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La resistencia de Alice Kisiya cristiana palestina de Belén

La tierra sagrada, el hogar perdido

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04 enero 2025

Alice Kisiya, cristiana católica de treinta años y originaria de Belén, describe con una voz dulce a la vez que clara y decidida, las emociones que le evoca la palabra “hogar”: “El hogar son los recuerdos con la gente que amas, el lugar donde naciste, la sensación de estar seguro, de calma, el lugar donde tus seres queridos te esperan y donde tú los esperas. No se trata de un edificio ni de nada material, se trata de amor y familia”. No había vuelto a sentir estos sentimientos desde que la desalojaron de su casa y su tierra en el barrio de el-Makhrur, en las afueras de Belén, el 30 de julio. “Este es el último pueblo enteramente cristiano que queda en la Cisjordania ocupada”, explica Alice mostrando el verde valle que se extiende más allá de los tejados blancos. Su dedo apunta a los viñedos y los olivos. “Esta naturaleza es muy valiosa para nosotros”, afirma. “Para nosotros, los cristianos, este es un lugar sagrado, data de la época romana, es bíblico”.

El-Makhrur, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es un pueblo palestino de unas doscientas familias, en su mayoría católicas, situado en una de las zonas C de Cisjordania, las ocupadas por colonos israelíes. La casa de Alicia fue confiscada por estos últimos, lo que marcó la identidad de esta joven hasta el punto de presentarse ante quienes no la conocen de la siguiente manera: “Soy de Belén y mis tierras fueron confiscadas por los colonos”.

La historia de esta mujer valiente y decidida comienza hace más de quince años, cuando el restaurante familiar Kisiya fue demolido ilegalmente por el ejército israelí con el pretexto de que se encontraba en una zona militar cerrada. “Después de la primera demolición decidimos construir una pequeña carpa donde la gente pudiera venir a disfrutar de la comida árabe en la naturaleza. En un momento dado, se convirtió en un punto de encuentro para todos, israelíes, palestinos y extranjeros de todo el mundo, que venían a sentarse allí. Era un lugar de amor y paz hasta que también destruyeron nuestra casa”.

Desde entonces, la casa donde Alice vivía con sus padres ha sido destruida cuatro veces y reconstruida cuatro veces porque los colonos y su ejército la derribaban continuamente. “Después de la demolición de la casa y el restaurante en 2019, empezamos a dormir en tiendas de campaña y cada tienda en la que dormíamos era puntualmente destruida. Así, hasta 17 veces. Con la guerra de Gaza, han aprovechado la situación y el hecho de que la atención mediática está sobre la Franja para desalojarnos por completo de nuestras tierras, alegando que las han comprado”. Sin embargo, en sede judicial nunca han podido demostrarlo y se ha conocido que los documentos presentados por los colonos eran falsos. Sin embargo, a la familia Kisiya nunca se le ha permitido volver a casa.

Desde entonces, Alice ha sido la portavoz de la lucha de su familia, la misma que la de muchas otras en Palestina, a través del instrumento de la fe y la no violencia. “Empecé por convocar a distintas personas como activistas, miembros de las iglesias, imanes, rabinos, sacerdotes… cualquiera que quisiera mostrar solidaridad era bienvenido y lo sigue siendo. Hemos hecho protestas pacíficas y no violentas y eventos interreligiosos. Por ejemplo, el 29 de septiembre hicimos una vigilia a la que asistieron más de 25 comunidades de todo el mundo. Aquel día estuvimos juntos cristianos, musulmanes y judíos rezando en medio de la guerra. Fuimos juntos a la misa dominical y fue una experiencia increíble. Al mes siguiente celebramos un Shabat interreligioso, donde cristianos y musulmanes rezamos al lado de los judíos”.

Para Alice, luchar celebrando la vida en una tierra de muerte y violencia es la herramienta más revolucionaria que a su alcance. La fe es su luz y lo deja claro cada vez que habla de resistencia y esperanza. “El caso de mi familia ha demostrado que en esta tierra quedan espacios donde podemos acoger a los demás. Las personas que nos apoyan comparten el mismo principio: creen en su humanidad. Creen en las enseñanzas de Jesucristo. Este es el momento de estar juntos sin importar cuál sea tu procedencia o tu pertenencia religiosa o creencias. Podemos compartir y aceptarnos unos a otros. Lo debemos hacer para vivir juntos en paz. Esto es lo que realmente importa en nuestra comunidad interreligiosa”, prosigue.

Durante los últimos cuatro meses, la vida de Alice ha sido una sucesión de violencia, abusos y arrestos injustificados. Hay una foto de ella cara a cara con un colono israelí vestido con ropa militar que ha dado la vuelta al mundo y se ha convertido en un manifiesto simbólico de la lucha de las mujeres palestinas. “No tengo miedo”, dice la mujer con voz firme, “porque sé que tengo razón, porque la mía es una lucha de amor, hecha con amor. No combatimos con el odio. Estoy segura de que el amor, la convivencia y la unidad pueden traernos la paz. Y esto es lo que sucederá porque esta es la enseñanza de Jesús”. Alice mira unas fotografías y muestra la de la tienda que hizo para la oración: “Esta es una iglesia que construimos en pocos días junto con activistas cristianos, judíos y musulmanes. Los colonos y el ejército la demolieron y se llevaron lo poco que dejaron. Pero la reconstruiremos”.

No muy lejos del pueblo de el-Makhrur, conduciendo hacia Belén, la entrada a la ciudad parece fantasmal. “Jesús nació en Palestina, en Belén. Esta es la cuna de Jesús”, continúa Alice. “Ahora esta tierra está sometida y nosotros también”, lamenta. La joven recuerda que Belén siempre ha vivido del turismo “y por eso ahora, con la presente situación, la economía es un desastre. Aproximadamente 40 familias cristianas han abandonado Belén desde el 7 de octubre de 2023 y nunca regresaron”, explica. El sol ya cae suavemente entre las montañas, detrás de aquellos olivos que Alice considera sagrados. La mujer los mira, esboza una sonrisa y murmura: “El-Makhrur siempre ha sido una tierra cristiana”.

de Lidia Ginestra Giuffrida