Alegría, testimonio y solidaridad fueron los tres principios sugeridos por el Papa Francisco a los más de tres mil representantes de la Federación italiana de asociaciones de donantes de sangre ( fidas ), recibidos en audiencia en el Aula Pablo vi la mañana del 9 de noviembre, en el 65º aniversario de fundación del ente que reúne a cerca de ochenta realidades comprometidas en el territorio nacional. En un mundo «contaminado por el individualismo, que a menudo ve en el otro más un enemigo contra el que combatir que un hermano al que encontrar», subrayó el Pontífice, el gesto «desinteresado y anónimo» del donar sangre «es un signo que gana la indiferencia y la soledad, supera los confines y derriba las barreras».
¡Queridos hermanos y hermanas, bienvenidos!
Saludo al presidente y a todos vosotros. Me alegra encontraros con ocasión del 65º aniversario de la fundación de la Federación Italiana de Asociaciones de Donantes de Sangre ( fidas ), animada por el compromiso silencioso de miles de donantes en todo el país. Quisiera detenerme con vosotros a reflexionar durante un momento sobre tres aspectos de vuestra actividad: la alegría – porque sé que vosotros sois alegres -, el testimonio y la solidaridad.
Primero: la alegría. Alegría y positividad son características frecuentes en los ambientes del voluntariado y más en general entre las personas comprometidas por el bien de los otros. Esto se siente también aquí, entre vosotros, y no es casualidad. Donar con amor, de hecho, lleva alegría. Jesús mismo lo ha dicho: «La felicidad está más en dar que en recibir» (cfr Hch 20,35). El motivo es que nosotros «hemos sido creados también para dar amor, para hacer de él la fuente de cuanto realizamos» (Benedicto xvi , Saludo a los jóvenes en la Catedral de Westminster, 18 de septiembre de 2010). El don da alegría, porque en él toda nuestra vida cambia y florece, entrando en la dinámica luminosa del Evangelio, en el que cada cosa encuentra su sentido y su plenitud en la caridad. El don da alegría, te hace más feliz este gesto [dar] que este gesto [tomar]. Este gesto [dar] nos hace felices. Vosotros gratuitamente dais a los otros una parte importante de vosotros mismos, vuestra sangre, y ciertamente conocéis la felicidad que viene del compartir. Segundo: el testimonio. En un mundo, sabemos, contaminado por el individualismo, que a menudo ve en el otro más a un enemigo contra el que luchar que un hermano para encontrar, vuestro gesto desinteresado y anónimo es un signo que gana la indiferencia y la soledad, supera los confines y derriba las barreras. El donante no sabe a quién irá su sangre, ni quien recibe una transfusión sabe normalmente quién es su benefactor. Y la sangre misma, en sus funciones vitales, es un símbolo elocuente: no mira el color de la piel, ni la pertenencia étnica o religiosa de quien lo recibe, sino que entra humildemente ahí donde puede, tratando de alcanzar, corriendo en las venas, cada parte del organismo, para llevaros energía. Así actúa el amor. Y es significativo, a propósito, el gesto de extender el brazo, que se hace en el momento en el que te sacan sangre. Se parece mucho al que realizó Jesús en la Pasión, cuando voluntariamente ha extendido su cuerpo en la cruz. Es un gesto que habla de Dios, y nos recuerda que «la misión evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad» (cfr S. Juan Pablo ii , Homilía para la Beatificación de Madre Teresa de Calcuta, 19 de octubre de 2003).
Finalmente, la solidaridad. Quien sigue la sangre llega al corazón, físicamente, pero también espiritualmente: llega al «centro unificador […] de la persona» (Cart. enc. Dilexit nos, 55), donde se encuentra «la valoración del propio ser y la apertura a los otros» (ivi 18), al lugar por excelencia de la reconciliación y de la unidad. Y al respecto quisiera invitaros a vivir la donación de la sangre, además de como un acto de generosidad humana, también como un camino de crecimiento espiritual sobre el camino de la solidaridad que une en Cristo, como un don al Señor de la Misericordia, que se identifica con quien sufre (cfr S. Juan Pablo ii , Discurso a los participantes de la marcha de la solidaridad organizada por los Dirigentes de la Asociación Voluntarios Italianos de la Sangre y Donantes de Órganos, 2 de agosto de 1984). Seguir la sangre para llegar al corazón – no os olvidéis de esto -, esto para abrazar cada vez más a todo hombre y mujer que encontráis, a todos, en una sola caridad.
Queridos, ¡gracias por lo que hacéis! Os bendigo a vosotros y a vuestras familias, los donantes y a todos aquellos que colaboran con vuestra Federación. Os recuerdo en la oración y, os pido, también vosotros no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.