«La celebración común del Día de Resurrección deje de ser una excepción y se convierta en la norma». Lo deseó el Papa en el saludo al grupo «Pasqua Together 2025» recibido en audiencia el jueves 19 de septiembre, en la Biblioteca privada del Palacio apostólico vaticano. A continuación, el texto entregado por el Pontífice a los participantes del encuentro.
Queridos hermanos y hermanas:
Les doy la bienvenida con las palabras de San Pablo: «Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (Rom 1,7). Saludo al Cardenal Kurt Koch, prefecto del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Ustedes representan aquí diferentes realidades y comunidades: en primer lugar, las Confesiones cristianas a las que pertenecen, luego las Asociaciones y Movimientos Laicales y, por último, los diversos campos de acción en los que actúan, como el de la política, el de la preparación del próximo Segundo Milenio de la Redención -en 2033- y otras iniciativas similares. En todos estos ámbitos, el grupo Pasqua Together (Pascua Juntos) persigue proyectos comunes. Los felicito y los animo a continuar, sobre todo porque ello expresa el deseo de no dejar pasar en vano la importante oportunidad que nos brinda el año 2025. En efecto, el año próximo - que para la Iglesia católica será el del Jubileo ordinario - la celebración de la Pascua, debido a la coincidencia de los calendarios, será común para todos los cristianos. Se trata de un signo importante, al que se añade el 1700 aniversario de la celebración del primer Concilio Ecuménico, el Concilio de Nicea, que, además de promulgar el Símbolo de la Fe, también trató la cuestión de la fecha de la Pascua, a causa de las diferentes tradiciones que ya existían entonces. En más de una ocasión se me ha pedido que busque una solución a esta cuestión, para que la celebración común del Día de Resurrección deje de ser una excepción y se convierta en la norma. Por lo tanto, animo a los que se embarcan en este viaje a perseverar y a esforzarse al máximo en la búsqueda de una posible comunión, evitando todo aquello que, por el contrario, pueda conducir a mayores divisiones entre los hermanos. Pero, sobre todo, quisiera confiar a todos un pensamiento, que nos remite al núcleo de la cuestión: la Pascua no se produce por iniciativa propia ni por un calendario u otro: el acontecimiento pascual tuvo lugar porque Dios «amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (cf. Jn 3,16). No olvidemos la primacía de Dios, su primerear, el haber dado el primer paso. No nos encerremos en nuestros esquemas, en nuestros planes, en nuestros calendarios, en «nuestra» Pascua. ¡La Pascua es de Cristo! Y es bueno que pidamos la gracia de ser cada vez más sus discípulos, dejando que Él nos muestre el camino a seguir y aceptando humildemente su invitación, ya hecha un día a Pedro, a seguir sus huellas y a no pensar según los seres humanos, sino según Dios (cf. Mc 8,33). Intentemos, pues, reflexionar, compartir y planificar juntos, teniendo a Él ante nosotros, agradecidos por la llamada que nos ha dirigido y deseosos de convertirnos, unidos, en sus testigos, para que el mundo crea (cf. Jn 17,21). Necesitamos caminar juntos, y para ello nos ayudará partir, como los Apóstoles, de Jerusalén, el lugar desde el que el anuncio mismo de la Resurrección se extendió por todo el mundo. Y allí volvamos también a rezar al Príncipe de la Paz para que nos dé hoy su paz.
Queridos hermanos y hermanas, que el Señor los bendiga y los recompense por lo que hacen. Les doy las gracias por este encuentro y rezo por ustedes. Y ustedes también, por favor, no se olviden de rezar por mí.