Una invitación a «ensanchar el corazón, a no tener miedo de proponer ideales elevados» y a «no quedarse solos, sino construir y fortalecer las relaciones provechosas con los diversos sujetos del proceso educativo», ya sean familias, catequistas, profesores o entrenadores «sin descuidar la colaboración con las instituciones públicas»: el Papa Francisco lo dijo a los miembros del Movimiento de compromiso educativo de Acción católica (Mieac), con ocasión del xi Congreso nacional. El Pontífice les recibió la mañana del jueves 31 de octubre, en la Sala del Consistorio, pronunciando el discurso que publicamos a continuación.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Os recibo con mucho gusto con ocasión del xi Congreso nacional del Movimiento de Compromiso Educativo de Acción Católica. Saludo la presidencia, el asistente y a todos vosotros, y os doy las gracias por la elección, nunca descontada, de ser y hacer asociación en la Iglesia.
El servicio educativo que define vuestro Movimiento lleva consigo, hoy quizá más todavía que en el pasado, el desafío de trabajar en el plano humano y cristiano. Educar – como vosotros bien sabéis y testimonias – significa sobre todo descubrir y valorizar la centralidad de la persona en un contexto relacional donde la dignidad de la vida humana encuentre plenitud y espacios adecuados para crecer.
El proyecto formativo de Acción Católica italiana se desarrolla según una visión orgánica y sistemática de la misión educativa. Con tal fin – desde la Asamblea constituyente de 1990, cuando habéis recogido la herencia del Movimiento Maestros Católicos – os habéis dedicado con creatividad, con atención a los signos de los tiempos y dejándoos siempre iluminar por el Evangelio. Esta acción educativa la habéis llevado adelante tratando de permanecer bien enraizados en el territorio, con espíritu de colaboración con las Iglesias locales y con las otras realidades del laicado católico.
En este cambio de época, en medio del proceso de secularización – que es claro: se ve claro como el espíritu de este mundo -, la actividad educativa se encuentra inmersa en un horizonte casi sin precedentes. La educación cristiana atraviesa terrenos inexplorados, marcados por cambios de tipo antropológico y cultural, sobre los cuales estamos todavía buscando respuestas a la luz de la Palabra de Dios. Al mismo tiempo recogemos las experiencias positivas que nos transmiten muchas familias, las escuelas, las comunidades parroquiales, las asociaciones y la misma pedagogía. Hay muchas cosas urgentes hoy, pero una de estas es – por usar una expresión vuestra – ser «educadores del corazón grande… en los laberintos de la complejidad».
Y vosotros ¿sabéis cómo se sale de un laberinto? Nunca solos, nunca. Y segundo, desde arriba. De un laberinto se sale desde arriba y nunca solos. Pensad un poco en esto.
Educadores del corazón grande por el bien de los chicos, de los jóvenes y de los adultos que viven junto a vosotros. Estáis llamados a ensanchar el corazón – no se puede tener un corazón estrecho: ensanchar el corazón -, a no tener miedo de proponer ideales elevados, sin desanimaros frente a las dificultades. Las dificultades están y son muchas. Y para no perder el hilo en estos “laberintos de la complejidad” es importante no quedarse solos, sino construir y fortalecer las relaciones provechosas con los diversos sujetos del proceso educativo: las familias, los profesores, los animadores sociales, los dirigentes y entrenadores, los catequistas, los sacerdotes, las religiosas y los religiosos, sin descuidar la colaboración las instituciones públicas. E involucrar a los chicos, porque los chicos entran: ¡no deben ser pasivos en el proceso educativo, deben ser activos!
En el Congreso que estáis viviendo en estos días habéis renovado el compromiso de llevar adelante una idea y una praxis de educación que ponga efectivamente al centro a la persona, su imprescindible valor y su dignidad, de modo que siempre y en todo caso sea considerada el fin y nunca reducida a un medio, por ningún motivo. Una educación – como dice vuestro proyecto - «que ayude a volver en sí mismos, a cultivar la interioridad, la trascendencia, la espiritualidad, como elementos imprescindibles para el desarrollo integral de la persona humana, en todas sus dimensiones: espiritual, existencial, afectiva, cultural, social y política». Es precisamente esta la perspectiva adecuada en la que proseguir el camino de vuestro Movimiento. ¡E id adelante! No os desaniméis.
Mirando después al próximo Jubileo, tiempo para sembrar esperanza – porque todos tenemos una necesidad vital de esperanza -, quisiera dejaros una última consigna: tened una atención especial por los niños, los adolescentes, los jóvenes. Debemos mirarlos con confianza, con empatía, quisiera decir con la mirada y con el corazón de Jesús. Son el presente y el futuro del mundo y de la Iglesia. Es nuestra tarea – completamente educativa – acompañarlos, sostenerlos, animarlos y, con el testimonio, indicarles el buen camino que lleva a ser “hermanos todos”.
“Quien ama educa” – no nos olvidemos de esto – como titulaba un libro promovido de la Acción Católica hace pocos años: es un criterio, inteligente y cargado de esperanza, para tener presente en cada una de vuestras actividades. A través de los procesos educativos expresamos nuestro amor por el otro, por quien es cercano o se nos ha encomendado; y, al mismo tiempo, es esencial que la educación esté fundada, en su método y en sus finalidades, sobre el amor. Sin amor no se puede educar. ¡Educar siempre con amor!
Os encomiendo a la intercesión del venerable Giuseppe Lazzati, maestro y testigo creíble, modelo de educador cristiano en el cual inspirarse.
¡Gracias por vuestra visita! Os bendigo de corazón. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí.
Gracias.