
En los años inmediatamente posteriores a la Gran Guerra, surgieron en Italia dos familias religiosas cuyos nombres incluso remiten a la idea de laboriosidad y que nacieron para dedicarse a las clases trabajadoras. Son las Pías Obreras de San José de Sor María Tribbioli (1879-1965) y de las Terciarias Franciscanas de la Divina Providencia, llamadas más tarde Pías Obreras, fundadas por Sor María Lilia Mastacchini (1892-1926).
Hoy en día existen una veintena de congregaciones y pías uniones femeninas que parecen inspirarse en el modelo de vida de Nazaret sugerido por la palabra “operaria”. Se trata de realidades que surgieron en su mayor parte en la primera mitad del siglo XX en países de cultura latina y que, por lo general, no son muy conocidas. Sin embargo, con excepción de las monjas de Botticino, ninguna de estas congregaciones hace referencia directa al trabajo en la fábrica o al apostolado en los lugares de trabajo, sino más bien a una acción centrada en las clases más desfavorecidas o en los grupos más vulnerables obligados a sobrevivir en duras condiciones. En otros casos, el término parece sugerir más bien un tipo de apostolado programáticamente capaz de compartir las condiciones de vida humildes del pueblo.
En este contexto, lo que parece caracterizar a las dos instituciones es que, en la fase de puesta en marcha, mostraron también un compromiso a nivel productivo, así como, de manera más general, “junto al proletariado”. Además, las dos familias religiosas están unidas por un origen complejo, en los años de la Gran Guerra y en los inmediatamente posteriores. Unos orígenes vinculados también a un cierto malestar respecto al camino tradicional de la vida religiosa, así como marcados por la voluntad de dar una respuesta más amplia - de la que ya habían recibido de parte de la Iglesia - para una determinada parte de la población.
El florecimiento de Tercera Orden de San Francisco, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, supuso el desarrollo de una religiosidad comprometida. Baste pensar en el apoyo que tuvo por parte de personalidades como Vincenza Gerosa, Giovanni Bosco, Giuseppe Toniolo, Giuseppe Tovini, Léon Harmel, así como la adhesión de siete pontífices consecutivos, desde Pío IX hasta Juan XXIII. El Papa Pecci dio un impulso excepcional a la difusión y reorganización de la Tercera Orden Franciscana, hasta el punto de redactar una nueva regla para la orden secular en mayo de 1883, con la constitución apostólica Misericors Dei Filius. El pontífice creía que la Tercera Orden podía ser la estructura capaz de reunir a los fieles más comprometidos con el proyecto de restauración cristiana de la sociedad, dispuestos “a convertirse en la piedra angular del gran edificio social cristiano” según la visión que se recogería en Rerum novarum.
En la lógica de la oposición, y también de la respuesta a la modernidad, la Tercera Orden debía “reconducir a las almas de nuevo a la libertad, a la fraternidad, a la igualdad; no como sueña absurdamente la secta masónica, sino como Jesucristo la trajo al mundo, y Francisco reavivó en el mundo”. Se multiplicaron los grandes encuentros a nivel nacional e internacional, con toda una serie de discusiones sobre la dirección global que se debía dar a este renacimiento. También se produjo una multiplicación de las congregaciones, sobre todo, femeninas.
En las dos familias religiosas ejerció una influencia significativa el culto a San José, culto que conoció un importante desarrollo entre los siglos XIX y XX. Inicialmente objeto de una piedad de tipo intercesor, fue politizándose cada vez más hacia una perspectiva más social.
Dentro de esta evolución, el santo será propuesto para la devoción como modelo de compromiso en el trabajo manual, de servicio humilde a las necesidades del pueblo y de profunda religiosidad. Lo que separará claramente en el camino de las dos congregaciones será más bien la relación con el clero y con las autoridades eclesiásticas. Reacios a aprobar una acción religiosa femenina dirigida principalmente a las clases trabajadoras, los hombres y las instituciones de la Iglesia mostrarán una actitud profundamente hostil y diferente hacia las dos fundadoras y el desarrollo de su labor.
de Liviana Gazzetta
La fábrica de las monjas
En el imaginario colectivo, los institutos religiosos femeninos de vida activa se han dedicado exclusivamente a la tarea de cuidar, pero hay muchas congregaciones que se han encargado de trabajar. A través de cinco casos – Obreras de la Santa Casa de Nazaret, Apostolinas de Novara y Hermanitas de Carlos de Foucauld, Ursulinas y Pías Obreras de San José – el libro “La fabbrica delle suore” (La fábrica de las monjas) editado por Valentina Ciciliot y Liviana Gazzetta (Edizioni di Historia y Literatura) explora cómo algunas instituciones entre los siglos XIX y XX se dedicaron al trabajo entendido como actividad humana orientada a la producción de bienes de valor económico y cómo su gestión fue parte de un apostolado más amplio hacia el mundo del trabajo de tipo capitalista. A continuación, ofrecemos un extracto del capítulo “Vivendo e lavorando in mezzo al popolo” (Vivir y trabajar entre la gente) escrito por Lavinia Gazzetta.