· Ciudad del Vaticano ·

Discurso del Papa León XIV a los parlamentarios con ocasión del Jubileo de los gobernantes

La política es la forma más alta de caridad

 La política es la forma más alta de caridad  SPA-008
04 julio 2025

La acción política es «la forma más alta de cardad», signo y testimonio concreto «de la acción de Dios a favor del hombre». Lo recordó León XIV a los cerca de seiscientos parlamentarios recibidos en audiencia la mañana del sábado 21 de junio, en el Aula de las Bendiciones, con ocasión del Jubileo de los Gobernantes. Entre las consideraciones compartidas por el Pontífice: la promoción del bien común, la tutela de la libertad religiosa y el desafío de la inteligencia artificial que no puede ser ignorada.

Señora presidenta del Consejo y señor presidente de la Cámara de los Diputados de la República Italiana, señora presidenta y señor secretario general de la Unión Interparlamentaria, representantes de las Instituciones Académicas y líderes religiosos,

con mucho gusto os doy la bienvenida con ocasión del Encuentro de la Unión Interparlamentaria internacional, en el Jubileo de los Gobernantes y Administradores. Saludo a los miembros de las delegaciones de sesenta y ochos países. Entre ellos, un recuerdo particular va a los presidentes de las respectivas instituciones parlamentarias.

La acción política ha sido definida por Pío XI, con razón, como «la forma más alta de caridad» (Pío XI, Discurso a la Federación Universitaria Católica Italiana, 18 diciembre 1927). Y en efecto, si se considera el servicio que desarrolla a favor de la sociedad y del bien común, esta aparece realmente como una obra de ese amor cristiano que nunca es una teoría, sino que siempre es signo y testimonio concreto de la acción de Dios a favor del hombre (cfr Francisco, Cart. enc. Fratelli tutti, 176-192).

Quisiera por eso, al respecto, compartir con vosotros esta mañana tres consideraciones que considero importantes en el actual contexto cultural.

La primera se refiere a la tarea, encomendada a vosotros, de promover y tutelar, más allá de cualquier interés particular, el bien de la comunidad, el bien común, especialmente en defensa de los más débiles y marginados. Por ejemplo, se trata de trabajar para que se supere la inaceptable desproporción entre una riqueza poseída por pocos y una pobreza de la inmensa mayoría (cfr León XIII, Cart. enc. Rerum novarum, 15 de mayo 1891, 1). Los que viven en condiciones extremas gritan para hacer escuchar su voz y a menudo no encuentran oídos dispuestos a escucharlos. Tal desequilibrio genera situaciones de permanente injusticia, que fácilmente conducen a la violencia y, antes o después, al drama de la guerra. Una buena acción política, sin embargo, favoreciendo la distribución de los recursos equitativa, puede ofrecer un servicio eficaz a la armonía y a la paz tanto a nivel social, como en ámbito internacional.

La segunda reflexión se refiere a la libertad religiosa y el diálogo interreligioso. También en este campo, hoy cada vez de más actualidad, la acción política puede hacer mucho, promoviendo las condiciones para que haya efectiva libertad religiosa y pueda desarrollarse un respetuoso y constructivo encuentro entre las diferentes comunidades religiosas. Creer en Dios, con los valores positivos que deriva de ello, es en la vida de los individuos y de las comunidades una fuente inmensa de bien y de verdad. San Agustín, al respecto, hablaba de un pasaje del hombre del amor sui – el amor egoísta para sí mismo, cerrado y destructivo – al amor Dei – el amor gratuito, que tiene su raíz en Dios y que lleva al don de sí -, como elemento fundamental en la construcción de la civitas Dei, es decir de una sociedad en las que la ley fundamental es la caridad (cfr De civitate Dei, XIV, 28).

Para tener un punto de referencia unitario en la acción política, en lugar de excluir a priori, en los procesos de decisión, la consideración de lo trascendente, será útil buscar, en ello, lo que une a todos. Con tal fin, una referencia imprescindible es la de la ley natural, no escrita de manos del hombre, sino reconocida como válida universalmente y en cada tiempo, que encuentra en la misma naturaleza su forma más plausible y convincente. De esta ya en la antigüedad se hacía autorizado intérprete Cicerón, el cual en el De re publica escribía: «Existe una ley verdadera, la recta razón, conforme a la naturaleza, universal, inmutable, eterna, cuyos mandatos estimulan al deber y cuyas prohibiciones alejan del mal […]. Esta ley no puede ser modificada, ni puede ser derogada en alguna de sus partes, como tampoco ser abolida por completo. Ni el Senado ni el pueblo pueden libertarnos de la obediencia a esta ley. No necesita un glosador, o un nuevo intérprete: No existirá otra ley otra ley en Roma o en Atenas, una hoy y otra después, sino que para todos los hombres y en cualquier época continuará siendo una ley tanto inmutable como eterna» (Cicerón, De re publica, III, 22).

La ley natural, universalmente válida más allá y por encima de otras convicciones de carácter más opinable, constituye la brújula con la que orientarse en el legislar y en el actuar, en particular sobre cuestiones éticas delicadas que hoy se plantean de forma mucho más convincente que en el pasado, tocando la esfera de la intimidad personal. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada y proclamada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, pertenece ya al patrimonio cultural de la humanidad. Ese texto, que es siempre actual, puede contribuir significativamente a poner a la persona humana, en su inviolable integridad, en el fundamento de la búsqueda de la verdad, para devolver dignidad a quien no se sienta respetado en su propia intimidad y en las exigencias de la propia conciencia.

Y llegamos a la tercera consideración. El grado de civilización alcanzado en nuestro mundo, y los objetivos a los que estáis llamados a responder, encuentran hoy un gran desafío en la inteligencia artificial. Se trata de un desarrollo que ciertamente será una ayuda válida a la sociedad, en la medida en la que, sin embargo, su uso no afecte a la identidad y la dignidad de la persona humana y sus libertades fundamentales. En particular, no hay que olvidar que la inteligencia artificial tiene su función en el ser un instrumento para el bien del ser humano, no para menospreciarlo ni para definir su derrota. La que se delinea, por tanto, es un desafío notable, que requiere mucha atención y una mirada con visión de futuro, para proyectar, incluso en el contexto de escenarios nuevos, estilos de vida sanos, justos y seguros, sobre todo para beneficiar a las jóvenes generaciones.

La vida personal vale mucho más que un algoritmo y las relaciones sociales necesitan espacios humanos superiores a los esquemas limitados que cualquier máquina sin alma pueda preconfigurar. No olvidemos que, incluso siendo capaces de imaginar millones de datos y de ofrecer en pocos segundos respuestas a muchas preguntas, la inteligencia artificial permanece dotada de una “memoria” estática, para nada comparable con la del hombre y de la mujer, que sin embargo es creativa, dinámica, generativa, capaz de unir pasado, presente y futuro en una viva y fecunda búsqueda de sentido, con todas las implicaciones éticas y existenciales que derivan de ello (cfr Francisco, Discurso a la Sesión del G/ sobre Inteligencia artificial, 14 de junio 2024).

La política no puede ignorar una provocación de esta magnitud. Al contrario, se le plantea la cuestión de responder a muchos ciudadanos que, con razón, observan, al mismo tiempo, con confianza y preocupación los desafíos de esta nueva cultura digital.

San Juan Pablo II, con ocasión del Jubileo del 2000, señaló a los políticos a santo Tomás Moro como testigo al que mirar e intercesor bajo al cual poner su trabajo. De hecho, Sir Thomas More fue un hombre fiel a sus responsabilidades civiles, perfecto servidor del Estado precisamente por su fe, que lo llevó a interpretar la política no como profesión, sino como misión para el crecimiento de la verdad y del bien. Él «puso su actividad pública al servicio de la persona, especialmente si era débil o pobre; gestionó las controversias sociales con exquisito sentido de equidad; tuteló la familia y la defendió con gran empeño; promovió la educación integral de la juventud» (Cart. Ap. M.P. E Sancti Thomae Mori, 31 de octubre 2000, 4). La valentía con la que no dudó en sacrificar su propia vida para no traicionar a la verdad, lo hace todavía hoy, para nosotros, un mártir de la libertad y del primado de la conciencia. Pueda su ejemplo ser también para cada uno de vosotros fuente de inspiración y de planificación.

Ilustres señoras y señores, os doy las gracias por esta visita. Expreso mis mejores deseos para vuestro trabajo e invoco sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos las celestes bendiciones.

Doy las gracias a todos vosotros. Dios os bendiga a vosotros y a vuestro trabajo. Gracias.