· Ciudad del Vaticano ·

Conversación con Juan Carlos Cruz, en el pasado víctima de abusos por parte de un sacerdote

Escuchando las muchas voces que claman justicia

 Escuchando las muchas voces que claman justicia  SPA-044
31 octubre 2024

Hace diez años Juan Carlos Cruz acusaba a la Iglesia de ser el “mal absoluto”, cómplice de los abusos sufridos repetidamente cuando era niño por parte de un sacerdote, el chileno Fernando Karadima dimitido del estado clerical por el Papa en septiembre de 2018, por sus crímenes contra menores y seminaristas.

Hoy Juan Carlos, carismático, periodista, originario de Chile pero residente antes en Estados Unidos y actualmente en España, trabaja al servicio de la Iglesia como miembro de la Comisión Pontificia para la tutela de los menores, donde lleva la voz de las víctimas y de los supervivientes. Mientras habla con los medios vaticanos, Cruz tiene entre las manos el primer Informe anual del organismo publicado esta semana. Un documento fruto también de su contribución: «Es algo que hemos deseado desde hace mucho» dice. Apoya la mano en la portada que tiene la imagen estilizada de un boabab, árbol africano símbolo de resiliencia. La misma que ha animado su batalla por la justicia que lo ha llevado a no caer en depresión y dependencias o, incluso, llegar hasta el suicidio «como sin embargo ha sucedido a muchas personas que conozco». La resiliencia que ha empujado a Juan Carlos a viajar en 2018 desde Chile hasta Roma para «afrontar», junto a otras dos víctimas de Karadima, James Hamilton y José Andrés Murillo, a ese Papa que acusaba de no haber hecho nada por los supervivientes. Sin embargo, ese encuentro en Casa Santa Marta – Juan Carlos no se cansa nunca de contarlo – le cambió la vida, lo acercó a la Iglesia y le hizo descubrir un padre, como define hoy a Francisco con el cual mantiene un contacto constante. «Conozco al Papa Francisco, le quiero mucho, le reconozco como un hombre verdaderamente ejemplar que no dice palabras vacías, bonitas de escuchar, sino que se compromete absolutamente por el dolor de los seres humanos. En este caso, las víctimas de abusos sexuales en la Iglesia» afirma Cruz.

Fue precisamente el Pontífice quien pidió – durante la audiencia del 29 de abril de 2022 en el Vaticano a los miembros de la Comisión después de la plenaria – realizar este informe que ve la luz después de «un maratón de trabajo».

«Creo que el producto final es algo que se necesitaba, pero que debe ser mejorado. Todavía necesitamos incorporar más voces de las víctimas en todo el mundo, pero es muy difícil organizar un trabajo riguroso y científico cuando no hay datos sobre los casos en todos lados» observa Juan Carlos. Ciertamente, añade, la existencia misma del Informe es «un progreso». Él se reconoce «extremadamente feliz: creo que veréis cosas que las víctimas siempre han pedido y de las que a veces no han escuchado nunca hablar. Este tipo de justicia, en el que la víctima es escuchada, compensada, es para mí un gran paso adelante del que no se hablaba. Las víctimas eran vistas como gente que quería dinero, que hacía peticiones… es terrible mirar a una persona de esta manera. Debemos estar atentos, escuchar, creer a las víctimas, acompañarlas y seguir el proceso de reparación – sea el que sea – por parte de la Iglesia, así para que esto no suceda más. Francisco ha sido el primero que ha querido hacerlo, y se lo agradezco».

Si por un lado el Informe da testimonio de una «maravillosa apertura en el hablar honestamente de estado de los abusos en el mundo» por el otro también habla de «fracasos» en materia de tutela. «Lo reconozco, hay mucho por hacer» afirma Cruz. «Me preocupan, por ejemplo, muchos obispos que en el mundo, a pesar de todo lo que ha sucedido, ignoran estos casos. Y hay víctimas inocentes, invisibles al mundo, que no se atreven a hablar porque es doloroso. Nadie les presenta un proyecto o un lugar donde poder ir a hablar y ser acompañados. Hay miedo».

Hay víctimas «que tienen los medios, que pueden llegar a los medios de comunicación y los abogados – dice Juan Carlos – pero muchas otras en muchos países no tienen estos lujos, ni siquiera un abogado. Viven sufriendo, llegando incluso a suicidarse que es el dolor más grande cuando ya no se tiene esperanza. Tengo amigos que han perdido toda esperanza y se han suicidado. No puede ser que haya víctimas que todavía imploran justicia. No puede ser».

Salvatore Cernuzio