Patrona de Suecia y Europa

Mística y política

08. Santa Brigida di Svezia alla sua scrivania, epitaffio di Brigitte Topler, c. 1483. Germanisches ...
29 agosto 2020

Brígida, paladina en la Iglesia


Mujer de la alta aristocracia, hija de Birg Petersson, gobernador de Uppland, Brígida de Suecia, estuvo casada, madre de ocho hijos, viuda, peregrina, fundadora, mística y profeta. Nos encontramos, pues, en presencia de una fuerte personalidad carismática que la dimensión religiosa, íntimamente ligada a la vocación política, la ha hecho figura singular no solo en la sociedad de la época, en pleno siglo XIV, sino también en la Iglesia de hoy que la reconoce como copatrona de Europa desde 1999.

El primer aspecto que caracteriza la vida de Brígida es la experiencia de la peregrinación: hija y nieta de peregrinos apasionados, nació durante un viaje aventurero de su madre al santuario Cell Dara en Irlanda. Con su marido Ulf Gudmarsson solía ir a los santuarios llegando también a Santiago de Compostela; ya de viuda emprende una larga peregrinación por Europa con motivo del Jubileo de 1350. Desde Suecia, pasando por Alemania y Suiza, llega a Milán para honrar la tumba de San Ambrosio; luego se traslada a Pavía para venerar las reliquias de San Agustín y desde Génova se embarca para Ostia hacia Roma. Aquí permaneció unos años, dedicándose al cuidado de los pobres en una ciudad desolada “que se ha convertido en un reino de escándalo” por la ausencia del Papa que se ha trasladado a Aviñón.

En la primavera de 1364 inició un viaje por el centro y sur de Italia para visitar los principales santuarios y tumbas de los santos: Asís (San Francisco), Ortona (Santo Tomás), Monte Sant’Angelo (Arcángel Gabriel), Bari (San Nicolás), Benevento (San Bartolomeo), Salerno (San Mateo), Amalfi (San Andrés) son los destinos de su peregrinación que finaliza en Tierra Santa, donde permanece entre 1371 y 1373. De Jerusalén regresó a Roma donde murió en julio del mismo año.

Durante las peregrinaciones en el sur de Italia, se detiene tres veces en Nápoles, aprovechando la oportunidad para recordar a la reina Juana y al obispo Bernardo sus roles de gobierno: un comportamiento moral correcto, la defensa justa de los pobres, el rechazo a la práctica del aborto y sobre todo, la eliminación de la trata de esclavos, siendo ella consciente del compromiso de su padre que había abolido la esclavitud en Suecia: “Dios ama a todos, los creó a todos y los redimió a todos”.

El sentido de la justicia es un elemento fundamental en la vida de Brígida. En 1335, a la edad de treinta años, el rey Magnus II la llamó a Estocolmo como maestra de corte para la familia real. Aquí no solo ofrece indicaciones espirituales a los soberanos, sino que también interviene en asuntos de administración económica y jurídica, prestando atención a los sectores más frágiles de la sociedad gracias a las enseñanzas paternas y a las sugerencias del culto maestro Mattias de Linköping. Este, experto en Sagrada Escritura y teólogo sensible, se convierte en su confesor conduciéndola a una meditación constante de la Biblia y a un conocimiento de las cuestiones religiosas y políticas de la época, preparándola así para su futura misión.

El texto sagrado es fundamental en el camino de fe de Brígida: a ella se debe la primera traducción de la Biblia al sueco, ofrecida como regalo de bodas al rey Magnus II y su esposa Blanche. La Escritura, leída, meditada y contemplada, constituye la lente a través de la cual interpreta todos los aspectos de la Iglesia y la sociedad, sometidos a la “palabra viva” de Dios.

El otro elemento que caracteriza la vida de Brígida es su experiencia capaz de conjugar mística y política: es decir, el estrecho vínculo entre experiencias contemplativas, vocación profética y compromiso político-pastoral que le permiten mirar la sociedad cristiana en su totalidad. Por eso puede ser considerada paladina de la reforma en la Iglesia cuando, recibiendo las Revelaciones, se siente elegida por Jesús como mensajera en Europa de un amplio proyecto de renovación. La primera tarea es llamar al Papa de su exilio francés para que vuelva a Roma para devolver a la ciudad su centralidad en la vida cristiana y repensar su papel pastoral. Esto debe ser más acorde con una dimensión espiritual y evangélica y libre de la red del poder.

Pero la atención de Brígida no se limita solo a los vértices eclesiásticos, a menudo estigmatizados por ser corruptos, sino que se dirige a todos los creyentes, iguales ante Dios porque están bautizados, superando así la jerarquía tradicional de estados de perfección que colocaba en primer lugar la elección virginal. Para la santa sueca no solo el matrimonio “no está excluido del cielo”, sino que debe entenderse como una experiencia fundamental de la vida cristiana. De esta manera, su ser mujer, laica, esposa y madre se convierte en una perspectiva que le permite reevaluar la condición laical y subrayar cómo las personas deben ser juzgadas por la obediencia a la voluntad divina y la fidelidad al Evangelio y no por su estado de vida (vírgenes, viudas o casadas; laicas o consagradas).

Estas intervenciones suyas fueron también el fruto de un estrecho diálogo con la Virgen que constituyó para ella una guía y un punto de referencia continuo, hasta el punto de que puede definirse como una santa mariana. María, de hecho, es la protagonista de la obra de reforma que la santa sueca está llamada a realizar. Es ella quien les dice que escriban a los papas Urbano V y Gregorio XI para que vuelvan a Roma. Es ella la asesora política en sus relaciones con el arzobispo de Nápoles, la reina Juana y la reina Leonor de Chipre. Es la propia María quien se le aparece a Brígida, durante su estancia en Alvastra, para investirla de una misión profética en la Iglesia: la fundación en su honor de un monasterio doble (femenino y masculino) para la conversión de los cristianos. Así nació la Orden del Santo Salvador, una comunidad religiosa doble que prevé la presencia de trece monjes (el número de apóstoles, incluido San Pablo), cuatro diáconos (en honor de los Padres de la Iglesia indivisa), ocho hermanos laicos y sesenta religiosas (que simbolizaba a los 72 discípulos), todos empleados por una mujer, la abadesa, que representa a María, caput et domina del monasterio. El modelo que inspiró a Brígida en la planificación de esta comunidad dirigida por mujeres es el de la Iglesia primitiva reunida en Pentecostés: la Madre de Jesús es también la madre de los discípulos y de la Iglesia naciente. La abadesa la representa reconociendo la autoridad; puede exponer el pan consagrado y, a imitación de la hegemonía celestial de la Virgen, como cabeza y reina de los apóstoles y discípulos de Cristo, debe gobernar sobre todos, clérigos y laicos, hombres y mujeres.

Con Brígida, el principio mariano está teñido de autoridad indiscutible para las mujeres, pero, aunque en 1370 el Papa Urbano V aprobó la Orden, el gobierno femenino nunca se realizó del todo porque las dos comunidades se ven obligadas a vivir dos vidas separadas. Sin embargo, es importante que fuera la primera mujer en diseñar una orden monástica unificada doble, con presbíteros, diáconos, hermanos laicos y monjas, todos sujetos al poder de la abadesa.

Finalmente, las Revelaciones de la que hablábamos antes, recogidas en ocho volúmenes, consagran la santa sueca como una de las místicas más representativas de la tradición cristiana. Gracias a sus visiones ha introducido también algunos particulares en el pasaje de la natividad (María y José de rodillas a los lados del niño) que han influido profundamente en la iconografía, prueba del intercambio mutuo entre la experiencia mística y el mundo de las imágenes.

Entre los muchos aspectos de esta figura extraordinaria, todavía tan actual, creo que podemos destacar la importancia que atribuye a la dimensión mariana y femenina en el cristianismo, indispensable para la reforma de la Iglesia e inspiradora de un nuevo lenguaje teológico.

de Adriana Valerio
Historiadora y teóloga, profesora de Historia del Cristianismo y de las Iglesias en la Universidad Federico ii de Nápoles


Birgitta Birgersdotter


Nacimiento
Finsta, en 1303
Muerte Roma 23 de julio de 1373
Venerada por la Iglesia católica y luteranos
Canonización 7 de octubre de 1391 por Bonifacio IX
Solemnidad el 23 de julio
Patrona de
Suecia, copatrona de Europa

La corona de las brigitinas


El elemento más característico del hábito de las brigitinas es la corona de lino blanco que llevan en la cabeza, fijada al velo con un alfiler; a la corona se le cosen cinco piezas circulares de tela roja en forma de cruz (una en la frente, una detrás de la cabeza, dos encima de las orejas y una en la coronilla). Todos estos signos nos recuerdan la pasión de Jesús (la cruz, la corona de espinas, las cinco llagas).