Hay una señal que viene del Sínodo. En el Instrumentum Laboris, observa la teóloga Serena Noceti, la frase “hombres y mujeres” vuelve y aparece 22 veces, “utilizada para definir la identidad de los discípulos de Cristo, destinatarios del anuncio evangélico y misioneros, así como aquellos que son comprometidos en la vida pastoral”. No es solo una novedad simbólica para la teóloga. Sugiere un reconocimiento explícito de la corresponsabilidad de hombres y mujeres dentro de la Iglesia.
En el mes en que se celebra la segunda sesión del Sínodo sobre la sinodalidad, “Mujeres, Iglesia, Mundo” vuelve a abordar la cuestión femenina en la Iglesia que ha ido surgiendo progresivamente en las asambleas sinodales, implicando a teólogas, sociólogas, religiosas, liturgistas, historiadoras, líderes de organizaciones y fieles católicas. Voces diferentes, no homogéneas en un debate que parte del ayer y mira al mañana.
Hace exactamente sesenta años ocurrió un hecho histórico: el 25 de septiembre de 1964 veintitrés mujeres entraron por primera vez como auditoras en un Concilio. Quizás no fue casualidad que la primera en entrar en la sala fuera una laica, la francesa Marie-Louise Monnet. Entraron siguiendo el aleteo de una mariposa, un cambio generado en aquel acontecimiento universal por la famosa pregunta del cardenal belga Léon-Joseph Suenens a los otros 2.500 obispos del Vaticano II el 22 de octubre de 1963: “¿Dónde está la otra mitad del género humano?”.
Hoy no se trata de tener espacio, ni poder alguno. En el Sínodo, en diversos cargos, hay casi un centenar de mujeres y muchas, por primera vez, tienen derecho a voto.
Más bien es necesario pensar de otro modo, escribe Chiara Giaccardi, socióloga y miembro del comité de dirección de “Mujeres, Iglesia, Mundo”. Porque el debate sobre la cuestión femenina “parece prisionero de un error epistemológico que se refleja en una reflexión contemporánea más amplia sobre la cuestión de género: lo masculino y lo femenino como elementos separados y contrapuestos. Un esquema “binario” que solo conduce a la polarización, las reivindicaciones y los conflictos, dentro y fuera de la Iglesia”.
Incluso el ideal de “la complementariedad”, afirma Giaccardi, es una trampa. La palabra clave es la reciprocidad: entender que la cuestión no se resuelve simplemente con una división igualitaria de espacios o poderes, sino con una interacción dinámica y transformadora, donde hombres y mujeres se implican y se enriquecen mutuamente. Cambiando la Iglesia, juntos.