A principios de este año, la Conferencia Episcopal Italiana promulgó las nuevas Líneas Guía y Normas para los Seminarios que prevén la participación de figuras femeninas en la formación de los futuros sacerdotes. El obispo tendrá la posibilidad de incorporar mujeres a la formación de los sacerdotes si tienen “competencias particulares”, teniendo en cuenta la “significativa contribución que el carisma y la sensibilidad femenina pueden ofrecer a la formación de los seminaristas”.
En concreto, las mujeres “que tengan un conocimiento” sobre el candidato, podrían aportar su contribución en el juicio final del Rector sobre el seminarista. Probablemente se piensa en las figuras (madres, laicos y consagradas) conocidas en la comunidad de origen y en las de la actividad pastoral de los seminaristas. Más significativamente, se considera oportuno que durante el camino preparatorio –solo el período inicial de formación– el sacerdote responsable, con el consentimiento del obispo, “sea sostenido por un grupo de formadores masculinos y femeninos”, precisamente para recordar la naturaleza eclesial del discernimiento.
Mientras esperamos a ver cómo los obispos italianos implementarán estas cautelosas (pero ya audaces) aperturas, podríamos tener en cuenta también dos figuras femeninas, ya presentes bajo el radar en la formación de los futuros sacerdotes. Me refiero, en primer lugar, a las mujeres que aún hoy forman la mayoría del personal del seminario, cada una en su propio rol (limpieza, guardarropa, secretaría, administración, conserjería, etc.). En segundo lugar, están también las “ancianas” de la parroquia, es decir, las asistentes habituales a las liturgias de la mañana quienes, en su actividad rutinaria, parecen no darse cuenta de nada y, en cambio, a menudo notan lo que a muchos otros se les escapa.
Estas figuras, cada una desde su perspectiva, advierten detalles a menudo escondidos al conocimiento directo de los formadores: La manera de respetar a los subordinados, de ignorar o incluir a desconocidos en un grupo, de formular las propias peticiones y manifestar el propio descontento, de defender la propia imagen y de dejar pasar en voz baja comentarios sobre los ausentes; pero también la naturalidad con que surge la referencia a Dios al tratar de las cosas más cotidianas.
Mientras esperamos ver cada vez más a mujeres implicadas en relaciones asimétricas y simétricas en la formación de los seminaristas (docentes, directoras espirituales, formadoras vocacionales, psicólogas, etc.), tal vez sería muy provechoso prestar más atención a estas figuras (dependientes y mayores) que, como “subordinadas”, notan desde la distancia lo que en muchas ocasiones escapa en las relaciones más cercanas y asimétricas.
de Pierluigi Banna
Sacerdote de la diócesis de Milán y Patrólogo