«No debemos perder la esperanza, el mal no tiene la última palabra, nunca es definitivo» ni siquiera cuando se sufre por un dolor que «sacude en lo profundo», como la pérdida de un hijo. El Papa Francisco se ha dirigido así al equipo de «Proyecto Esperanza» que desde hace 25 años trabaja en el seno del Consejo episcopal latinoamericano (Celam) apoyando a mujeres y hombres que han perdido a sus hijos antes de nacer. El Pontífice les ha recibido en audiencia en la aula junto al Aula Pablo vi , la mañana del miércoles 30 de octubre, antes de la audiencia general, pronunciando el discurso que publicamos a continuación.
Queridos hermanos y hermanas:
¡Gracias por venir! Estoy contento de recibirlos en esta casa de toda la Iglesia, en la feliz celebración de los 25 años de servicio a unas personas cuyo sufrimiento es indescriptible.
La llegada de cada recién nacido suele ser sinónimo de una alegría que nos embarga de forma misteriosa, y que renueva la esperanza. Es como si percibiéramos, sin saber explicarlo, que cada niño es anuncio del Nacimiento de Belén.
Tal vez por ello, el Señor, en la pedagogía de su Evangelio, quiso hacernos partícipes de un dolor que, por ser la antítesis de esa alegría, nos conmociona de manera brutal: «Se escucha un grito en Ramá, gemidos y un llanto amargo: Raquel, que llora a sus hijos, no quiere ser consolada, pues se ha quedado sin ellos» (Jr 31,15).
Un antiguo autor citado por santo Tomás interpretaba este texto diciendo que el primer gemido se refería a los niños, los santos inocentes, y su dolor cesaba con la muerte, mientras el llanto amargo era el lamento de las madres «que se renueva siempre con la memoria» (Catena Aurea Mt 2,17-18).
El texto de san Mateo prosigue con la huida a Egipto, casi como diciendo que un mal tan grande aleja de nosotros a Jesús, le impide entrar en nuestro hogar, tener sitio en nuestra posada. Pero no debemos perder la esperanza, el mal no tiene la última palabra, nunca es definitivo. Como el ángel en el sueño de san José, Dios nos anuncia que, después de este desierto, el Señor volverá a tomar posesión de su casa.
Para muchas personas ustedes son como ese ángel y se lo agradezco de veras. Confíense en la mano firme de san José para que estas hermanas nuestras puedan encontrar a Jesús en la desolación. Con él llegarán al hogar cálido y seguro de Nazaret.