· Ciudad del Vaticano ·

MUJERES IGLESIA MUNDO

Viaje entre el renacer y el sufrir en el Mediterráneo

Pequeñas vidas en el mar

 Piccole vite  sul mare  DCM-006
07 junio 2025

Un llanto suave, dos ojitos negros y un cuerpecito de pocos centímetros dentro de un chaleco salvavidas desinflado. Así es como llega a mis brazos el pequeño Moisés. Su madre, desde la barcaza en la que se encuentra, ha pensado primero en salvarlo lanzándolo, literalmente, al bote de inflable de la Humanity 1, el barco de búsqueda y rescate de la ONG alemana SOS Humanity. Está oscuro a nuestro alrededor, el mar golpea con fuerza el bote inflable, la gasolina en el cuerpo de Moisés me hace temer que se me va a escapar en cualquier momento. Respiro. Él está en silencio, me mira y empieza a llorar como un niño recién salido del vientre de su madre. En los segundos que separan nuestro intercambio de miradas del regreso al frenesí del rescate, una cosa está clara: esto es esperanza.

El mar es el lugar donde aprendí el significado de la palabra “renacer” y el de la palabra “esperanza”, esta última la he visto encarnada en la mirada de aquella madre, dentro de esa pequeña barcaza mientras se mecía sin parar. La madre no habla ni tampoco llora, sino que decide confiar su cuerpo a las olas esperando que alguien la deje subir también al bote, pero, sobre todo, confía a su hijo. Mira hacia adelante, como si supiera que a partir de ese momento sus vidas dependen solo de lo que encuentren al otro lado del mar. “Si él está a salvo, yo también lo estoy”, me dirá más tarde a bordo del barco nodriza. Es lo único que sé de ella. La mujer pasa los cuatro largos días de navegación hacia el puerto de Génova con la mirada fija en el vacío y solo sonríe cuando Moisés hace alguna monería. Junto a ella, sentadas en sus camas dentro del espacio dedicado a las mujeres y los niños, hay otras once mujeres jóvenes, cada una con su propio bebé.

Huyeron de Sierra Leona y Costa de Marfil, y la mayoría desconoce quién es el padre de esos niños, nacidos de la violencia de la trata. “En el desierto, los traficantes nos secuestraron y abusaron de nosotras”, dice una de las mujeres. Amara está sentada en una de las camas de la izquierda. Su hijo Samuel juega con un muñeco que le han regalado los voluntarios del barco. “Tengo veinticinco años y vengo de Sierra Leona”, dice con voz firme. “Tuve a mi primer hijo a los dieciocho y nació tras una violación; luego tuve al segundo tras otra violación. La comunidad se burlaba de mí porque mis hijos no tenían padre. Para mí, cada día significaba revivir esa violencia; las miradas de la gente, sus bromas, todo me recordaba que había sido violada”, continúa impasible. “Cuando cumplí veintitrés años, decidí escapar con algunas amigas y mi prima, de veintidós años. Me vi obligada a dejar a mis hijos, uno de cuatro y el otro de siete, con una amiga con la esperanza de que algún día pudieran reunirse conmigo en Europa. De Sierra Leona fuimos a Guinea y de Guinea a Malí, luego a Argelia y luego a Túnez. Una de mis amigas murió en el desierto, de hambre y sed. Mi prima fue violada por los traficantes y luego asesinada”, explica con voz temblorosa.

Interrumpe el relato, se seca una lágrima y continúa: “Ella también tenía un hijo en Sierra Leona, un niño de tres años. La convencí de venirse en busca de un futuro mejor. Esperaba que lo lograra, que llegáramos juntas a Italia. No sabía cómo decirle a mi tía que su hija había muerto; todavía recuerdo como si fuera hoy cuánto lloró por teléfono cuando la llamé”. Amara continúa el viaje sola hacia Túnez, donde conoce al padre de Samuel, el niño que le devolverá la esperanza necesaria para encontrar el coraje de seguir adelante: “Tras el nacimiento de Samuel redescubrí por qué estaba allí, viajando, por qué huía; encontré la esperanza que necesitaba para seguir persiguiendo mi sueño de una vida mejor”, concluye.

La esperanza en la Humanity 1 está representada por Moisés cuando duerme tranquilo; encarnada en las manitas de Samuel jugando; y también, por qué no, reflejada en la sonrisa rota de Amara. La esperanza tiene tres meses, pesa poco más de cinco kilos y ya ha vivido un infierno, pero ha demostrado que el futuro, a pesar de todo, sigue llamando a la puerta y espera que alguien abra del otro lado.

de Lidia Ginestra Giuffrida