«Tocar a un pobre, cuidar de un pobre, es un 'sacramental' en la Iglesia». Lo recordó el Papa Francisco la mañana del miércoles 13 de noviembre, encontrando en el aula junto al Aula Pablo vi - antes de la audiencia general - a cerca de setenta miembros del “Foyer Notre-Dame des Sans-Abri” y de la Asociación “Amis de Gabriel Rosset”. El Pontífice les saludó dirigiéndose en francés a los presentes diciéndoles: «Mis queridos hermanos y hermanas, hablaré en italiano, pero aquí tenéis la traducción. ¡Muchas gracias por vuestra presencia... los niños..., es hermosa, es hermosa! A continuación, pronunció su discurso en italiano.
Queridos hermanos y hermanas,
Me complace darles la bienvenida y expresarles la gratitud de la Iglesia por su misión. Ustedes son testigos de la ternura y la misericordia de Dios hacia los más necesitados. Las tres cosas de Dios: cercanía, compasión y ternura. Su fundador, Gabriel Rosset, a quien ustedes recuerdan este año en el 50º aniversario de su muerte, sintió una viva compasión por el sufrimiento de sus hermanos y hermanas; escuchó el clamor de los pobres y, no volvió la cabeza, ni cerró los ojos. Respondió con fe y valentía, de forma concreta, fundando Notre-Dame des Sans-Abri.
Supo reconocer la presencia de Cristo en los pobres: son nuestros hermanos. Siempre lo recordamos: «En cada uno de estos “pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace visible de nuevo como un cuerpo torturado, herido, flagelado, desnutrido, que huye... para ser reconocido, tocado y cuidado por nosotros» (Misericordiae Vultus, 15). Tocar a un pobre, cuidar de un pobre, es un 'sacramental' en la Iglesia. Hoy ustedes continúan la obra de Gabriel Rosset. Ustedes también son artesanos de la misericordia y la compasión de Dios: acompañando a las personas sin hogar, dan un rostro concreto al Evangelio del amor. Ofreciéndoles cobijo, una comida, una sonrisa, tendiendo sus manos sin miedo a ensuciarlas, les devuelven su dignidad y su compromiso toca el corazón de nuestro mundo a menudo indiferente.
Su fundador quiso que su misión se situara bajo la mirada de la Madre de Cristo, la Madre que no cesa de velar por todos los que sufren en cuerpo y corazón. Creo que esto es fundamental porque, según la Biblia, la misericordia está estrechamente ligada a las entrañas maternas (cf. Mensaje para la Cuaresma 2016, 1). Misericordia y compasión, fraternidad y apertura, mano tendida y rechazo de la cultura del descarte: es en estos gestos concretos de amor donde la Iglesia se convierte en signo vivo de la ternura de Dios por todos sus hijos. Los invito a contemplar a la Virgen María, imagen perfecta de la Iglesia, ella ilumina su servicio a los más pobres entre los pobres.
Me gusta contemplar a Nuestra Señora de los Desamparados como Virgen de la Misericordia, que abre sus brazos de par en par para acoger a todos, porque todos tienen un lugar cerca de María, cerca de Cristo. Ella no tiene miedo de abrir su manto, de hacer de él un refugio contra la lluvia y el fuego abrasador del sol. Ella da su bien más precioso, que es Jesús, dejando que los pobres se acerquen lo más posible a ella para recibir de sus manos tendidas ternura y alivio. Pónganse en su escuela. María es ante todo una mujer de vida interior: medita y custodia en su corazón la Palabra de Dios que alimenta cada una de sus acciones. Es también una mujer abierta, abierta a las sorpresas de Dios. Por eso vigila y camina. María responde a las necesidades de sus hermanos y hermanas vulnerables, pero sobre todo anticipa sus necesidades: como en Caná, donde sabe que se ha acabado el vino. Sigue a su Hijo por el camino, hasta el Calvario; no teme tocar el sufrimiento del mundo, cuando lo acoge en sus brazos al pie de la cruz.
Ustedes, queridos amigos de Notre-Dame des Sans-Abri, son para muchos una imagen viva de esta compasión maternal. Con su presencia, con su escucha, demuestran que María y Jesús nunca dejan de caminar junto a sus hermanos y hermanas, aquellos que a menudo son olvidados. Cumplan su servicio con la fuerza del amor. Permite que muchos hombres y mujeres recuperen su dignidad y su esperanza, incluso en medio de las pruebas.
Los encomiendo a la oración maternal de Nuestra Señora, que vela por ustedes y por todas las personas a las que acompañan. Los bendigo a todos de corazón. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.