En la mañana del miércoles 4 de septiembre, el Papa Francisco ha pronunciado el primer discurso de su viaje a Asia y Oceanía. Lo hizo en Yakarta, capital de Indonesia, durante el encuentro con las autoridades, representantes de la sociedad civil y del cuerpo diplomático, celebrado en el complejo presidencial tras la visita de cortesía al jefe de Estado indonesio. Publicamos, a continuación, el texto de las palabras del Pontífice en respuesta al saludo que le dirigió el presidente Joko Widodo.
Señor Presidente,
distinguidas autoridades,
eminentísimos señores Cardenales,
señores Obispos,
distinguidos Representantes de las comunidades religiosas y de las diversas religiones,
ilustres representantes de la sociedad civil,
miembros del Cuerpo diplomático:
Le agradezco cordialmente a usted, señor Presidente, la grata invitación a visitar el país, así como sus amables palabras de saludo. Deseo expresar al Presidente electo mis más cordiales deseos de una fructífera labor al servicio de Indonesia, extenso archipiélago de miles y miles de islas bañadas por el mar que comunica Asia con Oceanía.
Casi se podría afirmar que, al igual que el océano es el elemento natural que une todas las islas indonesias, así el respeto mutuo de las particularidades culturales, étnicas, lingüísticas y religiosas específicas, de todos los grupos humanos que componen Indonesia, es el hilo conductor indispensable que hace que el pueblo indonesio se mantenga unido y se sienta orgulloso.
Vuestro lema nacional “Bhinneka tunggal ika” (“Unidad en la diversidad”, que literalmente significa “Muchos, pero uno”) pone de manifiesto esta realidad multiforme de pueblos que son diversos, pero firmemente integrados en una sola nación. Y muestra también que, al igual que la gran biodiversidad presente en este archipiélago es fuente de riqueza y esplendor, análogamente, las diferencias específicas contribuyen a formar un magnífico mosaico, en el que cada pieza es un elemento insustituible en la composición de una obra original y preciosa. Y este es vuestro tesoro, es vuestra mayor riqueza.
La armonía en el respeto a las diferencias se logra cuando cada opinión particular tiene en cuenta las necesidades que son comunes y cuando cada etnia y confesión religiosa actúa con espíritu de fraternidad, persiguiendo el noble objetivo de servir al bien de todos. El ser conscientes de que se está participando en una historia compartida en la que cada uno brinda su propia contribución, y donde la solidaridad de cada cual hacia el conjunto es fundamental, ayuda a identificar las soluciones adecuadas, a evitar la polarización de las diferencias y a transformar la confrontación en colaboración eficaz.
Este sabio y delicado equilibrio entre la multiplicidad de culturas, las diferentes visiones ideológicas y las razones que fundamentan la unidad, debe ser defendido continuamente contra cualquier desajuste. Se trata de un trabajo artesanal, repito, un trabajo artesanal que corresponde a todos, pero de manera especial a la tarea que realiza la política, cuando se propone como fin la armonía, la equidad, el respeto de los derechos fundamentales de los seres humanos, el desarrollo sostenible, la solidaridad y la consecución de la paz, tanto en el seno de la sociedad como en la relación con los demás pueblos y naciones. Y aquí reside la grandeza de la política. Ya lo dijo un sabio, que la política es la forma más elevada de la caridad. Esto es maravilloso.
A fin de favorecer una armonía pacífica y constructiva que garantice la paz y unifique los esfuerzos para vencer los desequilibrios y bolsas de miseria que aún persisten en algunas zonas, la Iglesia desea incrementar el diálogo interreligioso. De este modo, se podrán eliminar los prejuicios y se fomentará un clima de respeto y de confianza mutua, factores imprescindibles para afrontar los retos comunes, entre los cuales, el de contrastar el extremismo y la intolerancia, que —tergiversando la religión— intentan imponerse sirviéndose del engaño y la violencia. En cambio, la cercanía, el escuchar la opinión de los demás, eso crea la fraternidad de una nación. Y eso es algo muy bonito, muy hermoso. La Iglesia católica se pone al servicio del bien común y desea fortalecer la cooperación con las instituciones públicas y otras organizaciones de la sociedad civil, pero nunca haciendo proselitismo, nunca; sino que respeta la fe de cada persona. Y con esto estimula la formación de un tejido social más equilibrado y garantizar una distribución más eficiente y equitativa de la asistencia social. Permítanme ahora hacer una alusión al Preámbulo de vuestra Constitución de 1945, que ofrece valiosas indicaciones sobre la dirección del camino que ha elegido la Indonesia democrática e independiente.
Esta es una historia muy bella; cuando uno la lee, percibe que fue escogida por todos.
En sólo unas pocas líneas, el Preámbulo hace referencia dos veces a Dios Todopoderoso y a la necesidad de que su bendición descienda sobre el naciente Estado de Indonesia. Del mismo modo, el texto de introducción a vuestra Ley Fundamental alude dos veces a la justicia social, auspiciando que se instaure un orden internacional fundamentado en ella, como uno de los principales objetivos a alcanzar en beneficio de todo el pueblo indonesio.
Unidad en la multiplicidad, justicia social, bendición divina son, pues, los principios fundamentales destinados a inspirar y guiar los programas específicos, son como la estructura de soporte, la base sólida sobre la cual construir la casa. ¿Y cómo no notar que estos principios se corresponden muy bien con el lema de mi visita a Indonesia: “Fe, fraternidad y compasión”?
Sin embargo, lamentablemente existen en el mundo actual algunas tendencias que obstaculizan el desarrollo de la fraternidad universal (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 9). En diversas regiones vemos surgir conflictos violentos, que a menudo son el resultado de la falta de respeto mutuo, del deseo intolerante de hacer prevalecer a toda costa los propios intereses, la propia posición o la propia visión parcial de la historia, aunque eso suponga un sufrimiento interminable para comunidades enteras y dé lugar a auténticas guerras sangrientas.
A veces también surgen tensiones violentas en el interior de los mismos estados, porque los que detentan el poder quieren uniformarlo todo, imponiendo su visión incluso en asuntos cuya decisión debería dejarse a la autonomía de cada individuo o de los grupos.
Por otra parte, a pesar de las persuasivas declaraciones políticas, hay muchas situaciones en las que falta un efectivo compromiso, de amplias miras, para construir la justicia social. Como consecuencia, una parte considerable de la humanidad queda relegada al margen, desprovista de los medios adecuados para una existencia digna, y sin defensas para afrontar los graves y crecientes desequilibrios sociales causantes de graves conflictos. ¿Y cómo resuelven esto?, mediante una legislación de muerte, es decir, limitando la natalidad, limitando la mayor riqueza que tiene un país, que son los nacimientos. En vuestro país, en cambio, hay familias de tres, cuatro y hasta cinco hijos que salen adelante. Y esto se nota en la media de edad del país. Sigan así. Es un ejemplo para todas las naciones. Tal vez esto resulte curioso, pero algunas familias prefieren tener un gato o un perro pequeño, y no un niño. Esto no está bien.
En otros contextos, además, las personas consideran que pueden o deben prescindir de la búsqueda de la bendición de Dios, juzgándola superflua para el ser humano y para la sociedad civil, se piensa que estos deberían promoverse con sus propias fuerzas, sin embargo, al hacerlo se encuentran a menudo con la frustración y el fracaso. Y a la inversa, hay casos en los que la fe en Dios se coloca continuamente en primer plano, pero a menudo, lamentablemente para ser manipulada y servir no para construir la paz, la comunión, el diálogo, el respeto, la colaboración y la fraternidad, para construir el país, sino para fomentar las divisiones y el odio. Hermanos y hermanas, de cara a estas sombras, es grato observar cómo la filosofía que inspira la organización del Estado indonesio manifiesta sabiduría y equilibrio.
A este respecto, hago mías las palabras que san Juan Pablo II pronunció durante su visita a este mismo palacio, en 1989. Entre otras cosas, afirmó: «En el reconocimiento de la presencia de una legítima pluralidad, en el respeto a los Derechos Humanos y políticos de todos los ciudadanos, y en el apoyo al crecimiento de la unidad nacional basada en la tolerancia y respeto a los demás, colocáis los cimientos de la justa y pacífica sociedad que los indonesios desean para sí mismos y quieren legar a sus hijos» (Discurso al Presidente de la República de Indonesia, Yakarta, 9 octubre 1989).
En el curso de los acontecimientos históricos, incluso si a veces los principios inspiradores, antes recordados, no siempre han tenido la fuerza de imponerse en todas las circunstancias, siguen siendo válidos y confiables, como un faro que nos indica la dirección que hay que tomar y nos advierte acerca de los errores más peligrosos que hay que evitar.
Señor Presidente, señoras y señores, deseo que todos, en su quehacer cotidiano, sepan inspirarse en estos principios y hacerlos efectivos en el desempeño ordinario de sus respectivas funciones, porque opus justitiae pax, la paz es fruto de la justicia. La concordia, en efecto, se alcanza cuando cada uno se compromete, no sólo en función de sus propios intereses y de su propia visión, sino con vistas al bien de todos, para construir puentes, para favorecer los acuerdos y crear sinergias, para aunar esfuerzos y derrotar toda forma de miseria moral, económica y social, y para promover la paz y la concordia.
Queridos hermanos y hermanas, continúen por este camino, que es bueno y acertado, y que así trae la bendición a todo el pueblo: que Dios bendiga a Indonesia con la paz, para un futuro lleno de esperanza.
¡Y que Dios los bendiga a todos!