Si bien muchas miradas se volvieron con preocupación hacia China, que se preparaba para promulgar la nueva ley de seguridad nacional para Hong Kong, fue contada con emoción la muerte precisamente en esa ciudad de una mujer casi centenaria, el pasado 9 de junio, cuyo destino ha estado estrechamente vinculado a la historia reciente de China. Porque fue una mujer, Audrey Donnithorne, quien promovió la reconciliación entre los obispos chinos, llamados oficiales y no oficiales, y las respectivas comunidades de fieles católicos. Quienes hoy trabajan a favor del diálogo entre Pekín y el Vaticano deben mucho a esta anglicana convertida al catolicismo que supo compaginar su competencia de brillante economista con su feminidad hecha de escucha y disponibilidad, paciencia, sentido práctico y tenacidad.
Audrey Donnithorne nació en el suroeste de China en una familia de origen británico. Se dice que esta “heroína de la fe”, en el transcurso de sus innumerables viajes por el mundo, siempre logró encontrarse en los lugares donde ocurrían acontecimientos importantes. Pero fue en Hong Kong donde decidió instalarse en 1985, en el momento de jubilarse. Los años siguientes los dedicó a animar la apertura económica de China pero también y sobre todo a la reconstrucción de la Iglesia y de la nación china laminadas por la Revolución Cultural.
Hong Kong le sirvió de base para sus numerosas visitas a China continental. Audrey Donnithorne quería estimular el espíritu de reforma que soplaba en ese tiempo, forjar lazos con los católicos que comenzaban a salir de su aislamiento y con los obispos y sacerdotes que acababan de salir de prisión. A ella le gustaba contar su encuentro decisivo con Mons. Paolo Deng Jishou, obispo de Leshan, que había pasado 21 años de trabajos forzados. Con el apoyo en particular de Cáritas de Hong Kong, Donnithorne enviaba libros de oración y cantos a los católicos chinos, daba ayuda a los seminaristas, promovía la creación de pequeñas empresas para garantizar la autonomía financiera de las parroquias en estado de pobreza... Pero sobre todo, construyó puentes con los obispos de la Asociación patriótica china, ordenados sin mandato del Santo Padre, que aspiraban a recuperar la plena comunión con el Obispo de Roma. Y en 2008, se hizo apreciar aún más creando un fondo para la reconstrucción de iglesias y estructuras eclesiales en Sichuan, su tierra natal, destruida por un terremoto.
La muerte de Audrey Donnithorne es una invitación a reconocer su herencia y reflexionar juntos sobre el rol valioso que las mujeres laicas pueden desempeñar en la Iglesia.
de Romilda Ferrauto