
Sin quererlo, he escrito un libro sobre violencia de género. Sin quererlo, porque mi motivación inmediata no era tratar el tema, sino tratar de entender algo que me había sorprendido, es decir, la absoluta discordancia entre la imagen de una mujer que considero “fuerte” (independiente, reactiva, capaz) y lo que pensaba que era una mujer víctima de violencia.
Creo que la palabra víctima siempre nos ha desviado, porque contiene un juicio, nos lleva a imaginar una persona frágil o sumisa. Por lo tanto, también yo, víctima de prejuicios, intrigada por el contraste evidente entre el estereotipo de mujer maltratada que tenía en mente y el temperamento expresado por Luciana Cristallo durante la entrevista concedida a la periodista Franca Leosini para la televisión pública italiana, comencé a entrar en la vida de los protagonistas de la historia, intentando examinarla sin prejuicios. Intenté simplemente estudiar la historia de dos seres humanos: él que es violento físicamente y ella que sufre y sufre y sufre. Quien sufre y perdona. Durante veinte años.
Cuando comencé a escribir el libro estaba muy segura de que me pondría del lado de la mujer. Sin embargo, al estudiar las miles de páginas de los documentos del proceso, me pareció ver las motivaciones que empujaron a Domenico (así se llama el marido) a utilizar la violencia contra su esposa. Evidentemente esto no justifica en modo alguno sus acciones, simplemente estoy dando cuenta de un método y, quizás, de una forma más efectiva que el juicio para abordar el tema de la violencia. Es decir, comprendí que, solo investigando a fondo lo que mueve a un hombre y lo que indirectamente obliga a las mujeres a permanecer a su lado, podemos vislumbrar una solución a la producción y reproducción de estas dinámicas.
En términos generales, la única revolución exitosa del siglo XX, la feminista, ha traído consecuencias como poner de manifiesto que hay hombres aún no preparados para la autonomía de sus compañeras y que reaccionan violentamente ante una libertad que quizás, navegando por el río de lo políticamente correcto, simulan aceptar (hablo solo de la cultura occidental contemporánea). La corrección política, si se practica solo con palabras, es francamente peligrosa. Si hubiéramos entrevistado a Domenico, habríamos descubierto que había aprendido a responder que Luciana tenía el mismo derecho que él a ser libre. Pero realmente él no lo creía así. Ni la más mínima fibra de su cuerpo lo creía así.
Adentrándome en esa unidad psicofísica llamada Domenico, hay un punto del libro en el que me dirijo a quienes lo conocieron y les pregunto por qué nadie lo detuvo, ni lo ayudó a detenerse. Evidentemente, la pregunta sigue sin respuesta.
Desgraciadamente, la historia transcurre en unos años en los que la figura femenina seguía imbuida del modo sacrificial que se ha tolerado durante siglos, sobre todo, por su dependencia económica de su marido. En el hogar de los Bruno (no es casual el uso del apellido del marido para definir el núcleo familiar) a partir de un determinado momento Luciana es quien sostiene a la familia, pero nuestro país vive todavía sin materializar el impulso feminista en una verdadera, concreta, cotidiana y real igualdad. Se necesita mucho tiempo para que los logros sociales y legislativos se conviertan en una realidad aceptada y vivida por todos, en todos los rincones de cada país. Y Domenico - así lo dicen los hechos -, como muchos hombres de su generación, todavía entendía el cuerpo y la vida de su esposa como una propiedad. Era suya, de Domenico.
Por este motivo, estoy convencida de que lugares como los C.A.M, Centros de Escucha para Hombres Maltratadores (organización sin ánimo de lucro fundada en Florencia en noviembre de 2009, que abrió otras oficinas en todo el país en 2014), que se están difundiendo en Italia, son una decidida apuesta hacia un futuro más igualitario.
En ellos el hombre es acogido sin juicios ni prejuicios, puesto en condiciones de aprender a comprenderse a sí mismo y a sus contradicciones y problemas, antes de que recurran a la respuesta violenta. Todos contenemos todo mal y todo bien y acoger al otro, sabiendo profundamente que el otro tiene los mismos derechos que nosotros, es el resultado, primero de una decisión y, después, de un ejercicio diario. Es el resultado de un aprendizaje, porque el vicio, por el contrario, la parte más antigua de nuestra naturaleza, nos llevaría a atacar a quienes amenazan nuestras fronteras o nuestras propiedades. Por tanto, como escribo en el libro, es esencial distinguir las señales que nos muestran nuestra parte controlada y civilizada de las que nos desvelan nuestra parte instintivamente agresiva.
Debemos aprender a reconocer el momento en que la bestia se despierta en nuestro interior. Y detenla antes de que tome control de nosotros, devolverla a su propia oscuridad y hacer otra cosa. Quizás dedicarnos al arte, quizás hacer deporte. Y así, hasta que aprender el respeto, poco a poco, un día tras otro, un año tras otro, se convierta en costumbre. Y, finalmente, se descubra la alegría. La victoria sobre la atroz soledad de quienes controlan la vida de aquellos que ama.
de Maria Grazia Calandrone