· Ciudad del Vaticano ·

MUJERES IGLESIA MUNDO

Más allá del umbral de la abadía de las benedictinas

El reclamo de Viboldone

 Il richiamo di Viboldone  DCM-011
07 diciembre 2024

La misa termina, pero la asamblea no se disuelve. Siguiendo a las diecinueve monjas, la comunidad de unas pocas decenas de mujeres y hombres de todas las edades se dirige a la explanada frente a la iglesia. A su alrededor, el sol del mediodía ilumina los arrozales y los campos de maíz de Viboldone, una aldea de San Giuliano Milanese. La mecanización en el cultivo de los campos ha vaciado las fincas en estas últimas décadas. El pueblo, muy antiguo, es casi una localidad fantasma. Solo queda la Domus lombarda de terracota -como se llamó inicialmente a la abadía benedictina de los Santos Pedro y Pablo, uno de los complejos medievales más importantes de Lombardía- que vigila la puerta de entrada a la Babel metropolitana. Milán está un poco más allá, a unas cuantas paradas de metro. Entre Lombardía y otros mundos, la Domus ofrece al peregrino una parada antes de sumergirse en el frenesí urbano. “¿Cómo no preguntarnos, a principios de este siglo XXI, por el significado de este asentamiento en las afueras de la gran ciudad?”, decía el cardenal Carlo Maria Martini, que aquí se inspiró para su primera carta pastoral, “La dimensión contemplativa de la vida”.

La clave del enigma está en sus guardianas, “las mujeres del umbral”, la comunidad de benedictinas que viven allí desde hace más de ochenta años. Las primeras treinta y cinco llegaron al norte, con su maleta de cartón, desde Montefiolo, en la provincia de Rieti (centro de Italia), y desde las catacumbas de Santa Priscila en Roma, guiadas por la madre María Margherita Marchi. La religiosa, con el apoyo de la Santa Sede, comenzó esta nueva realidad de tipo monástico. Tras sus primeros pasos, a los benedictinos de San Girolamo se unió un joven monje español exiliado por la guerra civil, Aureli Maria Escarrè, futuro abad de Monserrat. Llegaron en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial. “Fue el entonces arzobispo ambrosiano, el cardenal Alfredo Ildefonso Schuster, también benedictino, quien - tras la sorpresa y la perplejidad iniciales – quiso nuestra presencia aquí, en el valle del Bajo Po”, afirma la madre María Ignazia Angelini, teóloga experta en espiritualidad y abadesa durante veintitrés de los sesenta años que ha pasado en Viboldone.

Desde el principio, la comunidad se propuso reinterpretar el monaquismo femenino de los orígenes en un contexto contemporáneo. Intentaron actualizar la regla, para preservar su esencia, a partir de la radicalidad del cristianismo de las catacumbas y de la intuición profética de Benito de Nursia, con el fin de devolver el alma a una época de crisis. En este esfuerzo, las monjas de Viboldone se empeñaron por reinterpretar las rejas y el recinto. “Queríamos ser monjas como monjes. Por eso, en un momento de agitación, decidimos volver a proponer el carisma benedictino a las mujeres poniendo en primer plano un trabajo serio para sostenernos y cuidar de la liturgia. Primero establecimos una pequeña imprenta, como hacíamos en Roma. En los años setenta, pusimos en marcha el laboratorio de restauración de libros antiguos. Y esas se convirtieron en nuestras dos principales fuentes de ingresos. Esto significó que la gente del pueblo, que muchas veces desconfía de las instituciones eclesiásticas, nos reconociera como mujeres normales, vecinas dispuestas a compartir lo poco que tenían”.

En este sencillo ejercicio de libertad evangélica, las monjas de Viboldone reinterpretaron el espíritu no solo del monaquismo femenino, sino también de los orígenes de las Humilladas del siglo XII, un movimiento de renovación espiritual en sintonía con otras expresiones de la época en busca de una reforma de la Iglesia. Viboldone (1176) fue constituyéndose en dos comunidades, Humillados y Humilladas, que vivían juntas dentro de la misma zona residencial. Los monasterios masculinos y femeninos compartían oración y trabajo, viviendo en edificios contiguos. Fue un experimento absolutamente insólito en aquella época que causó cierto estupor hasta su reconocimiento por parte del Papa Inocencio III y que terminó con su disolución en 1571. En las pequeñas comunidades esparcidas por gran parte del norte de Italia, Humillados y Humilladas vivieron una existencia laboriosa y creativa.

“Este es un principio que en cierto modo hemos aceptado junto al valor de la presencia femenina inscrita en el genius loci de Viboldone, del que la abadía o, mejor dicho, la Domus, casa principal de los Humillados, ofrece un testimonio elocuente. Se ve en la fachada, con los santos Ambrosio y Bernardo, Pedro y Pablo y la figura de María”, dice la madre María Ignazia.

La imagen de la Virgen con el Niño vuelve repetidamente al interior de la iglesia donde se mezclan otros elementos dando lugar a un estilo inusual. “Es típica de los Humillados esta síntesis de su espiritualidad en la que la regla no uniformiza, sino que realza la huella de la singularidad. Una espiritualidad siempre abierta a la novedad propia del ser humano. Una espiritualidad capaz de poner en valor lo femenino en este sentido”. Así, llama la atención que en los frescos se representen figuras femeninas con el Evangelio en las manos porque a las mujeres Humilladas, al igual que a sus compañeros varones, se les reconocía la dignidad de anunciar la Palabra.

“Mira a Eva – señala Madre María Ignazia, apuntando al crucifijo. A diferencia de las representaciones tradicionales, las manos no ocultan su rostro en señal de vergüenza. Al contrario, levanta la mirada hacia el Crucifijo con el pelo suelto al viento, como por el Soplo que mana del Redentor”. El perfil y el cuerpo desnudo de Eva emanan el impulso de la libertad liberada. La nueva pose la emancipa del estereotipo de autora confesa de la desgracia humana para devolverle su dignidad de “madre de los vivos”. “Frente a la cabeza yacente de Cristo moribundo, ella se revela como primera receptora de su Espíritu y testigo de la Gracia. La yuxtaposición de la Anunciación, representada sobre la Crucifixión, sugiere poderosamente que el cuerpo del Verbo de Dios, encarnado en el vientre de María, la carne esbelta del Crucifijo, es el del Resucitado. Cada detalle de esta abadía es elocuente. Así, en cascada, los frescos de la Domus narran una teología de la mujer en forma figurada”.

La comunidad actual, más de ochocientos años después, toma el relevo, tras el paso de la abadía primero a los olivetanos y luego a la noble familia Castelbarco Albani. Viboldone no es un mundo aparte o una burbuja de espiritualidad reservada a unos pocos privilegiados, un vestigio de lo antiguo. Su manera de situarse en el mundo es al servicio de los viajeros que puedan encontrarse con ella. Un servicio en forma de consejo, oído atento o silencio compartido. El silencio de la abadía genera palabras capaces de contener lágrimas y sollozos o de abrazarlos por un momento.

“La amistad, la acogida y la hospitalidad requieren tiempo – subraya la madre María Ignazia. Y aquí intentamos luchar contra la ansiedad y las prisas, en búsqueda, en plena confianza en el Dios Vivo. No sé si es por eso. Escuchamos a personas que llegan a ser capaces de articular el dolor que llevan dentro y que, a veces, es insoportable. Recientemente, vino a vernos una joven madre. Su pequeña había fallecido apenas tres días después de nacer. No puedo imaginar nada más terrible que generar una vida para una muerte tan temprana. Su grito era desconsolado. Lloré junto a ella. ¿Qué más podía hacer que compartir el absurdo de su pérdida intentando aportar algo de esperanza? Hice poco o nada. Tan solo estar junto a ella”. El secreto quizás resida en el don desinteresado del tiempo, en poder dar sin esperar nada a cambio.

El padre Luisito Bianchi, cura obrero, poeta y amigo que fue capellán de la abadía, comparó en su escrito la gratuidad con la esencia de la cebolla. “Para encontrarla hay que quitar las capas una a una, capas que te hacen llorar hasta llegar a la última. Ahí está el germen del que brotarán cebollas nuevas. Al separar esas capas, qué se encuentra sino la nada y el todo”.

Son muchos los que se presentan cada día a las puertas de la comunidad. Especialmente desde Milán y alrededores. Llegan por las rutas de los peregrinos y tocan el timbre con la seguridad de que alguien les abrirá la puerta. Saben que habrá alguien que se siente con ellos para escucharlos en una de esas habitaciones del primer piso. Porque siempre hay una religiosa de guardia para escuchar disponible, la mayoría de las veces, sin cita previa. De los Humillados y de las Humilladas, los benedictinos heredaron la apertura generativa a lo inesperado, rasgo distintivo de la existencia.

“Es nuestra manera peculiar de reelaborar el carisma para que permanezca vivo y no quede reducido a una mera reliquia de museo. Benito nos enseñó que la vida es mejor cuando encuentra su ritmo y sus pausas para el silencio. Muchas veces no lo notamos porque el silencio permanece en el fondo de la canción. Sin este silencio, sin embargo, no puede haber melodía”. La regla, el ciclo, la repetición y la excepción. La música de la vida y de los vivos, entre el arraigo a la tierra y la apertura al infinito. Perpetuamente en el umbral.

de Lucia Capuzzi
Periodista «Avvenire»
 

Las meditaciones de Madre Angelini


En 2023, por encargo del Papa Francisco, la madre María Ignazia Angelini dirigió algunas meditaciones durante el retiro de los miembros del Sínodo sobre la sinodalidad. Esos textos, junto con las reflexiones de la monja benedictina pronunciadas durante los trabajos sinodales, están recogidos en el volumen “La memoria genera futuro” (La memoria genera futuro), publicado por la Librería Editora Vaticana. El cardenal Mario Grech, secretario general de la Secretaría General del Sínodo, ha escrito el prólogo.