
Lo admito. De mala gana, pero lo admito. Hay una cosa que realmente no me gusta de la Iglesia y es la relación con las mujeres. Me refiero a la costumbre de llamar a las mujeres por su nombre en aquellos mismos contextos en los que a los hombres también se les reconoce un apellido y, sobre todo, un título o un papel.
¿Un ejemplo? Hace algún tiempo, asistí a un debate sobre “Mujeres e Iglesia” organizado por la pastoral local del Turismo. Habían sido invitadas tres mujeres, tres profesionales maduras y reconocidas, una de las cuales también desempeña un rol institucional. Al final del encuentro, el sacerdote que había organizado el evento dio las gracias a las tres llamándolas por sus nombres de pila y, al mismo tiempo, dio las gracias al obispo presente llamándolo “Excelencia” con su nombre y apellido. Y algo parecido ocurrió también al final del Sínodo sobre la sinodalidad, cuando, al dar las gracias a los organizadores, la única que fue llamada por el Papa Francisco solo por su nombre fue sor Natalie Becquart, la misma a la que, en una decisión histórica, el Papa había nombrado subsecretaria del Sínodo. ¿Por qué? Digamos en primer lugar que no hay ninguna mala intención en esto y quizá sí un deseo de mostrar cercanía, afecto sincero y profunda estima. Pero, más allá de todo esto, debemos centrarnos, en mi opinión, en el significado más profundo, y muchas veces inconsciente, que supone llamar a una mujer por su nombre en el mismo contexto y momento en que a un hombre se le reconoce un apellido y títulos: infantilizarla.
Es un poco paradójico que esto suceda en contextos como los mencionados y por personas como las implicadas, a las que las mujeres respetan profundamente, y que están actuando de manera fuerte y decidida por un cambio sustancial en la relación entre mujeres e Iglesia. Con una acción, por tanto, que en realidad contradice y debilita las propias palabras y elecciones. Por eso, todos deberíamos empezar a reflexionar sobre estas actitudes y prestarles atención, empezando por nosotras, las mujeres. Porque los cambios profundos provienen de las palabras, de las actitudes comunes y del pensamiento crítico que reflexiona sobre el significado de algunas acciones y sus repercusiones, la mayoría de las veces inconscientes, pero no carentes de importancia.
de Sabina Fadel
Vicedirectora de “Messaggero di sant’Antonio”