· Ciudad del Vaticano ·

En el Ángelus, el llamamiento del Papa al fin del conflicto en Oriente Medio y cercanía al pueblo ucraniano

El grito de Francisco: «¡Que haya paz en Tierra Santa!»

People attend the Angelus prayer by Pope Francis at St Peter's square in The Vatican on September 1, ...
06 septiembre 2024

«¡Que haya paz en Tierra Santa, que haya paz en Jerusalén!»: una vez más, al final del Ángelus del domingo 1 de septiembre, el Papa Francisco hizo un enérgico llamamiento al fin del conflicto en Palestina e Israel, y pidió un alto el fuego inmediato, junto con la liberación de los rehenes y ayuda para la población de Gaza. Asimismo, el pensamiento de Francisco volvió «al martirizado pueblo ucraniano, duramente golpeado por los ataques a sus infraestructuras energéticas». Antes, el Papa había ofrecido a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro y a los que le seguían a través de los medios de comunicación una reflexión sobre el pasaje litúrgico dominical tomado del Evangelio de Marcos (7,1-8. 14-15. 21-23)

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!

Hoy, en el Evangelio de la liturgia (cf. Mc 7,1-8.14-15.21-23), Jesús habla de lo puro y lo impuro: un tema muy querido por sus contemporáneos, que estaba relacionado sobre todo con la observancia de ritos y normas de comportamiento, para evitar cualquier contacto con cosas o personas consideradas impuras y, si esto ocurría, borrar la «mancha» (cf. Lev 11-15). Era casi una obsesión de algunos religiosos de la época, la pureza y la impureza.

Algunos escribas y fariseos, estrictos observadores de tales normas, acusan a Jesús de permitir que sus discípulos tomen alimentos sin lavarse las manos. Y Jesús, aprovecha este reproche por parte de los fariseos a sus discípulos para hablar del significado de la «pureza».

La pureza -dice Jesús- no está ligada a ritos externos, sino ante todo a actitudes interiores. Para ser puro, por tanto, de nada sirve lavarse las manos varias veces, si luego se albergan dentro del corazón malos sentimientos como la avaricia, la envidia o la soberbia, o malas intenciones como el engaño, el robo, la traición y la calumnia (cf. Mc 7,21-22). Jesús llama la atención para poner en guardia contra el ritualismo, que no hace crecer en el bien, es más, a veces puede llevar a descuidar, o incluso a justificar, en uno mismo y en los demás, opciones y actitudes contrarias a la caridad, que hieren el alma y cierran el corazón.

Y esto, hermanos y hermanas es importante también para nosotros: no se puede, por ejemplo, salir de la Santa Misa y, ya en el parvis de la iglesia, detenerse con habladurías malvadas y sin misericordia sobre todo y todos. Esa habladuría que arruina el corazón, que arruina el alma. ¡No puede ser! Si vas a misa y luego haces estas cosas ¡es algo feo! O mostrarse piadosos en la oración, pero luego en casa tratar a los miembros de la propia familia con frialdad y desapego, o descuidar a los padres ancianos, que necesitan ayuda y compañía (cf. Mc 7,10-13). Esto es una doble vida, que no se puede tener. Y esto es lo que hacían los fariseos. Pureza externa sin las buenas actitudes, actitudes misericordiosas con los demás. O, no se puede ser aparentemente muy correcto con todos, tal vez incluso hacer un poco de voluntariado y algunos gestos filantrópicos, pero luego en el interior cultivar el odio hacia los demás, despreciar a los pobres y a los últimos, o comportarse deshonestamente en el propio trabajo.

Al actuar así, la relación con Dios se reduce a gestos externos, y en el interior permanecemos impermeables a la acción purificadora de su gracia, demorándonos en pensamientos, mensajes y comportamientos sin amor.

Nosotros estamos hechos para otra cosa. Estamos hechos para la pureza de vida, para la ternura, para el amor.

Preguntémonos, entonces: ¿vivo mi fe con coherencia? Es decir, ¿lo que hago en la iglesia intento hacerlo fuera con el mismo espíritu? En mis sentimientos, palabras y obras, ¿hago concreto en mi cercanía y en el respeto a mis hermanos y hermanas lo que digo en la oración? Pensémoslo.

Y que María, Madre purísima, nos ayude a hacer de nuestra vida, en el amor sincero y practicado, un culto agradable a Dios (cf. Rm 12,1).

Al finalizar la oración mariana, el Papa recordó la figura de Ján Havlík, seminarista de la Congregación de la Misión, beatificado el sábado 30 de agosto en Eslovaquia. A continuación, expresó su cercanía a Burkina Faso -país recientemente afectado por un grave atentado terrorista- y a Brasil, donde un accidente en un santuario de Recife causó víctimas y heridos. Tras los llamamientos por Oriente Medio y Ucrania, el Pontífice se refirió a la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, celebrada ese día, reiterando que «el grito de la Tierra herida reclama una acción decidida y urgente». Por último, el Santo Padre pidió a todos los fieles que recen por su 45º viaje apostólico internacional, programado desde el 2 de septiembre hasta el 13 de septiembre en el Sudeste Asiático y Oceanía.

¡Queridos hermanos y hermanas!

Ayer, en Šaštín, Eslovaquia, fue beatificado Ján Havlík, seminarista de la Congregación de la Misión, fundada por San Vincenzo de’ Paoli. Este joven fue asesinado en 1965, durante la persecución del régimen contra la Iglesia en la entonces Checoslovaquia. Que su perseverancia en el testimonio de la fe en Cristo sea un estímulo para los que aún hoy sufren semejantes pruebas. ¡Un aplauso para el nuevo beato!

Me enteré con dolor de que el sábado 24 de agosto, en localidad de Barsalogho, Burkina Faso, cientos de personas, entre ellas mujeres y niños, fueron asesinadas y muchas otras resultaron heridas en un atentado terrorista. Al condenar estos execrables atentados contra la vida humana, expreso mi cercanía a toda la nación y mi más sentido pésame a las familias de las víctimas. Que la Virgen María ayude al querido pueblo de Burkina Faso a volver a encontrar la paz y la seguridad.

Rezo también por las víctimas del accidente en el Santuario de Nossa Señora da Conceicão, en la ciudad de Recife, Brasil. Que el Señor resucitado consuele a los heridos y a sus familias.

Y siempre estoy cerca del atormentado pueblo ucraniano, duramente golpeado por los ataques contra sus infraestructuras energéticas. Además de causar muertos y heridos, han dejado a más de un millón de personas sin electricidad y sin agua. Recordemos que la voz de los inocentes siempre encuentra escucha ante Dios, ¡que no queda indiferente ante su sufrimiento!

Y una vez más dirijo mis pensamientos con preocupación al conflicto en Palestina e Israel, que amenaza con extenderse a otras ciudades palestinas. Hago un llamamiento para que se detengan las negociaciones y cese inmediatamente el fuego, para que se libere a los rehenes, para que se socorra a la población de Gaza, donde también se están propagando tantas enfermedades, incluida la poliomielitis. ¡Que haya paz en Tierra Santa, que haya paz en Jerusalén! Que la Ciudad Santa sea un lugar de encuentro en el que cristianos, judíos y musulmanes se sientan respetados y acogidos, y que nadie cuestione el statu quo en sus respectivos Lugares Santos.

Hoy celebramos la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. Espero que todos -instituciones, asociaciones, familias y cada persona- asuman un compromiso concreto con nuestra casa común. El clamor de la Tierra herida es cada vez más alarmante y exige una acción decidida y urgente.

Mañana iniciaré un viaje apostólico a algunos países de Asia y Oceanía. Por favor, recen por los frutos de este viaje.

Saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos. En particular, saludo a los jóvenes de Lucca, acompañados por su arzobispo monseñor Paolo Giulietti y algunos sacerdotes; saludo a los buenos jóvenes de la Inmaculada y a los jóvenes de Campocroce di Mirano.

Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no olviden rezar por mí. Que tengan un buen almuerzo y hasta la vista.