Septiembre en Islandia es el mes más bonito, todo el mundo lo dice. En septiembre, si miras al cielo es probable que veas la aurora boreal. Pueden verse siempre que no haya demasiadas luces encendidas y siempre que un zorro quiera apartar la nieve usando su cola como una escoba. El zorro deja extrañas estelas rojas, verdes y violetas en el cielo, estelas luminosas realzadas por las fotografías más elaboradas y que dan la impresión de luces estroboscópicas de discoteca cuando estás cerca de un glaciar o en medio de la nada. Las historias que se cuentan a los niños están protagonizadas por ese zorro. Yo misma se las habría contado a mi hija si se hubiera quedado despierta alguna noche y me la hubiera podido llevar de paseo por los barrios más oscuros de Reikiavik para ver aparecer a este zorro.
Pero en el septiembre que pasamos juntas en Islandia, debido a mi residencia de escritora, mi hija durmió todas las noches. Sé que es algo bueno porque, si los niños duermen, las madres descansan y hay más posibilidades de que no se caigan de sueño. Pero los domingos por la mañana sí nos levantábamos temprano para recorrer los museos, como cuando yo era pequeña y el museo de mi ciudad abría los domingos por la mañana y era gratis. Mi madre me llevaba y para mí era un día especial de fiesta, casi tan especial como ir al cine. Así, uno de aquellos domingos en Reykjavík, justo antes de marcharnos de Islandia, mi madre, mi hija y yo nos presentamos en el museo. Nuestro objetivo era ver una puerta con un nombre complicado, como todos los nombres islandeses; una puerta medieval de madera de pino, de estilo románico y que data del siglo XII.
Fue el periódico el que sugirió ir en busca de esa puerta porque se estaba preparando un número dedicado a las puertas. Yo había elegido esa, la puerta Valþjófsstaður, la más famosa de Islandia, porque estaba a pocos kilómetros de lo que durante un mes había sido el mi casa, y también por la historia que representa donde un caballero mata a un dragón para liberar a un león quien, a su vez, va a morir en la tumba del caballero. Una historia tradicional y épica de héroes dentro de dos rosetones. ¿Pero realmente son solo dos? Una de las hipótesis sobre la puerta que ahora se conserva en el museo es que hubo tres escenas, un tercer rosetón perdido.
Sigo a mi hija por las salas del museo. Corre con un lápiz en la mano mientras yo sostengo el cuaderno que nos regalaron en la entrada. En estos lares, prestan atención a los niños y siempre hay algo para entretenerlos. Ahora mi hija tiene que ir marcando con una cruz todo lo que ve: cascos, tinajas, estandartes... No hay puertas en el cuaderno, pero hemos venido aquí por la puerta. A estas alturas de visita, ya he perdido de vista a mi madre, aunque siempre me pasa lo mismo con ella. Te distraes un momento y ya no la ves.
“Ya voy, ya voy”, se oye a mi madre. “¿Has visto ese cuartito? Hay una estatua increíble...”. Mi madre vive todo con mucha intensidad. Nunca reposa sus emociones y este es su encanto, aunque cuando yo era más joven no lo veía así. Me daba mucha rabia y me enfadaba. Rechazaba su forma de ser quizá para diferenciarme de ella, como suelen hacer los jóvenes con sus padres.
“¿Has visto esa estatua?” Yo sigo a mi madre y mi hija me sigue. Una tras otra, tres matrioskas que van seguidas hasta llegar frente a un tríptico de madera del siglo XVI que representa a María, el Niño Jesús y Santa Ana. La abuela, la madre y el hijo. “Las imágenes de los tres juntos son raras”, dice mi madre con ojos encantados. Madre, hija y nieta a un lado y del otro otra familia, como si fuera un espejo. Si hubiera una puerta, podríamos intercambiarnos: nosotras allí, con un libro, una corona y un manto, y ellos aquí con un bolígrafo, una libreta y el teléfono móvil.
Pienso en una foto, entre las más queridas que tengo, en la que estamos yo, mi madre y mi abuela, una en brazos de la otra. Tres matrioskas, una dentro de la otra, como estábamos en el útero del otro antes de nacer. Es una polaroid de principios de los ochenta, yo debía tener cuatro o cinco años. Abajo, mi madre escribió en letras mayúsculas: las tres generaciones. Somos la puerta de la otra porque de cada una de nosotras nació otra mujer que, a su vez, generó a la otra. Ahora sé que ese hilo matrilineal es precioso, ahora sé que mucho de lo que tengo viene de ahí. Cierro los ojos para añadir mentalmente a mi hija a la foto (cómo quisiera que mi abuela la hubiera conocido). Sí, así la foto está completa. Sin embargo, es raro que haya cuatro generaciones porque siempre falta la raíz o el fruto, pero el hilo permanece y es como se reconocen las mujeres en las familias, una tras otra.
No añadamos más. La niña corre hacia la otra sala, molestando a los numerosos y silenciosos visitantes, aunque ninguno protesta o se queja… Estamos en el norte de Europa. La niña corre y ahora somos nosotras quienes la seguimos, porque tenemos que cuidar de ella, pero también porque nos está mostrando el camino: tenemos que volver sobre nuestros pasos para ver el puerta por la que hemos venido aquí. El periódico me ha enviado a este museo para hablar de esta puerta. Siempre es el fruto el que protege al árbol, nunca al revés. En cuanto a las puertas, nunca son las que esperas. Esto también lo he aprendido hoy.
de Nadia Terranova
Escritora, autora de numerosas novelas, ha escrito también libros para niños y jóvenes. Ha ganado el Premio Strega Ragazze e Ragazzi y del Premio Andersen. Su último libro se titula “Etna. La lingua del fuoco”.
La única que existe todavía y que fue la puerta de una iglesia
La puerta Valþjófsstaður toma su nombre de una antigua finca situada en Fljótsdalur, un municipio de 524 habitantes. Tallada en madera en el siglo XII, se utilizó inicialmente en una mansión y luego como puerta de una iglesia de madera dedicada a Santa María. Mide 206,5 cm y está formada por tres tablas encajadas. Cuenta con dos rosetones tallados entre los que hay una argolla redonda.
El tondo superior representa un conocido cuento medieval, Le Chevalier au Lion, en tres episodios. Debajo vemos a un caballero con su halcón de caza. Mata a un dragón que ha capturado a un león, y luego se representa al león siguiendo agradecido al caballero. Al final, el león yace junto a la tumba del caballero, al que llora.
En la tumba hay runas grabadas: “Aquí está enterrado el poderoso rey que mató a este dragón”. En el tondo inferior hay cuatro dragones entrelazados. Muchas iglesias medievales islandesas estaban decoradas con tallas de madera, pero la puerta de Valþjófsstaður es la única tallada que aún existe. Vendida a Copenhague en 1852, regresó a Islandia en 1930. La iglesia actual (en la foto), consagrada en 1966, está hecha de hormigón y tiene capacidad para 95 personas y alberga una copia.