· Ciudad del Vaticano ·

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Ochenta años desde el final de la IIGM

Las religiosas partisanas, heroínas olvidadas

 Le suore partigiane  DCM-004
05 abril 2025

Las ocho monjas de Sainte-Agonie, en París, con su superiora Madre Jean, acogieron la sede de la organización partisana de Claude Arnould, el “coronel Olivier”, donde escondieron receptores y transmisores en la sacristía. Por su parte, Josefa Mack (más tarde Hermana Imma), novicia de las Hermanas Escolásticas de Nuestra Señora, Arme Schulschwestern von Unseren Lieben Frau, en Freising, Alemania, y bajo el nombre clave de Mädi se jugaba la vida llevando mensajes dentro y fuera del campo de concentración de Dachau, donde, entre otros, estaban concentrados cientos de sacerdotes de toda Europa.

Sor María Restituta Kafka, de las Hermanas Franciscanas de la Caridad Cristiana, trabajaba como enfermera jefe en un hospital cerca de Viena y cuando estalló la guerra, escribió un poema antinazi que llamaba a los soldados austríacos a desertar y lo hizo circular clandestinamente. Fue detenida, condenada a muerte y guillotinada. Después de la guerra, Sor Restituta se convirtió en uno de los símbolos de la resistencia católica antinazi y en 1998 Juan Pablo II la proclamó beata.

Ocurrió en toda la Europa ocupada. En Holanda y en Bélgica, la ayuda prestada a los judíos perseguidos fue impresionante, hasta el caso extremo de una monja de Turnhout, cerca de Amberes, que para salvar a un judío de la deportación aceptó casarse con él en una ceremonia civil. En Italia, en Milán, la historia de Sor Enrichetta Alfieri es conocida también por su beatificación en 2011: trabajaba en una cárcel femenina. Con la llegada de los alemanes en 1943, Sor Enrichetta organizó las conexiones entre el interior y el exterior: mensajes, informaciones y bienes materiales que hacía pasar de un lado al otro. Sin embargo, un mensaje fue interceptado y la hermana Enrichetta fue arrestada y encerrada en una celda de aislamiento, en el sótano de esa misma prisión, a la espera de la sentencia de muerte o la deportación. El cardenal Alfredo Ildefonso Schuster, a través de sus contactos cercanos Mussolini, logró salvarla con la promesa de trasladarla a una especie de confinamiento.

“En el marco del compromiso de quienes dieron acogida a judíos y refugiados, hubo algunas monjas en la Europa ocupada que fueron un paso más allá y fueron muy activas, sobre todo, protegiendo a los partisanos heridos y colaborando con la Resistencia”, afirma el profesor Giorgio Vecchio, historiador, autor del libro “Il soffio dello Spirito. Cattolici nelle Resistenze europee” que es una impresionante recopilación de episodios. Muchas de estas historias en la Italia ocupada entre 1944 y 1945 permanecieron desconocidas o fueron olvidadas con el paso del tiempo. Sor Albarosa Inés Bassani escribió “Le suore della libertà”, libro que reconstruye lo que hicieron las doroteas de Vicenza. Arriesgando sus vidas, escondieron judíos, soldados desertores y prisioneros fugados. Entre sus amplias faldas negras escondieron mensajes de los partisanos, aunque tampoco dejaron de ayudar a los soldados alemanes o fascistas si se los encontraban heridos. Para ellos lo único que importaba era “salvar al hombre que lo necesitara”.

Las doroteas estaban repartidas por la región del Véneto. En la pequeña ciudad de Dolo, cerca de Venecia, donde dirigía una residencia de ancianos, la hermana Urbanina acogió en la buhardilla a cinco ingleses que habían escapado de un campo de prisioneros. En los últimos meses de la guerra envió a dos hermanas enfermeras a un encuentro con una misión clandestina aliada que llevaron una radio bidireccional oculta entre jeringas y gasas. Al ser detenidas en un puesto de control alemán, se salvaron diciendo que se apresuraban a ayudar a una persona gravemente enferma. En la cárcel de San Biagio, en Vicenza, sor Demetria Strapazzon no dejó de ofrecer consuelo a los detenidos y, al mismo tiempo, hacía de enlace entre los presos políticos y los dirigentes del Comité de Liberación Nacional. Logró salvar a cuatro jóvenes de ser fusilados acusados de poseer una radio y documentos comprometedores. También salvó la vida de la madre canosiana Luisa Arlotti, encarcelada por haber escondido y curado a partisanos heridos.

La gran fábrica de lana de Vicenza se había convertido en un centro de la Resistencia. En la guardería anexa, la madre Luisa Arlotti escondió a dos partisanos heridos. Mientras todos estaban en la capilla, los dos heridos entraron por el refugio antiaéreo y se escondieron en una habitación del piso superior, con la puerta tapada por un armario. La madre Luisa siguió acogiendo a otros partisanos heridos y antiguos prisioneros. Solo lo supieron la portera y la cocinera. El director de la fábrica de lana a su vez mandaba al médico y a la enfermera de la empresa para las curas a los heridos. Cuando la Casa Madre en Verona descubrió los hechos, trasladó a Madre Arlotti a un convento en Venecia con la esperanza de que pudiera escapar de la vigilancia nazi, pero el Comando Alemán fue alertado por un informante y fue arrestada.

En el mismo período, en Piamonte, en las montañas de Biella, sor Teresina delle Maddalene, Luisa Brusa de nacimiento, colaboraba con una escuela infantil para niñas pobres y huérfanas, Casa Betania. Era una zona de guerra partisana y la comida era muy escasa. La hermana Teresina se hizo amiga de un comandante que le llevaba comida, ropa y zapatos para las niñas, que necesitaban de todo. Se había formado como enfermera y se ofreció para cuidar y esconder a algunos partisanos heridos. En una ocasión, para trasladar a un partisano herido al hospital de Turín, lo disfrazó de monja.

Sor Carla De Noni, del Santuario de Santa Lucía, en Villanova Mondovì, Cuneo, pudo incluso haber coordinado el Servicio X, es decir, la inteligencia del movimiento partisano en Liguria y el Bajo Piamonte, en estrecha relación con los agentes británicos. Su historia la relata el periodista Daniele La Corte en el libro “Resistenza svelata”.

Mientras tanto, en Liguria, en el Hospital Santa Corona de Pietra Ligure, cerca de Savona, dos monjas enfermeras montaron “una planta fantasma” para tratar a partisanos y judíos en las narices de los ocupantes. La hermana Artemisia recibirá la Medalla de Oro al Valor Militar.

Además de sor Enrichetta Alfieri, hubo muchas monjas en Milán que cooperaron con la Resistencia. La madre Rosa Chiarina Scolari, superiora del Instituto de Reparación acogió al comando del Cuerpo Voluntario de la Libertad. De allí emanaban las órdenes para los partisanos. En el desfile oficial para celebrar a los partisanos, el Comité de Liberación Nacional invitó oficialmente a las monjas de la Casa de Nazaret y con mayúsculas el periódico católico Il Popolo tituló: “Dos monjas en el desfile. Conspiradoras en clausura”.

La lista podría continuar. El profesor Vecchio concluye: “Es hora de describir mejor la contribución de los católicos, incluidos los religiosos, a la guerra partisana. En Francia hubo muchos más reconocimientos. De Gaulle incluso mandó producir un sello en horno de una religiosa partisana. Pero en Italia no fue así y se impuso el clima de Guerra Fría, el movimiento comunista casi monopolizó la historia de la Resistencia y yo diría que ambos bandos intentaron hacer olvidar la colaboración”.

de Francesco Grignetti
Periodista de «La Stampa»