«A menudo, las restricciones e imposiciones pesan sobre todo sobre las mujeres, obligándolas a posiciones de subalternidad». Lo ha reiterado el Papa Francisco a la comunidad académica del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia, recibida en audiencia en la Sala Clementina la mañana del lunes 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. El repudio de cualquier abuso contra las mujeres también se destacó a través de la cuenta X de @Pontifex. Publicamos, a continuación, el texto del discurso en el que el Papa invita a acoger en la Iglesia a las familias heridas.
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra encontrarme con vosotros al comienzo del año académico. Saludo y doy las gracias al Gran Canciller, monseñor Vincenzo Paglia, y al decano, monseñor Philippe Bordeyne, así como a los vicepresidentes de las secciones internacionales, profesores, estudiantes, miembros de la Fundación Benedicto XVI y benefactores.
Como sabéis, el Documento final de la XVI Asamblea del Sínodo afirma que las familias son un lugar «privilegiado para aprender y experimentar las prácticas esenciales de una Iglesia sinodal» (n. 35). Para ello, debe crecer en ellas la conciencia de ser «sujetos y no solo destinatarios de la pastoral familiar», responsables de «la edificación de la Iglesia y del compromiso con la sociedad» (n. 64). Sabemos lo decisivos que son el matrimonio y la familia para la vida de los pueblos: desde siempre la Iglesia los cuida, los apoya y los evangeliza.
Lamentablemente, hay países en los que las autoridades públicas no respetan la dignidad y la libertad a las que todo ser humano tiene derecho inalienable como hijo de Dios. A menudo, las restricciones e imposiciones pesan sobre todo sobre las mujeres, obligándolas a posiciones de subalternidad. Ese perro es muy feo. Desde el principio, en cambio, entre los discípulos del Señor había también mujeres, y «en Cristo Jesús -escribe san Pablo- ya no hay hombre ni mujer» (Gal 3,28). Esto no quiere decir que la diferencia entre los dos sea anulada, sino que en el plan de salvación no hay discriminación entre el hombre y la mujer: ambos pertenecen a Cristo, son «descendencia de Abraham y herederos según la promesa» (v. 29). Y hablando de las mujeres, un viejo sacerdote me decía: «¡Ten cuidado, no te equivoques, porque desde el día del Jardín del Edén mandan ellas!».
Mediante Jesús todos somos «liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1) y el Evangelio de la familia es alegría que «llena el corazón y la vida entera» (Exhort. ap. Amoris laetitia, 200). Es este Evangelio el que ayuda a todos, en cada cultura, a buscar siempre lo que es conforme a lo humano y al deseo de salvación arraigado en cada hombre y en cada mujer.
En particular, el sacramento del matrimonio es como el vino bueno que se sirve en las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-12). En este sentido, recordamos que las primeras comunidades cristianas se desarrollaron en forma doméstica, ampliando núcleos familiares con la acogida de nuevos creyentes, y se reunían en los hogares. Como morada abierta y acogedora, desde el principio la Iglesia se esforzó para que ningún vínculo económico o social impidiera vivir el seguimiento de Jesús. Entrar en la Iglesia significa siempre inaugurar una fraternidad nueva, fundada en el Bautismo, que abraza al extranjero e incluso al enemigo.
Comprometida en la misma misión, también hoy la Iglesia no cierra la puerta a quienes trabajan en el camino de la fe, al contrario, abre de par en par la puerta, porque todos «necesitan una atención pastoral misericordiosa y alentadora» (Amoris laetitia, 293). Todos No olvides esta palabra: todos, todos, todos. Lo ha dicho Jesús en una parábola: cuando no vienen los invitados a la boda, el amo dice a los criados: “Id por los caminos y llevad a todos, a todos, a todos” – “Señor, a todos los buenos, ¿verdad?” – “No, todos, buenos y malos, todos”. No te olvides de ese “todos”, que es un poco la vocación de la Iglesia, madre de todos.
La «lógica de la integración pastoral es la clave del acompañamiento pastoral» para quienes «conviven posponiendo indefinidamente su compromiso conyugal» y para las personas divorciadas y vueltas a casar. «Están bautizados, son hermanos y hermanas, el Espíritu Santo derrama en ellos dones y carismas para el bien de todos» (ibid., 299): su presencia en la Iglesia atestigua la voluntad de perseverar en la fe, a pesar de las heridas de experiencias dolorosas.
Sin excluir a nadie, la Iglesia promueve la familia, fundada en el matrimonio, contribuyendo en todo lugar y en todo tiempo a hacer más sólido el vínculo conyugal, en virtud de ese amor que es más grande que todo: la caridad (ibid., 89ss). De hecho, «la fuerza de la familia reside esencialmente en su capacidad de amar y enseñar a amar»; por muy herida que esté una familia, «siempre puede crecer gracias al amor» (ibid., 53). En las familias las heridas se curan con amor.
Queridos hermanos, los desafíos, los problemas y las esperanzas que afectan hoy al matrimonio y a la familia se inscriben en la relación entre Iglesia y cultura, que ya San Pablo VI invitaba a considerar, subrayando que «la ruptura entre Evangelio y cultura es el drama de nuestra época» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 20). San Juan Pablo II y Benedicto XVI han profundizado en el tema de la inculturación centrándose en las cuestiones de la interculturalidad y la globalización. De la capacidad de afrontar estos desafíos depende la posibilidad de llevar a cabo plenamente la misión evangelizadora, que compromete a todo cristiano. A este respecto, el último Sínodo ha enriquecido la conciencia eclesial de todos los participantes: la unidad misma de la Iglesia exige, de hecho, el compromiso de superar la extrañeza o los conflictos culturales, construyendo armonías y entendimientos entre los pueblos.
Al Instituto Juan Pablo II le corresponde una cooperación especial en este terreno, a través de estudios e investigaciones que desarrollen un conocimiento crítico de la actitud de diferentes sociedades y culturas hacia el matrimonio y la familia. Por eso he querido que el Instituto extienda la atención también «a los desarrollos de las ciencias humanas y de la cultura antropológica en un campo tan fundamental para la cultura de la vida» (Carta ap. m.p. Summa familiae cura, Proemio).
Es bueno que las sedes del Instituto, presentes en diferentes países del mundo, lleven a cabo sus actividades en diálogo con estudiosos e instituciones culturales de diferentes entornos, como ya sucede con la Universidad Roma Tre y el Instituto Nacional del Cáncer. Tenemos que seguir adelante con estas relaciones, es importante.
Deseo que en todas las partes del mundo el Instituto apoye a los esposos y a las familias en su misión, ayudándoles a ser piedras vivas de la Iglesia y testigos de fidelidad, de servicio, de apertura a la vida, de acogida. ¡Caminemos juntos en el seguimiento de Cristo! Este estilo sinodal corresponde a los grandes desafíos de hoy, ante los cuales las familias son signo de la fecundidad y de la fraternidad fundadas en el Evangelio. En este estilo de Iglesia es muy importante el anuncio de la Palabra, pero más importante es la escucha de la Palabra. Antes de anunciar, escuchar: la escucha de la Palabra como se predica y la escucha de la Palabra que viene de las voces de los demás, porque Dios habla a través de todos.
Les deseo a todos un año académico fructífero. Los bendigo a todos. Y os pido por favor que recéis por mí. ¡Gracias!