
Es una mujer y es una santa. Es la patrona de Palermo, pero no es solo eso. Desde hace cuatrocientos años Rosalía es la esperanza de un pueblo, es el símbolo de la independencia femenina, es la salvación de los sicilianos y de los migrantes. De los miles que cada 4 de septiembre caminan por el escarpado sendero desde la ciudad hasta la cima del Monte Pellegrino, la colina que domina la Conca d'Oro, para rendir homenaje a los restos de un mujer que, según la tradición, vivió hace nueve siglos como ermitaña en esos bosques y que hoy también es venerada como icono de libertad, redención e inconformismo. Una santa que desde hace cuatrocientos años mantiene unidos en Palermo sus cuatro puntos cardinales, al pueblo y a la aristocracia, a las autoridades religiosas y a las civiles. Una santa que rechazó el matrimonio y eligió su propio destino y que, por ello, se ha convertido en un icono de la lucha contra la violencia contra la mujer, tanto la física como la psicológica.
Esta lacra hiere a Palermo incluso en sus días más festivos. En verano del año pasado, una semana antes de la fiesta de Santa Rosalía, y con la ciudad ya vestida de luz, se vivió otra terrible estación de este terrible vía crucis que parece interminable. Y fue con la violación en grupo de una joven de 19 años en una obra abandonada en el Foro Itálico, una gran zona verde en primera línea de playa. Tras la conmoción por aquella violación, el artista Igor Scalisi Palminteri, autor de numerosos murales que celebran a los iconos populares de Palermo - desde el santo migrante Benito el Moro hasta el “ángel de los últimos”, el franciscano Biagio Conte, pasando por Pio La Torre, el secretario del Partido Comunista Italiano asesinado por la mafia- creó en los últimos meses una enorme pintura que retrata a Santa Rosalía. Y lo hizo en el corazón de un barrio difícil como es Sperone, donde la escuela y la parroquia libran cada día una batalla muy dura para liberar a los más jóvenes de las garras de la criminalidad y la marginación.
“El significado que le di al pintar a Santa Rosalía en ese barrio – explicó – es el de una mujer que vive libremente, que piensa libremente, que se viste libremente y que actúa libremente en una sociedad que, por el contrario, la aprisiona en la jaula de los estereotipos. En el deseo de libertad de Rosalía Sinibaldi, expresado en la determinación de no aceptar el matrimonio al que su padre quería obligarla, puede verse reflejada cualquier mujer y también cualquier hombre”.
Así que este año, en el que celebramos el cuarto centenario del Festino dedicado a ella - el primero fue en 1624 -, es la oportunidad perfecta para recordar una historia que también habla al hoy. Una historia leída de diferentes maneras por la Iglesia del siglo XVII y por la actual, por historiadores y antropólogos, por quienes la ven como la santa a la que pedir una gracia y por quienes secularmente reconocen en ella el valor de quien se rebela contra el poder masculino. En resumen, Rosalía es una, pero las Rosalías que hoy hablan a nuestra sociedad son innumerables. Lo que demuestra que es una figura de una fuerza aún extraordinaria.
La historia -la oficial, revisada y corregida cuando Rosalía en 1624 se convierte en la libertadora de Palermo de la peste- comienza hace casi novecientos años, en 1128. Si se tratara de una película, la primera escena mostraría un gran ventanal del Palacio Real de Palermo. Allí, un ángel se aparece al rey Roger II y a su esposa Elvira de Castilla, que están contemplando el atardecer. El ángel se dirige al soberano normando y le dice: “Roger, te anuncio que, por voluntad de Dios, nacerá en la casa de Sinibaldo, una rosa sin espinas”. Dos años más tarde, en 1130, la profecía se materializa en una niña llamada Rosalía. Los lingüistas explican que el nombre Rosalía en realidad tiene una etimología germánica, que tiene que ver con el escudo y la gloria, pero se sabe que el pueblo lo que quiere y en “Rosalía” siempre han identificado una rosa y un lirio, la pasión y la pureza.
En casa del conde Sinibaldo Sinibaldi, señor de Monte de las Rosas y de Quisquina, miembro de la familia Berardi que presume de ser descendencia directa de Carlomagno, crece la pequeña Rosalía, nieta del rey Roger por parte de madre. Una niña que puede contar con todas las comodidades que la época garantiza a los aristócratas: juega en la corte real o en la villa de su padre en Olivella y es educada como corresponde a una niña de noble cuna. Tanto es así que a los 19 años fue elegida dama de honor de la reina Sibilla de Borgoña, segunda esposa de Roger II. Poco importa si la hagiografía es el resultado de una invención, una palabra latina que indica a la vez la inventio -el descubrimiento de sus restos en Monte Pellegrino- y la construcción imaginativa de una historia construida alrededor de una mesa y que entrelaza orígenes nobles con relaciones con soberanos y la vida ermitaña. Una construcción necesaria para hacer que las clases altas acepten un antiguo culto venerado por las clases sociales más bajas. Lo que importa es que este culto, en lugar de perder fuerza, debilitarse o diluirse en el estereotipo folclórico, cada año se enriquece con nuevos significados y acoge nuevas peticiones, nuevas esperanzas y nuevas oraciones por la victoria sobre nuevas plagas.
Una santa nacida para pacificar, para curar las heridas de la sociedad, para reparar una comunidad desgarrada primero por la peste y luego por las insurrecciones de mediados de siglo en el Reino de España del que formaba parte Sicilia. Una santa ecuménica que hoy, como entonces, habla a todos porque es la santa de los palermitanos de todos los orígenes sociales, la santa de los migrantes que hicieron escala en la ciudad y la santa de los migrantes sicilianos esparcidos por el mundo. La santa de las mujeres que se rebelan contra un destino escrito. La santa de las mujeres que sufren violencia. Tiene toda la suerte del mundo, Rosalía. O casi toda. Porque no tiene libertad para enamorarse de quien quiera. Eso, en el siglo XII, no está contemplado. Menos todavía para una hija de familia aristocrática. Su padre la prometió a un conde como él, Balduino, con quien el rey tiene una deuda especial ya que le salvó la vida durante una partida de caza. Y acabó cobrándose la deuda pidiendo la mano de su sobrina Rosalía. Por tanto, el destino parecía decidido para la joven Sinibaldi, sin ninguna libertad para elegir. La legendaria historia de la futura santa cuenta que el día antes de su boda con Balduino, cuando se miró al espejo, vio reflejada la imagen de Jesús en lugar de la suya propia y esa fue señal de que la boda no podía ser. Rosalía decidió entonces cortarse las trenzas rubias y anunció su decisión: vivirá una vida monástica.
Sus padres y su prometido no se lo tomaron bien, tanto que en los meses siguientes visitaban continuamente el monasterio donde se trasladó, que es la actual iglesia del Santissimo Salvatore, cerca de los Quattro Canti de Palermo, dedicada - ironía del destino- a las cuatro santas patronas que Rosalía sustituirá en el corazón de la devoción de los palermitanos: Ágata, Cristina, Ninfa y Oliva. Intentaron hacerla cambiar de opinión, convencerla de que abandonara los hábitos. Pero no tuvieron nada que hacer. Rosalía había decidido: quería ser ermitaña.
Después de varios años de oración en grutas y montes sicilianos, al final de su vida monacal ermitaña se trasladó al Monte Pellegrino, una montaña sagrada en Palermo ya en tiempos precristianos. En ese lugar la futura santa concluyó su existencia terrena, con solo 40 años, un 4 de septiembre de 1170. Pronto, cuando el relato de su vida ascética y de su renuncia a las comodidades mundanas se hizo conocido, Rosalía se volvió santa por aclamación popular.
Lo que ocurrió en el siglo XVII en torno a la santa es aún más legendario que sus orígenes. En 1624 Palermo estaba sumergida en una epidemia de peste mortal. La población buscaba remedios en vano. El 26 de mayo, una mujer también llamada Rosalía, cumplió con una promesa que había hecho en el hospital subiendo a Monte Pellegrino. Al llegar, se quedó dormida junto a una cueva. Y entonces, la Virgen se le apareció en sueños y le enseñó un punto de esa cueva donde excavar. La mujer encontraría allí “un tesoro”, “una santa”. Semanas más tarde comenzaría la excavación rodeada de un gran escepticismo.
Después de encontrar algunos restos, el 15 de julio se convertiría en una fecha en rojo en el calendario. Se hallaron unos restos, pero despertaban dudas en el cardenal Giannettino Doria. Los primeros exámenes sostenían que pertenecían a tres personas distintas y que todos eran hombres. No eran los de “la santa” así que la peste duraría. El pueblo invocaba un milagro para poner fin a la pesadilla y el hecho milagroso que tanto pedían, se produjo.
Vincenzo Bonelli, un jabonero que subió al Monte Pellegrino para suicidarse tras la muerte de su esposa, contó que Rosalía se le había aparecido para disuadirlo de cometer semejante acto extremo. La santa le pidió tranquilizar al arzobispo sobre la autenticidad de los restos encontrados y animarle a llevarlos en procesión.
Doria nombró entonces otra comisión de peritos que el 11 de febrero de 1625 emitió un veredicto contrario al anterior: esos huesos pertenecían a una sola persona, a una mujer. Se llegó a la conclusión de que eran los restos “santos” de Rosalía.
El 9 de junio los palermitanos salieron en procesión tras la urna que esperando el milagro. La enfermedad, poco a poco, comenzó a remitir.
El 15 de julio, aniversario del descubrimiento, una multitud emprendió una peregrinación hacia la cueva de la santa. Fue el primer día en que la ciudad no registró ningún caso nuevo de peste. El pueblo aclamaba como santa a la protectora del pueblo. Cuatrocientos años después, muchos siguen invocando su ayuda para liberarse de las pestes de hoy en día, como la de la droga, que señalaba el arzobispo Corrado Lorefice en la tarde del 14 de julio. “¿A quién queremos dejar nuestra ciudad, nuestros barrios, nuestras casas y nuestras calles? ¿A esta nueva plaga que, ante nuestros ojos, disfrazada de normalidad, está llegando a nuestros jóvenes, es decir, a nuestros hijos y nietos?”, clamaba Lorefice.
Desde un rincón de la periferia hasta la cima de su montaña, desde la fiesta popular que lleva su nombre hasta la peregrinación nocturna que une a palermitanos e inmigrantes esrilanqueses, esa joven valiente y decidida sigue contándonos algo importante. Y puede ayudar a todos a protegerse de las nuevas pestes que nos acechan.
de Laura Anello
Periodista, presidenta de la Fondazione Le Vie dei Tesori