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Fe y ciencia: Así nació la sanidad en el siglo XV

Sibilla De Cetto, pionera de los hospitales modernos

 Sibilla De Cetto, la pioniera degli ospedali moderni  DCM-001
04 enero 2025

El cuidado de los enfermos no era la tarea principal de los hospitales medievales, llamados hospitia, donde los viajeros, los pobres y los marginados encontraban refugio. De esta forma, era habitual que algunas personas pudieran tener problemas de salud, dado que los acogidos tenían patologías debidas a la falta de alimentación y condiciones de vida. Sibilla De Cetto, ilustre mujer de Padua, en 1414 tuvo el mérito de construir un hospitium abierto principalmente para los enfermos. Su Hospital de San Francisco el Grande es el primer hospital moderno, una obra de vanguardia que De Cetto levantó en sus propios terrenos y en el que se dejó toda su enorme fortuna. Esta empresa la llevó a cabo con un único motivo, el de demostrar su devoción a San Francisco a través de una obra que pudiera aliviar el sufrimiento de los menos afortunados justo en el corazón de Padua, en una época convulsa marcada por las luchas de poder.

Sibilla De Cetto, como Francisco de Asís, era hija privilegiada en ese poder. Nacida alrededor de 1350, su padre era un rico comerciante con vínculos influyentes con los Carraresi, la familia que transformó Padua en una pequeña potencia independiente de las cercanas Milán y Venecia. En aquellos años, bajo los pórticos de la ciudad, era posible encontrarse con otro Francisco conocido en toda Europa, el poeta Petrarca, que no por casualidad eligió pasar allí la última parte de su vida y morir en un pequeño pueblo a pocos a kilómetros de distancia, Arquà. El padre y la madre de Sibilla amaban acumular riquezas, pero al mismo tiempo eran devotos de los frailes franciscanos que custodiaban el legado de San Antonio, el santo portugués que murió en Padua en 1231 con solo treinta y seis años. En torno a la basílica que contiene sus restos surgieron muchas obras de caridad, pero Padua estaba ocupada en la conquista de nuevos territorios, el comercio y los negocios. El propio padre de Sibilla prestaba dinero de forma usurera.

Sibilla De Cetto no dejó su testimonio por escrito, pero sabemos por documentos de la época que, en 1370, cuando tenía apenas veinte años, se casó con un hombre de confianza de la familia Carraresi. Bonaccorso Naseri di Montagnana era un hombre capaz y con grandes dotes diplomáticas. Gracias a este matrimonio, Sibilla De Cetto se convirtió en una de las mujeres más influyentes y ricas de Padua. Dio a luz a dos hijos que desgraciadamente murieron muy jóvenes. Para ella fue un dolor inmenso, pero no el único. Las convulsiones y las intrigas políticas marcaron el destino de sus años futuros, especialmente porque Padua estaba disputada por el Gran Ducado de Milán y por la República de Venecia. El primero en apoderarse de la ciudad fue Gian Galeazzo Visconti, gran duque de Milán, con quien el marido de Sibilla De Cetto hizo inmediatamente un pacto de fidelidad. Pasando rápidamente de una familia a otra, Bonaccorso creyó que de esa forma podía salvar a su propia familia de las represalias de los nuevos patrones de Padua. Pronto descubrirá que había cometido un terrible error. Los Carraresi consiguieron reconquistar Padua y el primero en ser ahorcado públicamente por alta traición fue Bonaccorso Naseri di Montagnana.

En pocos meses, Sibilla De Cetto se convirtió en la viuda de un traidor y se encontró sin la influyente familia en la que nació, ya que sus padres habían muerto. A pesar de ser mujer, una condición muy desfavorable en ese momento, demandó a su suegro quien le había quitado todos los bienes de su marido tras la ejecución. La mujer ya no podía disfrutar de las propiedades de Bonaccorso puesto que no tenía hijos. Sin embargo, una sentencia histórica la reivindicó y le permitió disfrutar de una gran fortuna que la transformará en una empresaria ante litteram. Sibilla De Cetto no necesitaba volver a casarse. Era una mujer que administraba su tiempo entre devoción religiosa y lectura. En su casa había volúmenes de Horacio, Ovidio, Virgilio y, por supuesto, las Sagradas Escrituras.

Era una mujer culta y refinada y por este motivo la familia Carraresi le acordó un nuevo matrimonio, que no pudo rechazar, con Baldo de' Bonafari, jurista y diplomático. Aunque se trató de un matrimonio de conveniencia, los recién casados​​descubrieron que tenían en común no solo el amor por el conocimiento sino también una profunda devoción por las enseñanzas franciscanas. Ambos estaban convencidos de que la riqueza debía ponerse al servicio de “las almas y los cuerpos” de los desfavorecidos y, por voluntad de Sibilla, juntos concibieron la Escuela de la Caridad y el hospital de San Francisco el Grande que durante siglos será el único auténtico hospital de Padua. La idea de Sibilla De Cetto nació de la combinación de las dos mayores instituciones de Padua a principios del siglo XV: por un lado, la Basílica de San Antonio con su espiritualidad franciscana y el deber de ayudar a los pobres, y por otro, la Universidad de Padua, que hoy puede presumir de tres siglos de historia y está considerada como uno de los centros de conocimiento más importantes de Europa, también en el ámbito médico. Espiritualidad y medicina, ciencia y caridad. Sibilla De Cetto junto a Baldo de’ Bonafari consiguieron aunar los dos aspectos con pragmatismo y, sobre todo, con la voluntad de emplear todas sus posesiones.

Entusiasmada con el proyecto, Sibilla De Cetto imaginó sus obras como infraestructuras funcionales. La tierra era de su propiedad, heredada de sus padres. Para estar cerca del nuevo hospital en construcción, abandonó la casa de su marido en Piazza Duomo para vivir en una de las casas de su padre. Desde ahí dirigió las obras del Hospital de San Francisco el Grande, al que añadió una iglesia y un convento franciscano; y la Escuela de la Caridad, donde una cofradía laica administraría los legados a los enfermos del Hospital y a los paduanos necesitados. Más tarde su marido, Baldo de’ Bonafari, se sumó al plan de su esposa tomando dos decisiones importantes. En 1405, cuando la República de Venecia conquistó definitivamente Padua, decidió retirarse de la vida pública y de sus funciones diplomáticas para dedicarse únicamente a las obras religiosas junto a Sibilla.

También cambió su testamento para dejar todo a su esposa. Sabía que esas riquezas se destinarían a los edificios dedicados a San Francisco, entre ellos el Hospital, y a partir de octubre de 1414, cuando comenzaron las obras, Sibilla De Cetto y Baldo de' Bonafari se volcaron por completo en este proyecto para acoger a los enfermos dándoles la oportunidad de acercarse además a la espiritualidad franciscana. Sibilla De Cetto quedó viuda en 1418 y se convirtió en la única administradora y directora del Hospital. En su testamento estipuló que la gestión del centro quedara encomendada a un organismo independiente, el Colegio de Juristas de Padua. Cuando se acercaba la hora de su muerte en 1421, escribió que quería dejar todas sus posesiones a “los pobres en Cristo”. El Hospital de San Francisco se convirtió en un lugar único, gracias también a la colaboración de médicos y estudiantes de la Universidad de Padua que desarrollaron allí la medicina clínica, modelo que luego se adoptaría en los hospitales modernos.

De Sibilla De Cetto queda solo un retrato en la Escuela de la Caridad que ella misma mandó construir. Vestida a la usanza monacal, con amplio hábito del color del cielo, donó a la ciudad un hospital que permaneció abierto hasta 1798. Hoy es el Museo de la Historia de la Medicina. Permanece como tal la iglesia, mientras que el convento fue convertido en colegio universitario y la Escuela de la Caridad en la Cátedra de Cultura Franciscana. Un legado para los siglos, como lo deseaba Sibilla De Cetto.

de Laura Eduati
Periodista, profesora y escritora