· Ciudad del Vaticano ·

Al recibir al Catholicós patriarca de la Iglesia Asiria de Oriente, Su Santidad Mar Awa III

Que los cristianos de Oriente Medio puedan dar siempre testimonio de Cristo en esas tierras martirizadas por la guerra

 Que los cristianos de Oriente Medio puedan dar siempre testimonio de Cristo en esas tierras ...
15 noviembre 2024

El aliento a los cristianos de Oriente Medio, para que puedan testimoniar siempre a Cristo Resucitado «en aquellas tierras martirizadas por la guerra» y el anuncio de que san Isaac de Nínive será incluido en el «Martirologio Romano» fueron los puntos focales del discurso pronunciado por el Papa Francisco la mañana del sábado 9 de noviembre, al recibir en audiencia en la Biblioteca privada del Palacio Apostólico Vaticano a Su Santidad Mar Awa III , Catholicós patriarca de la Iglesia asiria de Oriente, junto con una delegación de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre esta última y la Iglesia católica. En la ocasión se celebró el 30 aniversario de la Declaración cristológica común entre las dos Iglesias — documento que puso fin a la controversia que se remonta al Concilio de Éfeso — y el 40º aniversario de la primera visita a Roma del Patriarca Mar Dinkha IV.

Santidad, querida hermana,
Amados hermanos en Cristo:

«El Señor de los tiempos […] en nuestros días ha empezado a infundir con mayor abundancia en los cristianos separados entre sí la compunción de espíritu y el anhelo de unión” (Decr. Unitatis redintegratio, 1). Me viene a la mente lo que decía el gran Zizioulas, hombre de Dios; decía: “Yo sé la fecha de la unión, la sé”. ¿Cuál es? “El día después del juicio final”. Antes no habrá unión, pero mientras tanto tenemos que caminar juntos, rezar juntos y trabajar juntos. Eso es lo que estamos haciendo ahora. San Juan Pablo II recibió a Su Santidad Mar Dinkha IV, con ocasión del primer encuentro oficial entre un Obispo de Roma y un Catholicos-Patriarca de la Iglesia Asiria de Oriente, hace cuarenta años, como Su Santidad acaba de recordar. Esas palabras fueron tomadas del Decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II Unitatis redintegratio, cuyo sexagésimo aniversario celebra la Iglesia Católica en este mes. para que sean autosuficientes.

Fue el «deseo de unidad», al que alude en varias ocasiones el Decreto (cf. UR, 7), lo que impulsó a nuestros predecesores a reunirse. Este “desiderium unitatis”, según la bella expresión de San Juan Casiano (Collationes, 23, 5), es una gracia que ha inspirado el movimiento ecuménico desde sus orígenes y que debemos cultivar constantemente. Impulsado por el Espíritu Santo, no es más que el ardiente deseo de Cristo mismo, expresado en la víspera de su Pasión, «de que todos sean uno» (Jn 17,21).

Santidad, querido hermano, es precisamente este mismo «deseo de unidad» el que nos anima hoy, mientras conmemoramos el trigésimo aniversario de la Declaración cristológica común entre nuestras Iglesias, que puso fin a 1500 años de controversias doctrinales relacionadas con el Concilio de Éfeso. Esta histórica Declaración reconoció la legitimidad y exactitud de las diversas expresiones de nuestra fe cristológica común, tal como fue formulada por los Padres en el Credo niceno. Este enfoque “hermenéutico” fue posible gracias a un principio fundamental afirmado por el Decreto conciliar, a saber, que la misma fe, transmitida por los Apóstoles, se expresó y aceptó de diferentes formas y maneras según las diferentes condiciones de vida (cf. Unitatis redintegratio, 14). Y ese ha sido un principio importante.

Fue precisamente la Declaración cristológica común la que anunció la creación de una Comisión mixta para el diálogo teológico entre nuestras Iglesias, que ha producido resultados notables, también a nivel pastoral. Quisiera recordar en particular el acuerdo de 2001 sobre la Anáfora de los apóstoles Addai y Mari, que permitió a sus respectivos fieles una cierta communicatio in sacris en determinadas circunstancias; y en 2017 una Declaración común sobre la “vida sacramental”. Más recientemente, hace dos años, un documento sobre Las imágenes de la Iglesia en las tradiciones siríaca y latina sentó las bases para una comprensión común de la constitución de la Iglesia.

Hoy, por tanto, tengo la oportunidad de daros las gracias a todos vosotros, teólogos miembros de la Comisión mixta, por vuestro esfuerzo. De hecho, sin vuestro trabajo, estos acuerdos doctrinales y pastorales no habrían sido posibles. Me alegro de la publicación de un libro conmemorativo, con los diversos documentos que marcan las etapas de nuestro camino hacia la comunión plena, con un prefacio común de Su Santidad y el mío. En efecto, el diálogo teológico es indispensable en nuestro camino hacia la unidad, ya que la unidad que anhelamos es unidad en la fe, a condición de que el diálogo de la verdad nunca se separe del diálogo de la caridad y del diálogo de la vida: un diálogo humano, total.

Esa unidad en la fe ya la han alcanzado los santos de nuestras Iglesias. Ellos son nuestros mejores guías en el camino hacia la comunión plena. Por eso, con el acuerdo de Su Santidad y del Patriarca de la Iglesia Caldea, y alentado también por el reciente Sínodo de la Iglesia Católica sobre la sinodalidad, que ha recordado que el ejemplo de los santos de otras Iglesias es «un don que podemos recibir, insertando su memoria en nuestro calendario litúrgico» (Documento final, n. 122), me complace anunciar que el gran Isaac de Nínive, uno de los Padres más venerados de la tradición siro-oriental, reconocido como un maestro y un santo por todas las tradiciones, será introducido en el Martirologio Romano.

Que por intercesión de San Isaac de Nínive, unida a la de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Cristo nuestro Salvador, los cristianos de Oriente Medio den siempre testimonio de Cristo Resucitado en aquellas tierras martirizadas por la guerra. ¡Y siga floreciendo la amistad entre nuestras Iglesias, hasta el día bendito en que podamos celebrar juntos en el mismo altar y recibir la comunión del mismo Cuerpo y Sangre del Salvador, «para que el mundo crea» (Jn 17,21)!

¡Gracias, Santidad! Sigamos caminando juntos, rezando juntos y trabajando juntos, y avancemos por este camino hacia la unidad plena. Y gracias a todos por esta visita. Permanezcamos unidos en la oración mutua.

Y ahora os invito a rezar juntos la oración que el Señor Jesús nos ha enseñado, el Padre Nuestro. Cada uno la reza según su propia tradición y su propio idioma, a media voz.