
Una espiritualidad femenina que prioriza a la persona antes que al dogma. Las mujeres ya no son solo víctimas, santas o vírgenes, sino protagonistas de complejos recorridos que atraviesan todas las tradiciones religiosas: del islam al cristianismo, del judaísmo a las espiritualidades orientales. Este número de Mujeres, Iglesia, Mundo explora cómo el cine está construyendo una memoria colectiva sin precedentes de la espiritualidad femenina en la que las mujeres son mujeres reales. Son frágiles, rebeldes, a veces escandalosas, caen y se levantan, aman y dudan, se consagran y se pierden. Una nueva feminidad sagrada, libre para ser humanas.
Este nuevo paradigma emerge claramente en la evolución de la figura de las religiosas que recoge el cine. En “Doubt”, Meryl Streep es una monja estadounidense conservadora, severa y poco propensa al cambio, que choca con un párroco progresista, trayendo a la película el tema de la renovación de la Iglesia en los años sesenta. En “Dead Man Walking”, Susan Sarandon interpreta a una monja que valientemente decide ayudar a un hombre condenado a muerte que afirma ser inocente (la historia real de la hermana Helen Prejean, ahora de 86 años, conocida por su compromiso contra la pena de muerte). La monja en la gran pantalla ya no es solo la esposa silenciosa de Cristo, sino una mujer que vive su propio tiempo y cuestiona, elige y se opone. El camino de la vocación se encuentra con la rebelión. La santidad moderna no busca la perfección, sino la capacidad de habitar la duda sin perder la fe.
Sin embargo, la santidad no solo pertenece a quienes hacen votos. El cine contemporáneo revela formas de sacralidad que se manifiestan en la vida cotidiana. Como la de la dulce y protectora madre de “El árbol de la vida”, de Terrence Malick, quien introduce la distinción entre dos formas de vivir la vida, el camino de la Naturaleza (egoísmo, supervivencia, orgullo) y el camino de la Gracia (amor, humildad, compasión); o como la de la errante de “Nomadland”, de Chloé Zhao, quien tras perderlo todo elige vivir como nómada. Son figuras que preservan una relación con lo divino hecha de silencios, gestos sencillos y fidelidad cotidiana. Es una espiritualidad del umbral, discreta, esencial, no institucionalizada, que algunos consideran una poderosa forma de oración contemporánea.
Continuando con esta exploración, el cine no rehúye la historia de mujeres que parecen predispuestas a una espiritualidad más carnal, total y mística: el cuerpo femenino no es un obstáculo para la revelación, sino su instrumento. La santidad pasa por la carne, el dolor, el amor, el parto y las caricias. Es una espiritualidad encarnada que no huye del mundo, sino que lo transforma desde dentro. Emblemática es Ingrid Bergman en “Europa 51”, de Roberto Rossellini, en la piel de la esposa de un diplomático que tras la muerte de su joven hijo (quien se suicidó por sentirse abandonado), decide dedicar su existencia a aliviar el sufrimiento ajeno. De igual manera, Laura Samani en “Piccolo corpo” cuenta la historia de Agata, una joven del noreste de Italia a principios del siglo XX que da a luz a una niña muerta y no acepta que su hija permanezca como un alma perdida en el limbo porque el sacerdote no puede bautizarla. En estas narrativas, la maternidad se convierte en una forma de acceder a lo sagrado. No solo biológico, sino simbólico, espiritual y comunitario. La empleada de hogar Cleo, en “Roma”, de Alfonso Cuarón, que cuida del esposo, la esposa, la abuela, cuatro hijos y un perro de una familia adinerada, acoge la vida, la acompaña y la protege. Las madres espirituales del cine nos enseñan que la generatividad femenina va más allá de la biología porque es la predisposición del alma a nutrir y a hacer crecer.
Al ampliar nuestra mirada a diferentes tradiciones religiosas, en el cine descubrimos una vez más que la investigación espiritual femenina no puede limitarse a una sola fe. Las protagonistas de “La bicicleta verde”, “Persépolis” y “The Breadwinner” desafían la sumisión, pero defienden su fe y reinventan una relación personal con Dios. Wadjda, de la película “La bicicleta verde”, es una niña de 10 años que vive a las afueras de Riad, decidida a superar los límites que le impone su cultura. Marjane, de “Persépolis”, es una niña de 9 años de Teherán, rebelde e inconformista, que rechaza las rígidas normas de la sociedad iraní. Parvana, de “The Breadwinner”, es una niña de once años que creció en Kabul bajo el régimen talibán.
La fricción entre religión y modernidad emerge así en el cine como un tema constante. El judaísmo ortodoxo de “Kadosh”, el islam de “El viaje de Nisha”, el ambiente cristiano-ortodoxo de “Dios es mujer y se llama Petrunya” son contextos donde las protagonistas se ven llamadas a elegir entre heredar, rebelarse o reconstruir. La fe se pone a prueba y las mujeres encuentran la fuerza para trazar nuevos caminos. Particularmente significativa, desde esta perspectiva, es la imagen de la peregrinación, recurrente en el cine contemporáneo como metáfora del camino espiritual femenino, en la que los viajes físicos se convierten en representaciones de profundas transformaciones.
La joven Cheryl de “Wild”, en un momento difícil de su vida tras el fin de su matrimonio, los problemas de drogas y la muerte de su madre, emprende un largo y solitario viaje por las montañas del oeste de Estados Unidos. Tres meses de caminata por desiertos también interiores, un segundo matrimonio y dos hijos. El milagro de nuestro tiempo —nos sugiere la gran pantalla— es haber aprendido que se puede buscar a Dios sin renunciar a la propia humanidad.
En un mundo que exige a las mujeres serlo todo —fuertes, dulces, puras, decididas—, el cine reconoce lo sagrado en los rostros imperfectos de quienes buscan el sentido de sus vidas y nos recuerda que podemos ser simplemente humanas. Y que, en esta humanidad, aunque herida, se esconde algo eterno; algo que, para quienes creen, se asemeja a Dios.
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Hemos decidido dedicar un número especial de Mujeres, Iglesia, Mundo a esta historia coral en colaboración con la Rivista del Cinematografo, y con la ayuda de Don Davide Milani, director, y Valerio Sammarco, de la redacción.
Il Cinematografo es una revista mensual italiana de información cinematográfica fundada en 1928. Es una de las primeras publicaciones italianas del sector y la más antigua aún en activo. Es una revista especial, publicada por la Fondazione Ente dello Spettacolo, que promueve la cultura cinematográfica en Italia bajo mandato de la Conferencia Episcopal Italiana. Desde 2019, la Fundación también organiza el Lecco Film Fest. Promovido por Confindustria Lecco y Sondrio, es un festival innovador en el panorama italiano por su contenido y lenguajes, ya que ofrece una mirada íntegramente femenina al mundo del cine, la cultura y la sociedad.