
El Papa Francisco había impulsado, casi de forma urgente, un cambio en el peso de la presencia femenina en la Iglesia. El sábado 15 de febrero, cuando ya llevaba veinticuatro horas hospitalizado, la oficina de prensa de la Santa Sede oficializó mediante publicación en el boletín un nombramiento que el Papa había anunciado en televisión: a partir del 1 de marzo de 2025, la franciscana Raffaella Petrini asumiría la presidencia de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, de la que ya era secretaria general desde 2021. Constituyó un punto de inflexión en el gobierno del Vaticano porque, por primera vez, el poder ejecutivo en la ciudad-estado, corazón de la Iglesia católica romana, correspondía a una persona no ordenada y además mujer. El Vaticano tiene una gobernadora.
Además, en aplicación de la Ley Fundamental del Estado de la Ciudad del Vaticano, Petrini también se convirtió en presidenta de la Pontificia Comisión compuesta por cardenales que tiene funciones legislativas. Es el órgano aprueba las leyes y otras disposiciones normativas y decide anualmente sobre los presupuestos definitivos y el plan financiero trienal. También en este caso, el nombramiento de Petrini representa una “primera vez” porque la misma Ley Fundamental establece que el cargo de presidente sea desempeñado por un cardenal. Esta vez no es así. En la Pontificia Comisión, Raffaella Petrini también trabaja con otra mujer ya que uno de los miembros del Colegio de Consejeros de Estado, al que se someten las cuestiones de Derecho, es Sor Alessandra Smerilli, economista e Hija de María Auxiliadora, nombrada por el Papa en 2019.
Es momento histórico. Ya con la nueva constitución de la Curia, Predicate Evangelium, promulgada el 19 de marzo de 2022, Francisco se había expresado decididamente a favor de una mayor participación de los laicos: “Cualquier cristiano, en virtud de su bautismo, es un discípulo misionero... La reforma (de la Curia) debe, por tanto, prever la participación de los laicos, hombres y mujeres, también en funciones de gobierno y de responsabilidad”. En este 2025 se aceleró en este propósito con un doble movimiento. Así, antes del nombramiento de Raffaella Petrini, el 6 de enero se produjo el de la misionera italiana Simona Brambilla como prefecta del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Brambilla es la primera mujer que dirige un departamento de la Curia romana y además un departamento de gran peso. Ella misma firmaría ya como Prefecta.
Para muchos es todavía muy poco. Ese Poder con P mayúscula permanece firmemente en manos de los hombres y no se ve socavado. Pero los movimientos de Francisco marcan los tiempos y son consecuencia del avance lento, pero constante de las mujeres en la Curia y el Vaticano. Entre 2013 y 2023, el porcentaje de mujeres que trabajaban en la Santa Sede pasó de casi el 19,2% al 23,4%. “En los Dicasterios vaticanos, donde ahora hay más mujeres que en el pasado y donde ocupan cargos más altos, el ambiente ha cambiado radicalmente. Basta con unas cuantas mujeres para que la Curia deje de ser ese estrecho círculo clerical que, por desgracia, se señala con tanta facilidad”, declaraba el cardenal Jean-Paul Vesco, arzobispo de Argel, en “Mujeres, Iglesia, Mundo” en marzo de 2024.
En un gesto sin precedentes, la hermana Raffaella Petrini ya había sido nombrada, junto con otras dos mujeres, como miembros del Dicasterio para los Obispos desde 2022, un papel crucial para la vida de la Iglesia. Es decir, tres mujeres contribuyen a la selección de los futuros obispos. Sus perfiles son indiscutibles. Junto a Petrini, están la francesa Yvonne Reungoat, ex superiora general de la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora, y la socióloga y virgen consagrada argentina María Lía Zervino, ex presidenta de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas y directora de la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Argentina. Competentes y con gran personalidad. En 2021, Zervino envió una carta abierta al Papa Francisco en la que escribió que lo que está en juego al nombrar mujeres no es “ocupar puestos para ser vistas como ‘floreros’ decorativos, o porque está de moda nombrar mujeres, ni alcanzar puestos para ‘escalar’ el poder”, sino que se trata de “servir a la Iglesia con los dones que el Padre Creador nos ha dado”.
Estos nombramientos de alto nivel han sido noticia en todo el mundo, pero son la culminación de un proceso que comenzó hace algún tiempo con menos ruido. Es necesario remitirse a 1915 para encontrar a la primera laica remunerada en el Estado Pontificio. Era una costurera italiana. En 1929 llegó la primera mujer graduada. Unos años más tarde, en 1934, cuando los nazis acababan de llegar al poder en Alemania, Pío XII llamó a la famosa arqueóloga judía Hermine Speier para que se hiciera cargo de los archivos fotográficos de los Museos Vaticanos. Hay investigaciones que demuestran que antes de ellas hubo otras colaboradoras.
Históricamente, el nombramiento de mujeres en puestos de responsabilidad comenzó con Pablo VI a raíz del Concilio Vaticano II. Pero fue con el pontificado de Jorge Mario Bergoglio que un número significativo de representantes femeninas llegó a la cima de las estructuras de poder de la Santa Sede. En 2014, menos de un año después de su elección al trono de Pedro, Francisco nombró a la socióloga británica Margaret Archer presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales. No se percibió como nada revolucionario porque veinte años antes Juan Pablo II había nombrado para el mismo cargo a la diplomática norteamericana Mary Ann Glendon.
El del pontífice argentino es el comienzo de un camino que no se ha interrumpido nunca. Tan solo dos años después, en 2016, se produjeron dos nombramientos papales que pusieron merecidamente en el punto de mira a dos mujeres: Paloma García Ovejero, una joven periodista española, se convirtió en subdirectora de la oficina de prensa de la Santa Sede; y Barbara Jatta, historiadora del arte italiana, se convirtió en directora de los Museos Vaticanos. Por supuesto que había mujeres en el mundo de la comunicación, así como en el del arte y de la cultura, incluso en el universo tradicionalmente masculino del Vaticano. Además, Jatta sucede a directores laicos, hombres, pero laicos. Constituía un hito importante porque, por primera vez, dos mujeres ocupaban un puesto directivo en dos instituciones de prestigio. Jatta dirige un gigante cultural, el tercer museo más grande del mundo y una importante fuente de ingresos para el Estado de la Ciudad del Vaticano. García Ovejero se convirtió en la primera mujer que pudo hablar en nombre del Soberano Pontífice.
Se paso de nombrar mujeres para roles secundarios a nombramientos de primera línea. Las subsecretarias, el tercer nivel directivo dentro de los equipos de alta dirección del Vaticano, eran algo común. Pablo VI había nombrado a una mujer como subsecretaria del Consejo para los Laicos. Juan Pablo II nombró a otra para la Vida Consagrada. Y Benedicto XVI nombró a dos más, respectivamente para la Vida Consagrada y para el Consejo Pontificio Justicia y Paz. Pero Francisco pisó el acelerador con mujeres como Gabriella Gambino y Linda Ghisoni, en el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida; Sor Carmen Ros Nortes en Vida Consagrada; sor Silvana Piro en la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica; Antonella Sciarrone Alibrandi en Cultura y a la Educación... Al principio, los detractores y los eternos pesimistas sostuvieron con escepticismo que se trataba de una operación cosmética, una serie de nombramientos limitados a campos que tenían poca influencia en la vida de la Iglesia universal.
Sin embargo, en enero de 2020 y febrero de 2021 se produjeron dos auténticos shocks dentro de las estructuras de poder de la Curia romana: dos mujeres en puestos de decisión que hasta entonces habían estado predominantemente asignados a clérigos. Francesca Di Giovanni, jurista italiana, se convirtió en la primera mujer en el cargo de subsecretaria en la Secretaría de Estado, el gobierno de la Iglesia, el Sacro Palacio por excelencia, considerado impenetrable en el imaginario colectivo. Sor Nathalie Becquart, javeriana francesa, se unió al equipo de gestión de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, el importante organismo creado por Pablo VI, independiente de la Curia Romana.
“La primera señal interna fuerte fue el nombramiento de una mujer de los Focolares, Francesca Di Giovanni, como responsable de asuntos multilaterales de la Secretaría de Estado en 2020”, escribe el teólogo Martin Pinet, autor de “Le pouvoir dans l’Église, on en parle? (Cerf, 2025). “Una mujer tenía bajo su autoridad no solo a los laicos o religiosos, sino también a sacerdotes y diplomáticos”. Por su parte, al convertirse en subsecretaria de la secretaría general del Sínodo de los Obispos, Nathalie Becquart, graduada de la prestigiosa escuela de comercio HEC de París, obtuvo automáticamente el derecho a voto en las asambleas generales del Sínodo de los Obispos, una brecha en un muro. La cuestión del derecho de las mujeres a votar en el Sínodo había estado en el centro de una amarga controversia durante las últimas asambleas y había recibido mucha cobertura mediática. Francisco marcó otro punto de inflexión importante dando un impulso al proceso.
A partir de ese momento todo se aceleró con una cascada de nombramientos y la inclusión de varias mujeres en el gobierno de la Iglesia. En 2020, de un solo golpe, seis mujeres, de quince miembros, se incorporaron al Consejo de Economía, el organismo que supervisa las actividades económicas. Una revolución para los estándares de la Curia romana. En 2021, se produjo un nuevo hito importante con el nombramiento de la religiosa y economista italiana Alessandra Smerilli como número dos del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, el cargo más alto jamás ocupado por una mujer. Francisco fue también el primer Papa que nombró mujeres como miembros de órganos curiales, una presencia cuyo peso no siempre se aprecia plenamente. Otra novedad durante el gobierno de Francisco fue el nombramiento de secretarias para las comisiones pontificias: Nuria Calduch-Benages para la Pontificia Comisión Bíblica; Emilce Cuda para la Pontificia Comisión para América Latina; Raffaella Giuliani para la Pontificia Comisión para la Arqueología Sagrada...
Un grupo de mujeres, todavía numéricamente limitado, pero competente y significativo, ocupa ahora un lugar en el centro de la escena. “Teológicamente - explica Martín Pinet - nada impide que un poder delegado sea ejercido por un laico, y por tanto por una mujer, porque en realidad todos los poderes ejercidos en la Curia son los llamados poderes delegados, es decir, ejercidos como participación en el ministerio del Obispo de Roma. Los nombramientos curiales femeninos son por tanto justos y saludables porque permiten distanciarse de la opinión, todavía difundida en algunos ambientes y carente de toda base teológica, de que los hombres están intrínsecamente hechos para gobernar y las mujeres para servir, y que en las mujeres hay factores incompatibles con el ejercicio del poder”.
El 16 de abril, cinco días antes de su muerte, dirigiéndose a la rectora de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, Elena Beccalli, Francisco repitió: “Cuando las mujeres mandan, las cosas van bien”.
de Romilda Ferrauto y Marie-Lucile Kubacki
Responsable de la sección Religión de «La Vie»