece otra reflexión.

Para concluir el trabajo, deja varias y desafiantes conclusiones abiertas que desarrollamos en el presente artículo por su valor de ampliara horizontes de pensamiento, reflexión y acción.   Justamentente, en la primera de ellas llama a pensar en una acción u omisión contra Dios, contra el prójimo, la comunidad y el ambiente. Sobre esto, el autor afirma que “Aquí se enfatiza su aspecto objetivo y complejo. El pecado ecológico rompe el pacto con Dios, daña a las personas, a las comunidades y al medio ambiente que nos rodea y del cual somos parte. Tal pecado es efectivo en acciones humanas visibles. Pero el ser humano también forma parte de él cuando calla ante la injusticia socio-ambiental o es cómplice de ella”. Luego, y elevando su mirada a la relación entre pecado y las generaciones futuras afirma que: “Somos responsables de la continuidad de la vida en nuestro hogar común, en toda su extensión. La ecología evoca un compromiso con el presente y el futuro. La solidaridad intergeneracional se aplica no solo a la comunidad humana, sino también a otras especies de seres vivos que habitan nuestro planeta”. Continauando con sus pensamientos alrededor del pecado ecológico expresado en acciones, Murad concluye que “que causan impactos negativos que se acumulan lentamente con el tiempo (contaminación) o tienen un efecto inmediato (destrucción). Proviene de hábitos y percepciones que tienen su raíz en la desviación del corazón humano y se exterioriza en estructuras de pecado, que rompen el equilibrio de los ecosistemas”. Esto lo invita a reflexionar desde la mirada donde “Él se manifiesta en actos y hábitos de contaminación y destrucción de la armonía del ambiente”. Siguiendo con el tema, insistie en que incluye “transgresiones contra los principios de interdependencia y la ruptura de redes de solidaridad entre criaturas y contra la virtud de la justicia. Según su mirada “Aquí se señalan cuestiones más profundas relacionadas con el pecado ecológico. El individualismo moderno y la globalización de la indiferencia frente al dolor de los pobres y el planeta tienen su causa humana en el paradigma antropocéntrico desordenado. Rompe con la solidaridad básica entre las criaturas, y pone la competencia, y el éxito individual como valores supremos. En el lenguaje de las escrituras judías, diríamos que es una forma de idolatría, una forma de abandonar el camino de la vida y seguir los rastros de la muerte”. Casi finalizando sus conclusiones, Alfonso Murad, expresa sus dudas sobre si el concepto de “pecado ecológico” es el más conveniente para abarcar el conjunto de situaciones y estructuras, actitudes y actos, a nivel personal, comunitario, institucional, corporativo, económico y político, contra Dios y nuestro hogar común. Para el, quizás sería mejor hablar de: “pecado contra la madre tierra”, o “pecado contra la ecología integral”, o ” pecado socioambiental”. La noción de pecado ecológico es una extensión de la noción de pecado social o pecado estructural, cuando incorpora el nuevo paradigma de la conciencia ecológica. A modo de síntesis, el final de sus conclusiones abiertas a la reflexión expresa su creencia que “el objetivo principal del discurso debe ser la conversión ecológica, que requiere reparación real de los daños causados en contra la biosfera y sus miembros: los seres abióticos (agua, aire, suelo y energía) y los organismos vivos (microorganismos, plantas, animales y nodos humanos). Esto implica simultáneamente actitudes personales, colectivas y un nuevo proyecto de sociedad”. Por todo esto, ya a modo de invitación personal manifiesta que “Cada uno de nosotros, en diferentes grados y esferas de existencia, participa en la condición de peregrino(a) en el camino de la vida, que llamamos santidad, así como del pecado. Por lo tanto, debemos “mirar y orar” (Mt 26,41). Con humildad, examinemos nuestras actitudes y gestos, a la luz de la misericordia de Jesús y su llamado a la conversión. Esta conversión significa pasar del mal al bien, así como pasar de bueno a mayor bien. La oración nos conecta con el Dios de la Vida y fortalece en nosotros la vocación de discípulos y misioneros. Actuamos en grupos, para defender el medio ambiente y las comunidades afectadas por la minería. Fomentamos una espiritualidad ecológica, que implica lucha por la justicia socio-ambiental, pero que no es solo de lucha y confrontación. Ella incluye la meditación de la Palabra de Dios, el cultivo de la paz interior, la gratitud hacia los demás y la naturaleza, la alegría de saborear las pequeñas cosas de la vida cotidiana, la alabanza y la acción de gracias a Dios, la experiencia de la comunión con el suelo, el agua, el aire, plantas, animales y personas”.

De Marcelo Figueroa