El Sínodo abre un camino
El Sínodo comenzó un camino de reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres en la Iglesia. Los documentos hablan tanto de la participación en los procesos de gobierno y de toma de decisiones, como de los roles pastorales y ministeriales. El Documento Final reconoce que nada impide a las mujeres desempeñar estas funciones en la Iglesia. El problema no es teológico. La causa está tanto en la cultura eclesial, que no promueve a las mujeres como sujetos con plenos derechos, como en el modelo institucional actual, que no favorece “una sana relación entre hombres y mujeres”. El Documento para la Etapa Continental invitó a la creación de una nueva cultura eclesial, con prácticas y estructuras que reconozcan los “derechos y deberes” que derivan de la dignidad bautismal.
El cardenal belga Léon-Joseph Suenens afirmó, tras el Concilio, que “no existe ningún super bautismo, ni casta, ni privilegio. Debemos tomar conciencia de estas verdades fundamentales, porque son esenciales para la vida de la Iglesia e influyen en todas nuestras decisiones, en todas nuestras actitudes”. Sin embargo, en el proceso sinodal, los miembros de la jerarquía indican que “como obispos, reconocemos que la teología bautismal a la que dio impulso el Concilio Vaticano II... no ha sido suficientemente desarrollada”. Por tanto, la incorporación de la mujer a las estructuras eclesiales, lejos de ser un gesto de buena voluntad, se basa en esta verdad teológica porque “en virtud del Bautismo, el hombre y la mujer gozan de igual dignidad en el Pueblo de Dios”.
Sobre la base de esta teología, el Sínodo pidió que se aplicara “la legislación vigente sobre el papel de la mujer”. Un caso reciente es el nombramiento por parte del Papa Francisco, por primera vez, de una mujer Prefecta del Dicasterio para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Aunque también nombró a un cardenal como pro-prefecto. Se trata de un cargo que antes no existía, pues es costumbre que el Prefecto tenga únicamente un secretario y un subsecretario como colaboradores. En este caso se aplicó la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, que permite a personas no ordenadas dirigir organizaciones, no solo con funciones consultivas sino también deliberativas. Sin embargo, los nombramientos tienen lugar en el marco de la delegación de poder del sacramento del Orden y no sobre la base del bautismo.
Es necesario dar un paso más y pensar en reformas estructurales a partir del Bautismo, lo que implica una reconfiguración de la identidad y del ejercicio del poder de los sujetos en la Iglesia, ya no basada en el sacramento del orden, sino en la igualdad radical de la dignidad bautismal, sino en modelos de cogobierno y de “decisión compartida”, de un “nosotros eclesial”. Este será uno de los desafíos de la tercera fase de implementación del Sínodo para el desarrollo de una Iglesia sinodal.
de Rafael Luciani
Teólogo laico, consultor del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño y la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas, entre los Expertos del Sínodo (de Venezuela)