
La imagen de la artista femenina se relaciona muchas veces con la de la locura. En el imaginario colectivo del pasado, la creación femenina se reducía a un acto impulsivo, irracional, casi febril. Una narrativa que, aunque deriva de la tradición patriarcal, encuentra encarnaciones complejas y asombrosas en algunas figuras de la historia del arte. Pensemos, por ejemplo, en Camille Claudel (1864-1943), escultora extraordinaria, alumna de Auguste Rodin, cuyo talento quedó eclipsado por su atormentada relación con su maestro. Muchas veces, su arte se percibió como una expresión de inestabilidad emocional más que como la de un genio creativo, hasta el punto de que su familia la internó en un manicomio donde pasó los últimos treinta años de su vida olvidada por todos. Otro triste ejemplo es Séraphine Louis (1864-1942), conocida como Séraphine de Senlis, una pintora autodidacta cuyo talento fue descubierto tardíamente por el crítico y coleccionista Wilhelm Uhde, para quien la mujer trabajaba. Sus obras, caracterizadas por colores intensos y motivos florales casi visionarios, fueron interpretadas más como fruto de una inspiración mística y obsesiva y no de un auténtico proceso artístico. Después de una crisis nerviosa debido al colapso de su carrera durante la Gran Depresión, también fue internada en un hospital psiquiátrico donde murió sola.
Sin embargo, hay artistas que no han sufrido pasivamente la locura, ni se han dejado definir por quienes las consideraban “diferentes”, sino que han transformado su alienación en un poderoso medio creativo y una herramienta expresiva revolucionaria. Entre ellas se encuentra Yayoi Kusama, nacida en 1929 en Japón, hoy una de las artistas vivas más famosas del mundo por su lenguaje visual marcado por la obsesión y la repetición, en constante diálogo con su psique. Desde pequeña, fascinada por los dibujos del mantel familiar, sufría alucinaciones, experiencia que logró transformar en fuente de inspiración desde su juventud. En la década de 1950, Yayoi Kusama abandonó Japón para trasladarse a Nueva York, deseosa por establecerse en la escena artística de vanguardia. Antes de partir, escribió a Georgia O’Keeffe (1887-1986), a quien admiraba profundamente, pidiéndole consejo sobre cómo abrirse camino en el mundo del arte en Estados Unidos.
La artista estadounidense, que pasó por períodos de fragilidad psicológica hasta el punto de interrumpir su carrera por un largo tiempo, la animó y le dio varios consejos sobre cómo abrirse paso en el mercado de arte local. Durante este período Kusama desarrolló sus famosas Infinity Nets –también título de su autobiografía–, grandes lienzos cubiertos de marcas obsesivamente repetidas que, al igual que sus instalaciones de espejos y lunares, son intentos explícitos de dominar la ansiedad y el vacío interior. Convencida de que “nuestra tierra es solo un punto entre un millón de estrellas en el cosmos”, Kusama comenzó a crear obras capaces de disolver la estructura y el centro, sumergiendo al espectador en un vórtice sin límites para explorar lo desconocido.
Pero el éxito no le impidió caer en profundas crisis y en 1977 decidió voluntariamente vivir en una clínica psiquiátrica en Japón. Hoy, Kusama es conocida por su arte inmersivo y cautivador y por las Infinity Rooms Immersive con las que ha transformado el trastorno obsesivo-compulsivo en un rasgo estilístico icónico, tanto que también ha influido en la moda, como demuestra su colaboración con Louis Vuitton en 2023. Al integrar la terapia en su proceso creativo, la obra de Kusama demuestra el poder del arte para sanar, transformar y trascender fronteras, convirtiéndose en un medio de conexión infinita.
Un emblemático caso italiano es el de Carol Rama (1918-2015), artista visionaria y rebelde que supo subvertir las narrativas impuestas sobre la locura y la feminidad. Aunque su infancia transcurrió en condiciones cómodas, su vida pronto estuvo marcada por profundos traumas, como el suicidio de su padre y el internamiento de su madre en un manicomio, acontecimientos que influyeron en su sensibilidad artística y transformaron la pintura en una forma de curación y supervivencia. Sus primeras obras muestran cuerpos femeninos en poses explícitas y perturbadoras que provienen de sus recuerdos de las visitas a su madre: “[…] No entendía que estaba en un ambiente de hospital psiquiátrico y […] he visto a estas mujeres, agachadas en el suelo, con las piernas abiertas, el trasero al aire, y pensé que todo el mundo era así, ¿no?”.
Así es como su percepción del mundo se transforma, llevándola a considerar la normalidad como una construcción social y a reconocer la locura como una condición que desafía las convenciones. La imagen de aquellas mujeres, alejadas de las expectativas sociales, ayudó a configurar su propuesta artística, en la que la irregularidad, la transgresión y el sexo como instrumento de lucha, se convirtieron en elementos esenciales de su arte.
Carol Rama nunca se definió como loca, pero jugó con el concepto de “desviación”, rechazando las etiquetas psiquiátricas y transformando el dolor en arte subversivo. Su producción ha pasado por diferentes etapas, desde las primeras acuarelas hasta las obras más atrevidas, culminando en trabajos que cuestionan la locura y la marginalidad. Hoy es reconocida como una de las artistas más originales y revolucionarias del siglo XX, celebrada por su capacidad de subvertir la frontera entre la normalidad y la locura, la intimidad y la provocación. Su exploración del cuerpo y la materia, lejos de etiquetas fáciles de consumir, ofrece nuevas claves interpretativas para su obra que sigue siendo un poderoso acto de rebelión y libertad, en el que la locura se convierte en una forma extrema de lucidez y el sexo en una herramienta para la lucha social y política.
Las historias de estos artistas demuestran cómo la locura, real o percibida, puede reelaborarse en un lenguaje artístico innovador y liberador, sacándola de la retórica de la debilidad y transformándola en un arma de emancipación. Kusama, Rama, Claudel y Séraphine de Senlis enfrentaron el estigma convirtiéndolo en creación, demostrando que la frontera entre el genio y la inestabilidad es a menudo una construcción cultural más que una verdad absoluta. Su “locura” no es una condición pasiva, sino una fuerza generadora, un campo de exploración que las ha llevado más allá de los límites impuestos por el sistema del arte. En una época en la que el concepto de normalidad se cuestiona constantemente, su obra nos recuerda que la locura, más que una enfermedad, puede ser una forma extrema de lucidez.
de Giorgia Calò
Historiadora y crítica de arte, Directora del Centro de Cultura Hebrea de la Comunidad Judía de Roma