«Acompañar» a los matrimonios es la palabra clave. Con dos finalidades pastorales esenciales: «Ayudar a los esposos a comprender, a descubrir el valor profundo del sacramento nupcial, que es signo de la presencia de Cristo en su vida», y «apoyarles y acompañarles en la educación de los hijos». Es esta una de las indicaciones de fondo sugerida por Gabriella Gambino, subsecretaria del Dicasterio para los laicos, la familia y la vida, a los prelados de la Conferencia episcopal colombiana, reunidos del 6 al 8 de julio en su 110º asamblea plenaria sobre el tema «Al servicio del Evangelio, por la esperanza de Colombia».
En un vídeomensaje enviado el lunes 6 a los obispos reunidos de forma virtual, Gambino — a partir de su experiencia personal «como esposa y madre» — indica prioridades y objetivos de la pastoral familiar, recordando sobre todo que «en este tiempo de pandemia, las familias en todo el mundo han demostrado ser el recurso más importante de la sociedad». De hecho, «con su resiliencia se han convertido en una fuerza motriz y difusora del sentido de responsabilidad, solidaridad, del compartir y de la ayuda recíproca en la dificultad». Estas «son y siguen siendo un gran amortiguador económico, social y educativo». Y por eso no se las puede dejar solas. Hoy, por tanto, «la pastoral familiar está ante un gran desafío»: el de «mostrar a las nuevas generaciones que la familia no es solo esfuerzo y dificultad, sino alegría, camino de vocación y felicidad».
A partir de estas premisas, Gambino recuerda sobre todo que «como sacramento», los cónyuges «son Iglesia doméstica». ¿Qué significa concretamente esto en la vida cotidiana? La respuesta es clara y llama a la responsabilidad a educadores y guías espirituales: es necesario ayudarles «a descubrir el poder de la presencia de Cristo en sus desafíos de cada día». Es precisamente lo que el Papa Francisco pide que se haga en Amoris laetitia: una exhortación apostólica «llena de respuestas» que los trabajadores pastorales, «junto a los esposos», pueden «encontrar para las dificultades de su vida cotidiana».
Es necesario incluirles «como protagonistas en la pastoral familiar — exhorta Gambino — porque a través del sacramento y su ser familia, son esenciales para edificar la Iglesia, son testimonios para tantas familias». Junto a los esposos, dice dirigiéndose a los obispos, podéis «contribuir a edificar la Iglesia en la corresponsabilidad pastoral».
Una de las preocupaciones más grandes de las familias hoy es la educación. «Tenemos que dedicar nuestras energías — insiste Gambino — a comprender cómo podemos acompañar a los padres» frente a los desafíos de una sociedad «dominada por una tecnología difusa que aleja a los jóvenes de las auténticas relaciones humanas, de un modo de vivir la sexualidad que no les ayuda a comprender el valor del cuerpo y la entrega de sí mismos en el matrimonio y la familia».
En resumen, es necesario «revisar la metodología y los contenidos de la preparación de los jóvenes al matrimonio, con una preparación que no solo sea inmediata y cercana a la celebración del matrimonio, sino “remota”». Si el objetivo de toda pastoral familiar es ayudar a los padres a «enseñar a nuestros hijos a que amen el matrimonio y a proyectar su vida como una vocación» — porque el matrimonio «es una llamada “de dos en dos”, como los discípulos, a amar y servir a Cristo en la familia y en la comunidad» — entonces, según Gambino, «hay que hablarles de la belleza de la vocación nupcial ya desde la infancia hasta el catecismo». En este sentido se vuelve útil «una pastoral transversal, que una la pastoral de la infancia y la catequesis de preparación a los sacramentos en la pastoral juvenil vocacional y en la pastoral familiar».
Por otro lado, desde 2017 el Papa Francisco habla de la necesidad de «establecer itinerarios catecumenales para la vida matrimonial». Un compromiso urgente si se considera que «es la vocación de la mayor parte de hombres y mujeres en el mundo», no obstante «cada vez hay menos jóvenes que se casan, y casi la mitad de los matrimonios se rompen en los primeros diez años de vida juntos». No hay que dejar, entonces, que «la comprensión profunda de este camino de santidad para los fieles laicos» sea «casual».
Decidir casarse y tener hijos, de hecho, «no es como elegir un trabajo o comprarse una casa». Unirse en matrimonio con otra persona, reitera Gambino, «es una vocación, es la respuesta a una llamada de Dios», y como tal se presenta a los propios hijos. También por esto, «el catecumenado al matrimonio, como itinerario —afirma— se debe continuar, por lo menos, en los primeros diez años de la vida matrimonial». La pastoral familiar, por otro lado, debe hacerse cargo precisamente «de los años más arduos para una pareja, cuando nacen los hijos, cambian los ritmos y los roles, nos convertimos en padres y educadores sin que nadie nos diga cómo serlo».
En la conclusión de su intervención Gambino hace referencia al tema de la tercera edad, invitando a «dar espacio a un compromiso pastoral con las personas mayores y las personas más frágiles dentro de las familias». En una sociedad en la que «la presencia de las personas mayores estadísticamente es tan numerosa, tenemos que aprender — encomienda — a reconocer el valor de esta presencia». Estas «son la gran parte del Pueblo de Dios»; por tanto, «tenemos que ayudarles a redescubrir la riqueza de su vocación bautismal y a ser actores de la nueva evangelización, valorando sus dones y carismas, como también su extraordinaria capacidad de rezar y transmitir la fe a los jóvenes». Al mismo tiempo, añade, «tenemos que cuidar su espiritualidad; no les dejemos solos, ni materialmente ni espiritualmente».
En conclusión, Gambino expresa a los obispos colombianos la esperanza de que, gracias a su munus sanctificandi, «puedan generar una pastoral familiar capaz de mostrar que la familia de verdad es una vocación y un camino de santidad».