Hablar poco, escuchar mucho y guardarlo en el corazón, para ser apóstoles de la esperanza: este es el triple encargo confiado la mañana del jueves 19 de septiembre, por el Papa Francisco a la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María (Picpus) y a las Hermanas del Divino Salvador. El Pontífice recibió juntos a los dos grupos con ocasión de sus respectivos capítulos generales y abrió el encuentro dialogando con ambos.
Santo Padre: ¿Cuantas novicias tienen?
Una religiosa: Cinco.
Santo Padre: ¿De dónde?
Una religiosa: De diferentes partes del mundo: Congo, Asia, Filipinas, Sri Lanka, Colombia…
Santo Padre: ¿Y ustedes?
Un religioso: En la congregación somos de diferentes países. Viene de las islas, de Tonga, luego de la República Democrática del Congo, y algunos pocos de América Latina.
Santo Padre: ¡Adelante! ¡Son una hermosa delegación!
Cari fratelli e sorelle, (queridos hermanos y hermanas)
Me complace darles la bienvenida mientras viven sus respectivos Capítulos Generales. A ustedes, queridos religiosos y religiosas capitulares de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María, les doy la bienvenida, y les recuerdo que la celebración de un capítulo general no responde a una lógica humana o a una necesidad institucional sino a una exigencia de la sequela Christi. Este seguimiento siempre implica escuchar atentamente lo que el Espíritu Santo nos va sugiriendo para vivir con fidelidad la identidad y la misión propias de la Congregación. Como los discípulos, están llamados a dar oídos a la voz de Jesús, a profundizar en su contemplación y a ser capaces de vivir y anunciar el amor de Dios encarnado en Él, de manera particular a través del servicio en favor de los más necesitados y de la oración eucarística y reparadora.
Sólo siguiendo a Cristo con fidelidad y docilidad, vuestras estructuras, así como la difusión del patrimonio espiritual e histórico de la Congregación, podrán gozar de una renovada primavera que hará resplandecer vuestro carisma en el momento actual de la historia de la humanidad. El carisma es el estilo que una congregación tiene, el estilo evangélico; porque el Evangelio es inagotable, por eso da posibilidad a todos. Que los sagrados Corazones de Jesús y de María los impulsen a encontrar formas siempre nuevas de testimonio ante los hermanos y de colaboración en la obra de Dios.
Los invito, pues, a una atenta escucha de la voluntad de Dios – que no es fácil –, a dar pasos decisivos en el seguimiento de Cristo, que no consiste sólo en aprender una doctrina, sino en asumir un modo de vivir. Les aseguro mi cercanía, mi oración para que puedan renovarse a través de un discernimiento inspirado y sostenido por los valores del Evangelio, se intensifique en sus corazones el deseo de vivir unidos a Jesús y de mantenerse fieles al carisma fundacional.
Les dirijo mis saludos también a ustedes, Hermanas del Divino Salvador, que celebran el Capítulo General con un tema exigente: «Caminar juntos, reavivando el don del Espíritu entre nosotros para proclamar el Evangelio y hacer arder a todos». Cuatro cosas: caminar juntos -no en contra-, reavivar el don del Espíritu entre nosotros, proclamar el Evangelio y hacer arder a todas las personas. Este tema recuerda el fundamento de su carisma: la sentida oración que Jesús dirige al Padre durante la última cena, por la salvación de todos los seres humanos: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).
Y es allí, en el Cenáculo, donde les invito a detenerse largo rato en oración, sobre todo en estos días. Porque es allí donde se alimenta el fuego del Espíritu y donde partimos para hacer que el mundo entero arda con su amor, sirviendo a los necesitados y devolviendo la esperanza a los desplazados (cfr. Bula Spes non confundit, 3). Este es el legado que les dejaron el Beato Francisco María de la Cruz y la Beata María de los Ángeles, que quisieron que fueran una «congregación misionera universal».
Así nos lo enseña María, la «estrella polar» de la misión, que en el Evangelio habla poco, escucha mucho y guarda en su corazón. Son actitudes que también son válidas para nosotros: hablar poco -confrontar, abrirse, pero sin perderse en inútiles charlas (¡los chismes son una plaga!) -, escuchar mucho - en la oración, en el silencio, en la atención a los demás. A veces no sabemos escuchar: la otra persona habla y a mitad de discurso contestamos. No, escúchelo todo, hasta el final. ¡Escucha también al Señor! Escuchar y guardar en el corazón, para ser apóstoles de la esperanza, en un mundo que tanto la necesita.
Y a este respecto quisiera concluir recordando un rasgo característico de la Virgen: nunca se muestra a sí misma - esto es interesante – sino que siempre muestra a Jesús (cfr. Catequesis, 4 enero 2023). “Hagan lo que Jesús les diga”: así es la Virgen, señala a Jesús, siempre, nunca a sí misma. “Mírenme a mí que soy la Inmaculada…”, nunca la Virgen dice esto. Ella siempre señala a Jesús. Debemos aprender esto: mostrar a los demás a Jesús, no a nosotros mismos, porque para todos, hoy y siempre, nuestra esperanza está en el Señor, está en Él. (cfr. Hb 10,23).
Queridas hermanas, queridos hermanos, les agradezco su visita e invoco la luz y la fuerza del Espíritu Santo para su labor de estos días y por el camino futuro de sus comunidades. Los bendigo de todo corazón. Y por favor, recen por mí. ¡Pero recen a favor, no en contra! Gracias.