
En el libro Il Dio Nuovo (El Dios nuevo) cuento la historia de los primeros cristianos en Roma a través de los lugares que preservan su memoria. En parte me atengo a las fuentes, en parte imagino, pero incluso imaginando tuve que rendirme ante un vacío: las mujeres romanas de las primeras comunidades cristianas no aparecen. Sin embargo, sabemos que tuvieron un papel fundamental. Pablo, por ejemplo, las menciona en su Carta a los Romanos, dándoles un lugar destacado en las comunidades de los orígenes. Y además la historia del cristianismo está llena de matronas que se convirtieron a pesar de sus maridos, transformando sus hogares en domus ecclesiae, es decir, lugares de reunión de las primeras comunidades. Los nombres de aquellas mujeres han sobrevivido hasta nuestros días. Con el tiempo se convirtieron en los tituli, es decir, los nombres de las iglesias más antiguas. Por ejemplo, Santa Sabina, Santa Cecilia y San Lorenzo en Lucina son basílicas construidas sobre los lugares donde estos primeros cristianos se reunían, leían la Palabra, partían el pan y organizaban la asistencia a los más débiles. Fueron las amas de casa quienes acogieron y articularon esas comunidades.
La primera de estas matronas romanas convertidas aparece en el Evangelio de Mateo. Es la esposa de Pilato quien, al parecer, intentó impedir que su marido se lavara las manos de sus responsabilidades: “Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: ‘No tengas nada que ver con ese justo porque hoy, en un sueño, estuve muy turbada por su causa’. Cuando Pedro llega a Roma se va a vivir, según la tradición, no a una insula, es decir, a una casa popular de varias plantas, sino a una domus, villa unifamiliar de un hombre rico y poderoso: el senador Pudente, (sobre esa domus hoy se encuentra la antigua y maravillosa basílica de Santa Pudenziana, sobre la que escribo en el libro). Es posible que la Palabra de Jesús llegara también a otra familia de alta alcurnia, además de esta del senador. Y la protagonista de esa clamorosa conversión sería una mujer.
Su nombre es Pomponia Grecina y su historia fue llevada a la ficción en Quo vadis. Esto dice de ella el historiador Tácito: “Pomponia Grecina, noble matrona romana, casada con Plaucio, cuando este regresó de Britania donde había gobernado con los honores del triunfo, ya que había sido acusada de superstición extranjera (superstitionis externae rea), fue sometida al juicio de su marido”. Así, en los ambientes patricios de Roma, los mismos del senador Pudente, ocurre un hecho que suscita mucha discusión. Este señor Plauzio, un funcionario imperial, al regresar de Britania es informado de un problema relacionado con su esposa. Ella no lo traiciona, faltaría más. Pero en algunos aspectos es algo peor. La cuestión es religiosa. Pomponia se habría unido a un culto extranjero. Hubiera sido sorprendida en algún extraño ritual. Había muchas religiones alternativas en Roma en ese momento: oriental, misteriosa, orgiástica, filosófica. Pero, ¿qué podría ser este culto para representar tal daño a la imagen de un hombre de carrera? Probablemente fue el cristianismo. Plauzio, al regresar de Britania, encuentra a su esposa cristiana. Entonces, ¿qué hace? Le organiza un juicio, pero no público, lo hace en su casa. Leemos: ‘Y él, según la antigua costumbre (prisco instituto), instruyó el proceso sobre la vida y el honor de su esposa en presencia de todos sus parientes y la proclamó inocente (propinquis coram de capite famaque coniugis cognovit et insontem nuntiavit)”.
Este Plauzio es un genio. Siguiendo el consejo de su abogado (imagino) revive una institución de la antigua Roma que se puede resumir así: los trapos sucios (de las esposas) se lavan en la familia, porque solo allí se cumple su función. Plauzio juzga a su esposa ante un tribunal doméstico y la absuelve. Me parece evidente que es una solución para silenciar el escándalo y proteger a la mujer. Una vez absuelta Pomponia, con un juicio justo, todos guardaron silencio, incluso aquellos que la habían sorprendido y acusado.
Pero ¿cómo puede la mujer, una vez absuelta, seguir siendo cristiana sin provocar un nuevo escándalo? Pomponia identifica la solución: retirarse a la vida privada y lo hace utilizando como pretexto un duelo familiar que adquiere un fuerte valor político: “Esta Pomponia tuvo entonces una larga vida de continua tristeza (continua tristitia fuit). Después del asesinato de Julia, hija de Druso, deseada con engaño por Mesalina (dolo Messalinae interfectam), durante cuarenta años se vistió de luto y estuvo siempre triste de corazón. Para ella todo esto pasó impunemente durante el reinado de Claudio (imperitante Claudio), después fue motivo de gloria para ella (mox ad gloriam vertit)”.
Esta pobre Julia, la mujer en cuyo honor Pomponia decide vestir luto, es su prima. La habían matado y la instigadora de su asesinato fue la esposa del emperador Claudio, Mesalina. La hizo matar o la indujo a suicidarse con falsas acusaciones de incesto para poner fin a peligrosas líneas de sucesión, dado que esta Julia estaba emparentada con la mitad de la dinastía Julio-Claudia.
Mesalina es joven y hermosa, a diferencia de su marido Claudio, que es viejo, cojo y está enfermo. A los cristianos, especialmente a los de origen judío, debió parecerles la encarnación misma de Babilonia, es decir, la ciudad del pecado (“Babilonia” era el nombre en clave con el que los cristianos definían a Roma). De la emperatriz Mesalina, es decir, de la reina de Babilonia, se contaron las peores atrocidades. Fue acusada de participar en orgías, cometer incesto y ordenar asesinatos. Los historiadores Suetonio y Tácito cuentan que incluso frecuentaba disfrazada los burdeles de la Suburra para competir en el campo con las prostitutas profesionales. Pero Mesalina también fue víctima de las intrigas tramadas por ella misma. Su hijo Británico nunca llegó a ser emperador. Claudio, su marido, preocupado de que los amantes de su esposa pudieran formar un pequeño ejército, la mató y se casó con Agripina, la madre de Nerón, a quien Mesalina había exiliado. Agripina era una mujer más estable porque prefería el poder al placer.
Pero volvamos a Pomponia. Esta matrona, acusada de adherirse a cultos exóticos y absuelta por su marido, viste de luto durante cuarenta años por su prima asesinada. Por mucho que la haya amado, parece demasiado tiempo. Evidentemente era una excusa para poder retirarse de la vida pública sin levantar sospechas. O tal vez quiera enviar, no al mundo, sino al entorno senatorial e imperial, un mensaje: el valor de la antigua Roma y, entre ellos, la célebre austeridad de las antiguas matronas romanas que el fundador Augusto quiso restaurar con el paganismo y que logró rescatar el nuevo culto. Este nuevo culto es el cristianismo que además devuelve a las mujeres la libertad de ser castas.
Parece una contradicción. Hoy lo parece, pero entonces no lo era, porque las mujeres estaban obligadas a casarse y tener hijos por lo que escapar de esta imposición sin entrar en ningún orden sagrado podría representar una extraordinaria oportunidad de libertad para las mujeres. Más tarde, durante las persecuciones anticristianas de los siglos siguientes, muchas mujeres fueron torturadas y asesinadas precisamente porque se rebelaron contra su destino de esposas forzadas. Son historias de martirio que se asemejan mucho a esos crímenes que hoy definimos como feminicidios. Como el de Santa Ágata en Catania, o el de Santa Inés en Roma. Quizás Pomponia Grecina, que había encontrado la manera de practicar el culto a Jesús sin llamar la atención, también escuchó a Pedro en la domus ecclesiae del senador Pudente. En las catacumbas cristianas de San Calixto se encontró un epígrafe que hace referencia a Pomponio Grecino enterrado allí. Era descendiente de esa mujer. Sería una confirmación más de esa conversión.
de Alessandro Sortino
Un libro-peregrinación
“Il Dio nuovo Storia dei primi cristiani che portarono Gesù a Roma” de Alessandro Sortino es un viaje espiritual e histórico que lleva al lector, paso a paso, a descubrir las raíces de la Iglesia cristiana. Con una narración que entrelaza fe e historia y se convierte en peregrinación, Sortino camina (y acompaña) en dirección a la tumba de los Apóstoles, superponiendo sus pasos a los de los millones de peregrinos que han seguido el mismo camino durante siglos, pasando a través de la Puerta Santa de las basílicas dedicadas a San Pedro y San Pablo, “para descubrir si junto a esos huesos, en sus tumbas, está plantada o enterrada la esperanza”.
Desde la llegada de Pedro y Pablo a Roma hasta el devastador incendio de la ciudad, por el que los dos Apóstoles son injustamente acusados y condenados a muerte, se desarrolla un viaje que atraviesa el espacio y el tiempo. La gran fuerza del libro reside en la forma en que Sortino, que profesa ser católico, mezcla historia personal, camino de fe y reconstrucción histórica. Utilizando las distintas herramientas profesionales a su disposición (periodista, autor, presentador de radio y televisión, personalidad de televisión) pinta un vivo fresco de la antigua Roma y de las vidas de los protagonistas de esa época, siguiendo las huellas increíblemente intactas que estos hombres y las mujeres han dejado.