· Ciudad del Vaticano ·

El diácono Francisco José García-Roca López reflexiona sobre su ministerio

“Ver a un hermano en el que no tiene nada”

 “Ver a un hermano en el que no tiene nada”  SPA-003
07 marzo 2025

Lorena Pacho Pedroche

La del diácono Francisco José García-Roca López (Melilla, España, 24/6/1965) es una historia de fe, entrega y servicio. En su trayectoria, marcada por su labor con las misioneras de la caridad, ha conocido las llagas de la humanidad, ha acompañado a los que pasan necesidades y se ha dedicado a hacer el bien, sin esperar nada a cambio. Este melillense de nacimiento y gaditano de adopción, militar en excedencia, psicólogo, en la actualidad trabaja como orientador en la enseñanza pública, compaginándolo como perito en tribunales eclesiásticos, dónde ha realizado más de medio millar de valoraciones psicológicas. Al salir de la academia militar fue destinado a la ciudad norteafricana que le vio nacer, a Melilla, y allí coincidió dando catequesis con Monseñor Ramón Buxarrais, que había pasado a ser obispo emérito de Málaga y se dedicaba a una obra asistencial, la Gota de Leche. D. Ramón, que había sido el responsable del Diaconado Permanente de España, le animó a plantearse el discernimiento vocacional al ministerio del diaconado. De Melilla fue destinado a la Guardia Real y por esa época comenzó como voluntario con las misioneras de la caridad de Madre Teresa de Calcuta. Mientras tanto, comenzó el noviazgo con Belén, juntos viajaron con las misioneras como voluntarios a Tánger, Marruecos. Se casaron el 12 de octubre de 1996 y tienen cuatro hijas y dos nietos. Después de cinco años de formación fue ordenado diácono en 2006 de manos de D. César A. Franco entonces obispo auxiliar de Madrid, y pasó a desarrollar su ministerio en la parroquia de San Fulgencio y San Bernardo. Desde hace unos cursos, coordina la formación de los futuros diáconos en Madrid. Pasa muchas temporadas junto al convento cisterciense de Liérganes, diócesis de Santander, colaborando como diácono por los pueblos cercanos. Semanalmente conduce por la noche una furgoneta para llevar a las misioneras de la caridad en busca de las personas que pasan la noche al raso, para llevarles alimentos, mantas y unas palabras de esperanza y también se turna como voluntario pasando noches en el albergue de enfermos VIH. En esta entrevista con L’Osservatore Romano comparte sus experiencias como diácono permanente y reflexiona sobre este ministerio marcado, como ha recordado el Papa Francisco, por el perdón, el servicio desinteresado y la comunión.

¿Cuándo descubrió su vocación diaconal?

Bueno, siempre digo que sobre la vocación hay que preguntar a mi mujer porque ella dice que desde que me conoció ya tenía el tema del Diaconado rondándome la cabeza. Recuerdo que tenía muy claro que lo mío no era el sacerdocio. No pocos presbíteros que me veían muy implicado con la Iglesia me preguntaban si quería entrar en el seminario, y la verdad es que yo tenía muy claro que lo mío era el matrimonio. Pasado los años, y una vez felizmente casado me preguntaba “Oye, ¿Yo por qué tenía tan claro que no quería ser sacerdote?” Hoy al ver a mi mujer, mis hijas y ahora mis nietos, encuentro la respuesta: lo mío era el servicio, el Diaconado. Sí que es cierto que en la primera noticia sobre esta vocación vino por el trato con Monseñor Ramón Buxarrais, que al verme implicado en la parroquia y al saber que tenía vocación al matrimonio, me preguntó si conocía el Diaconado.

¿Cómo vive su ministerio, cuál es su inspiración?

Pues como un regalo que es y del que no soy digno, dando diariamente gracias al Señor por haberse fijado en mí para ser diácono suyo, servir a la Iglesia y a todos los hombres, y muy especialmente a los pobres.

Mi inspiración es la de esa mujer menudita en tamaño, pero gigante en su ejemplo de entrega a los más pobres. Claro, me estoy refiriendo a Santa Teresa de Calcuta, que fundó las misioneras de la caridad y cuyo Hogar de Madrid el Señor puso cerca de casa y ellas me enseñaron a ver a un hermano en el que no tiene nada y contribuyeron a hacer más grande mi amor a la Iglesia. Con ellas atendí a los que querían comer en el comedor, pasaba noches en la época en la que el SIDA hacía estragos entre los jóvenes y se nos morían semanalmente, he acompañado a hacer la cola de la metadona a quienes estaban con el síndrome de abstinencia y hemos viajado la familia desde que mis hijas eran pequeñas hasta la actualidad en nuestras vacaciones para hacer voluntariado con ellas. Pues gracias a Dios sigo colaborando con ellas en labores preciosas como asistir en la calle a los que pernoctan sin hogar, cuidar los enfermos VIH en el Hogar por la noche y otras menos vistosas, pero para ellas importantes, sobre todo ir a trasladar alimentos como conductor. En Madrid somos ya cinco los que hemos profundizado la vocación al diaconado en el contexto de las misioneras de la caridad, escuchando la llamada de Cristo Siervo en la cruz ¡Tengo Sed! y saciarla encontrándole a él entre los más pobres de los pobres.

¿Cuáles considera que son los elementos esenciales de la tarea de un diácono?

Hay que subrayar que la ordenación del diácono es para el “ser”, no para el “hacer”. Por ello las tareas dependerán de las circunstancias y el contexto en el que le toque vivir en ese momento al diácono. Si el diácono tiene hijos debe ser su prioridad servirlos a ellos, o si tiene padres mayores. Igual en su trabajo, así como con los vecinos del barrio. En fin, los elementos esenciales creo que deben ser en el orden de su vida matrimonial, familiar, laboral y claro en la medida que pueda laboral. No es fácil, pero aseguro que se disfruta mucho. Y por supuesto no descuidar el trato con Dios, especialmente la misa y la oración.

¿Cómo ayuda a discernir a quienes se plantean iniciarse en el diaconado?

Como vivimos nuestro ministerio inmersos en el mundo, es importante que conozcan cómo se devuelven los diáconos en los distintos campos cotidianos, en el día a día. El discernimiento debe ser conjunto con las esposas, ya que no es un camino, en el caso de los casados, que se pueda recorrer solo. La mujer tiene un papel crucial de acompañamiento y por eso previamente a la ordenación se pide su consentimiento. Es parecido a cuando los que esperan un hijo, a pesar de que la embarazada es la mujer dicen “estamos embarazados”. Pues a pesar de que el que recibirá la ordenación será el esposo, pueden decir, “estamos camino de la ordenación”. En Madrid se han creado Grupos de Tutoría, que en torno a un diácono tutor y su esposa tres o cuatro matrimonios de aspirantes al diaconado se reúnen periódicamente en los hogares y así las esposas de los que están en discernimiento conocen a las esposas de los diáconos, su entorno y familia.

Y por mi parte no dejo de animar con aquello de si has encontrado algo que te hace muy feliz, no puedes quedártelo para ti solo, debes compartirlo.

¿Cree que es necesario promover la vocación diaconal?

Sin duda, porque estos tiempos que vivimos hacen propicio la difusión y promoción de este ministerio. El diácono vive en contacto directo con las realidades del mundo. Al estar integrado en su comunidad, tiene la oportunidad de ejercer una pastoral más cercana y accesible. Su vida cotidiana le permite llevar el mensaje cristiano en espacios donde muchos otros no llegan. El trabajo, las interacciones en el barrio, los encuentros en el colegio de los hijos o incluso las compras diarias son momentos en los que el diácono puede ejercer como testigo de Jesucristo. Sería oportuno animar las vocaciones jóvenes para que pudiesen ejercer un ministerio largo y seguro que fecundo.

Es el momento del diaconado y puede hacer mucho bien a la Iglesia, y en especial a los pobres.

¿Cómo se compatibiliza el diaconado con el matrimonio y la familia?

Yo creo que es compatible y el grado de implicación en el ministerio debe venir unido a la conciliación con la familia, pero no hay que tener miedo y pensar en aquello de “recibirá el ciento por uno”, o lo de “dando, se recibe”. Puedo asegurar que es bueno para el matrimonio y para la familia, y que el recorrer de la vida nos ha hecho ver a mi mujer y a mí que cuanto más damos, más felices somos».

Descríbanos, por favor, un día cotidiano en su vida.

Pues prácticamente igual que la de cualquier vecino, con mis obligaciones laborales y familiares. Todas las mañanas comienzo rezando laudes, para después ir al trabajo y al salir recojo del colegio a mi hija, y al llegar a casa me voy a buscar a mi mujer que ha ido a recoger a mi nieto, después misa y al llegar, rezamos mi mujer y yo vísperas. Por supuesto también hay en medio actividades cotidianas, como ir a la compra, tender la ropa, etc.

Lo que intento es que el tiempo que otros dedican a actividades como ver el fútbol o a ir al gimnasio, lo dedico a visitar a ancianos y llevarles la comunión, o a repartir por la noche mantas a quienes duermen en la calle.

Puede compartir alguna anécdota de este ministerio, desconocido para parte de la Iglesia.

Recuerdo en vacaciones, en Santander, el párroco me pidió que celebrara La Palabra en el horario que normalmente era el de la misa principal del pueblo, que tiene un templo enorme y estaba muy llena de gente. Al final de la celebración, en el momento en que estaba dando la comunión, una señora que estaba en la fila me dijo, justo cuando le daba de comulgar y le decía: “El cuerpo de Cristo”: "¡Padre, se le ha olvidado consagrar!". Le pedí que siguiera y que luego lo explicaría. Antes de despedir al pueblo les dije que quizás algunos no eran asiduos a esa zona y desconocían que yo era diácono, por lo que lo que habíamos hecho era una Celebración de la Palabra, y por lo tanto no había consagración. Aproveché para animarlos a rezar por las vocaciones sacerdotales.

Un momento particular de su trayectoria.

Durante la pandemia yo diariamente acudía al cementerio a dar responsos, eran muy numerosas las exequias y yo prácticamente me encontraba rezando solo, únicamente con el difunto y acompañado tan solo del conductor del vehículo fúnebre, pero participaba diariamente en la misa con mi párroco, y al regresar a casa, llevaba la comunión para recibirla en una celebración toda la familia. Pues recuerdo este tiempo que estuvimos confinados por la pandemia como un momento muy especial, ya que, a pesar de vivir situaciones durísimas, creo que fueron momentos que estuvieron llenos de gracia y para mí desde luego, más razones para darle gracias a Dios por este regalo que es el diaconado, del que no soy digno.