
Cuando una mujer habla demasiado alto y se atreve a decir verdades incómodas, desafía el orden establecido y no pocas veces se la tilda de “loca”. Las primeras mujeres que rompieron el silencio contra la mafia estaban locas. Locas también eran las madres argentinas de Plaza de Mayo que pedían la devolución de sus hijos desaparecidos, o al menos de sus cuerpos. El comportamiento de las místicas, que encontraron en los éxtasis y las visiones un canal para expresar una espiritualidad profunda y revolucionaria, fue visto como algo que estaba en los límites de la razón. Las poseídas y las brujas eran consideradas herejes. Incluso las por locas tomaron a las jurodivaja, en la tradición rusa las mujeres que seguían a Cristo y que vivían al margen de la sociedad.
Por supuesto, el precio a pagar ha sido muy alto. Muchas mujeres “locas” fueron perseguidas, encarceladas, torturadas o quemadas en la hoguera. Otras fueron recluidas en instituciones psiquiátricas, sometidas a “tratamientos” brutales, privadas de su dignidad y de su voz. La sociedad ha intentado por todos los medios protegerse de estas conciencias inquietas. El hecho es que las mujeres, históricamente privadas del derecho a hablar en público, han aprendido a utilizar esta etiqueta como una protección, transformando el estigma en poder.
Las sufragistas de principios del siglo XX abandonaron conscientemente la compostura requerida a las damas de su tiempo y se implicaron en acciones consideradas “locas”: encadenarse a las puertas, ayunar hasta el agotamiento o enfrentarse a la violencia y el escarnio. El feminismo mismo, en sus inicios, fue considerado una manifestación de locura colectiva.
Y, sin embargo, también gracias a estas mujeres que se atrevieron a abrazar la locura como postura existencial, que rompieron el silencio y la inmovilidad, hoy podemos imaginar un mundo diferente. Su ímpetu ha sido generativo, a la vanguardia del cambio, una anticipación de revoluciones sociales y culturales que transformaron nuestra forma de vida. Hildegarda de Bingen, Catalina de Siena, Teresa de Ávila, Teresa de Lisieux, hoy Doctoras de la Iglesia, fueron voces femeninas proféticas.
La biblista Marinella Perroni escribe que esta dinámica surge en las raíces mismas del cristianismo. Las mujeres fueron las primeras testigos de la resurrección de Cristo. María Magdalena y las otras que fueron al sepulcro, encontrándolo vacío, llevaron la extraordinaria noticia a los apóstoles, quienes inicialmente “lo tomaron por un delirio y no las creyeron” (Lc 24,11).