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MUJERES IGLESIA MUNDO

De Tarkovski a Malick, lo femenino es resistencia

Donde lo sagrado se convierte en rebelión y gracia

 Dove il sacro si fa ribellione e grazia  DCMEN-007
05 julio 2025

“La mujer es quien hermoso el mundo... Nos trae la gracia que renueva las cosas”. Las palabras del Papa Francisco introducen a la perfección la relación simbiótica y visceral que existe entre lo femenino y el séptimo arte. Un puente entre lo visible y lo invisible, “lo femenino” en el cine de autor es la vía privilegiada de trascendencia, el espacio donde lo divino se manifiesta en la fragilidad de la condición humana. A través de las obras de cineastas de todo el mundo, gnósticas y agnósticas, ateas o creyentes, surge un hilo conductor que une a las mujeres con la búsqueda espiritual, la lucha interior y la revelación de la gracia. En las películas de grandes autores las mujeres no son simples personajes, sino figuras que encarnan el misterio, el sufrimiento redentor y, a veces, la radical alteridad de Dios.

El sacrificio y la rebelión

El gran cineasta ruso Andréi Tarkovski ha relacionado lo femenino con la memoria, la nostalgia y el sacrificio. En su película “Sacrificio” (1986), María, la esposa del protagonista Alexander, destaca por su actitud de resiliencia silenciosa, una aceptación del destino que en muchos sentidos recuerda la iconografía y la espiritualidad marianas. María no se opone al destino que se cierne sobre la familia: la amenaza de una guerra nuclear y el colapso del orden existencial. A diferencia de otros personajes que reaccionan con angustia, histeria o huida, María se mantiene firme aceptando el dolor y la incertidumbre con una calma casi sobrenatural.

Esta actitud evoca la figura de María al pie de la cruz, testigo silenciosa del sacrificio de su hijo. Como también ocurre en “Stalker. La Zona” (1979), con el monólogo final de la esposa que es una profesión de fe en el amor como única fuerza capaz de resistir el caos. La directora italiana Liliana Cavani, en “Francesco” (1966) y “Al di là del bene e del male” (1977), explora el misticismo a través de mujeres que desafían las convenciones como Clara de Asís, que abraza la pobreza como libertad (interpretada por Susanna Nicchiarelli), y Lou Salomé, que busca una verdad más allá del dogma. Para Cavani, lo femenino es una fuerza profética y desestabilizadora, como encarnan las santas rebeldes de la tradición cristiana.

El lugar donde se manifiesta la gracia

En Krzysztof Kieślowski, las mujeres nunca son simples personajes. Muchas veces, son vehículos de preguntas metafísicas, figuras entre lo visible y lo invisible, entre el destino y la libertad, entre el cuerpo y la trascendencia.

En muchos casos, son el rostro humano del misterio. En las películas de la trilogía “Tres colores”, el director polaco se centra en figuras femeninas que experimentan dolor y pérdida, y que, precisamente en ese trauma, entran en contacto con una dimensión más profunda y, por lo tanto, espiritual de la existencia. En “Azul” (1993), Julie (interpretada por Juliette Binoche) pierde a su esposo e hija en un accidente e intenta borrar todo vínculo, cada recuerdo. Es precisamente en ese intento donde comienza un viaje interior. Julie descubre que la libertad absoluta está vacía y que solo la conexión con los demás, la compasión y el amor, le permiten encontrar sentido. La espiritualidad aquí no es religiosa, sino radicalmente humana, hecha de duelo, silencio, música, visiones... A través de la mujer todo se encarna.

En “Rojo” (1994), Irene Jacob interpreta a Valentine, una joven que encarna la compasión, la escucha y el cuidado de los demás. Su encuentro con el juez misántropo los cambia a ambos. Ella ni predica ni juzga, sino que escucha. Y la escucha se convierte en un acto espiritual. En el cine de Kieślowski, donde la ubicación física de la iglesia está casi ausente, las mujeres se convierten en el lugar mismo donde se manifiesta la gracia. No predican, actúan. No explican, sienten. No dominan, se exponen. Su fuerza reside en la compasión, en la capacidad de acoger el misterio sin necesitar respuestas.

Roberto Rossellini, en su fase religiosa, confió a mujeres como Ingrid Bergman (en Europa '51, una película de 1952) el papel de portadora de Cristo. Irene, la burguesa que descubre la santidad entre los desheredados, se convierte en una Teresa de Ávila moderna, loca de amor. La espiritualidad, sin embargo, quizá no sea mística en el sentido tradicional del término, sino que se encarna más bien en gestos sencillos, en el trabajo, en la espera, en la paciencia. Las mujeres en las películas de Ermanno Olmi suelen ser presencias silenciosas, pero centrales; guardianas de una ética del hacer y el sentir, que se manifiesta en lo concreto de la vida cotidiana. En “El árbol de los zuecos” (1978), por ejemplo, las mujeres son quienes cuidan de la familia, apoyan al marido, crían a los hijos, pero también quienes transmiten la fe, quienes rezan y quienes transmiten valores más que palabras. En películas como “El oficio de las armas” (2001) o “Cien clavos” (2007), aunque el protagonista es masculino, es en la relación con la mujer donde surge la posibilidad de otro camino, no violento, humano y misericordioso.

Aquí no podemos dejar de recordar “Cuentos de Tokio” (1953) donde el director japonés Yasujirō Ozu, aunque no cristiano, creó un retrato de la abnegación femenina. Noriko, la nuera devota, encarna una bondad no recompensada, similar a las vírgenes prudentes del Evangelio.

Lo femenino para el otro

La mujer también se convierte en guía espiritual del hombre a través de su simple presencia, su mirada, su capacidad de escuchar, de vivir el tiempo sin dominarlo. En “Diario de un cura rural” (1951, basada en la novela homónima de Georges Bernanos) de Robert Bresson, un director ascético y riguroso, la condesa con su dolor silencioso es la interlocutora de un sacerdote en crisis. A través de ella se produce una revelación: la gracia actúa con humildad. También en “To the Wonder” (2012) de Terrence Malick, el protagonista masculino está dividido, es racional, incapaz de amar completamente, y la mujer representa lo que él no puede contener, es decir el infinito en una forma frágil y concreta. Baila en los campos, ama con intensidad y gracia, sufre: es materia y espíritu, juntos.

Esa gracia se convierte en una referencia directa en “El árbol de la vida” (2011). En la voz en off, el personaje de la madre se convierte en portavoz de un camino espiritual: “Hay dos caminos en la vida, el de la naturaleza y el de la gracia. Debes elegir cuál de los dos seguir”. En todos estos autores, la figura femenina nunca es simplemente un objeto de narración, sino que se convierte en vehículo para una experiencia de lo sagrado, de una tensión hacia lo Absoluto que se encarna en la realidad. Ya sea la pureza mística de Juana de Arco, la dolorosa humanidad de Irene en “Europa '51” de Rossellini, la silenciosa revelación de la madre en Malick… lo femenino se convierte en vehículo para una trascendencia que, como en el propio cine, se manifiesta a través de la imagen, el rostro y la luz que se filtra a través de la oscuridad de la condición.

de Emanuela Genovese