En el Instrumentum leemos “hombres y mujeres”.
Al acercarse, incluso en una primera lectura rápida, al Instrumentum Laboris que orienta los trabajos de la segunda Asamblea sinodal (octubre de 2024), el lector se sorprende por el regreso de la frase “hombres y mujeres”. Hasta 22 veces define así la identidad de los discípulos de Cristo, de los destinatarios del mensaje evangélico y de los misioneros, de los bautizados, de los santos, de los que se dedican a la vida pastoral. Es la señal clara de un reconocimiento de la subjetividad de género y de la contribución específica de ambos, que expresa la conciencia ahora madura de que el lenguaje que utilizamos, las palabras que utilizamos para hablarnos, configuran nuestra identidad y nuestras relaciones.
El documento refleja así la deseada superación de la tentación del neutro en el pensamiento de los seres humanos, los creyentes en Cristo, los pertenecientes al cuerpo eclesial, y el reconocimiento de un canon constitutivo, el de la pluralidad diferenciada, sin la cual la sinodalidad no puede alcanzar. Con la repetición de esta frase, se crea para mujeres y hombres un espacio de verdad antropológica y de libre corresponsabilidad eclesial, generador de nuevas posibles “composiciones”. Para algunos, un espacio para escapar de la condición de “compañero eclesial invisible”; para otros, un camino y una perspectiva inédita para finalmente poder expresarse en su particular parcialidad, encontrando palabras para entender la masculinidad.
Reconocer para recomponer
La conciencia de la centralidad de la cuestión de género para la vida y la misión de la Iglesia surge también del posicionamiento de la reflexión en este segundo Instrumentum Laboris: la encontramos en la primera parte, dedicada a los “Fundamentos” de la visión de la sinodalidad. En concreto, los dos primeros párrafos esbozan un modelo relacional de “reciprocidad dinámica”, de “relacionalidad, interdependencia, reciprocidad”, que nos lleva más allá de la lógica de “la complementariedad” de lo masculino y lo femenino, desde perspectivas esencialistas, sobre las cuales estaba anclada en las últimas décadas mucha reflexión eclesial para presentar “una naturaleza abstracta” específica de cada Hombre y Mujer, independientemente de las dinámicas culturales y de los desarrollos históricos, que son tan “esenciales” para la subjetividad humana. Los tres párrafos siguientes, específicamente dedicados a la contribución de las mujeres a una Iglesia sinodal y misionera, tienen sus raíces en esta nueva visión de conjunto: reflexionar sobre el futuro de la Iglesia como comunión misionera implica dar espacio a la participación activa de cada christifidelis, reconociendo que, por el bautismo, hemos pasado a ser -todos nosotros- “parte” del cuerpo eclesial y estamos llamados -todos nosotros- a “participar” activamente en la vida del pueblo de Dios. El Sínodo sobre la sinodalidad, en el fondo, se propone desarrollar una nueva “composición” eclesial, un conjunto de varias partes en relación recíproca.
Una composición musical: pluralidad en unidad dinámica
La visión esbozada en el segundo Instrumentum Laboris representa una importante etapa de maduración en esta dirección, precisamente por el modelo antropológico y eclesiológico que adopta sobre este tema (“Hermanos y hermanas en Cristo: una reciprocidad renovada”). No insiste tanto en los relatos del Génesis, sino en la aportación de las mujeres a la Iglesia, a partir de su condición de discípulas de Jesús y anunciadoras de la resurrección.
La aparición del tema de la mujer durante los trabajos del sínodo ha sido gradual. En algunos aspectos, este es ya uno de los frutos del diálogo sinodal. Sorprendentemente, el Documento preparatorio no presentaba ninguna pregunta sobre las mujeres en la Iglesia. Hacía referencia a dos mujeres -la cananea y la samaritana- para recordar el deseo de Jesús de incluir a todos.
El tema de la participación de las mujeres sí apareció con fuerza en todos los Resúmenes enviados por las Conferencias Episcopales. Cuando las mujeres pueden hablar en primera persona, llaman a la Iglesia a reconocer su contribución irremplazable, pero también resaltan “el desequilibrio de género” que marca -aunque de formas muy diferentes en diferentes contextos eclesiales- la vida pastoral. Las mujeres son “el socio menos pensado” del Vaticano II y, sin embargo, son “el socio principal” a la hora de recibir los frutos del Concilio: con la riqueza de su palabra de anuncio del Evangelio y de su servicio ministerial y pastoral han modelado el rostro de la Iglesia católica en todo el mundo. El documento para la etapa continental, “Ensancha el espacio de tu tienda” dedica una profunda reflexión a por qué se ha menospreciado la contribución femenina a la misión de la Iglesia, a los motivos de la exclusión de las mujeres de los roles directivos y a los posibles factores de cambio en términos de mentalidad y de estructuras eclesiales. El documento permite comprender que la cuestión verdaderamente decisiva no es tanto la de la participación de las mujeres (de por sí obvia) sino la del liderazgo femenino, en términos de posibilidad de guiar y animar los procesos colectivos y comunitarios de la Iglesia a diferentes niveles, como la asunción de roles de autoridad en y para el Nosotros eclesial institucionalizado.
Los resúmenes de las siete asambleas continentales nos hacen percibir la omnipresencia de la pregunta sobre el reconocimiento de la subjetividad de las mujeres en la Iglesia, pero también las diferencias que existen a nivel cultural y social entre las distintas iglesias locales del mundo en cuanto a la cuestión del liderazgo. En concreto, cabe señalar que el tema del liderazgo en América Latina, América del Norte, Europa y Medio Oriente se expresa en una doble forma de solicitud de un liderazgo más amplio ejercido por las laicas y las religiosas (incluso en los niveles más altos de los niveles nacionales o en los Dicasterios vaticanos) y en la petición de ordenación ministerial de mujeres, al diaconado en muchos casos, más raramente en todos los grados del ministerio.
En África, el tema del liderazgo femenino está relacionado con la contribución pastoral y eclesial de las religiosas, pero sin una solicitud declarada de ordenación ministerial. La Carta Magna de las relaciones eclesiales sigue siendo calificativa para todos: “No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos según la promesa” (Gal 3,28-30). La recomposición de las relaciones eclesiales debe desarrollarse a partir de este “tema base” fundacional.
Componer juntos
La redacción del Instrumentum Laboris para la Asamblea de octubre de 2023 correlaciona el reconocimiento de la contribución de las mujeres y su participación en la vida de la Iglesia, también “en funciones de autoridad y de gobierno”, con el tema de la igual dignidad de las mujeres y de la su aportación específica. Por su parte, el Documento de síntesis publicado al final de la Asamblea denuncia claramente el clericalismo; el machismo; “la discriminación laboral y las remuneraciones injustas”; hace un llamamiento a “la corresponsabilidad no competitiva”; y afirma que “es urgente garantizar que las mujeres puedan participar en los procesos de toma de decisiones y asumir roles de responsabilidad en la pastoral y en el ministerio” citando a este respecto el ejemplo dado por el Papa Francisco, que trabajó para un aumento significativo de mujeres “en puestos de responsabilidad en la Curia Romana”. En todos estos documentos queda claro que no se trata solo de reconocer el hecho de que las mujeres son “discípulas comprometidas y corresponsables en la misión eclesial”. También se deben abrir espacios de acción para las mujeres en los contextos en los que se toman las decisiones para la vida y la actividad pastoral y definir “cambios estructurales” que den a las mujeres la posibilidad efectiva de asumir roles de autoridad en las iglesias locales, a nivel eclesial nacional y universal.
Nuevas composiciones
Las transformaciones culturales, legislativas, políticas y económicas que han acompañado la maduración y el empoderamiento de las mujeres y han modificado los modelos de relaciones hombre-mujer en las sociedades occidentales, han influido positivamente en la condición de las mujeres católicas y en las prácticas eclesiales, pero la resistencia y bloqueos son innumerables.
Persiste un grueso techo de cristal que bloquea el acceso de las mujeres a los contextos en los que se deciden las estrategias de acción pastoral y las prioridades de formación, incluso en aquellos contextos en los que las mujeres son la mayoría de los agentes pastorales y donde el papel no requiere en sí mismo la presencia de un ministro ordenado. Siguen existiendo lecturas estereotipadas de lo femenino y lo masculino. Existen prácticas pastorales consolidadas e indiscutibles que relegan a las mujeres al papel de colaboradoras efectivas, pero las excluyen de los roles de autoridad, con excepción de algunas colaboradoras en la jerarquía sin que ello provoque un cambio en la cultura y las estructuras eclesiales. Estas experiencias muestran que el cambio es posible, pero el riesgo es que la referencia a estas mujeres “presentes en los niveles más altos” pueda retrasar las reformas generales y estructurales desde una perspectiva de género, porque el foco se desplaza hacia las posibilidades dadas a los individuos en lugar de operar sobre la transformación de la cultura eclesial clerical, y tantas veces patriarcal.
En cualquier caso, debemos reconocer que el tema del liderazgo en la Iglesia también está vinculado al ministerio ordenado. El tema de la ordenación diaconal de las mujeres no es objeto de discusión en la asamblea de octubre. Ha sido confiado a un grupo de estudio coordinado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Incluso en torno a este delicado tema de investigación, está claro que el tema de la mujer es revelador y central: la forma en que se aborda demuestra cuál es el modelo eclesiológico y ministerial al que se refiere, cuál es el modo de pensar la relación entre Evangelio, Tradición, cultura e historia, cuánto y cómo la lectura de los signos de los tiempos es relevante para pensar la vida y la misión de la iglesia hoy.
La participación de las mujeres en el liderazgo eclesial (también en formas ministeriales) es una cuestión central para el deseado proceso de reforma sinodal-misionera. Quien, en un proceso global vital, no reconoce a uno de los interlocutores - por otra parte, el más activo en la base eclesial y el más significativo para los cambios ocurridos a nivel sociocultural - debilita, frena y dificulta cualquier dinámica transformadora; quita a “la composición musical” la fuerza de una voz insustituible y sustrae a la evolución del cuerpo eclesial esa creatividad que solo surge del encuentro entre mundos distintos.
Al acercarse, incluso en una primera lectura rápida, al Instrumentum Laboris que orienta los trabajos de la segunda Asamblea sinodal (octubre de 2024), el lector se sorprende por el regreso de la frase “hombres y mujeres”. Hasta 22 veces define así la identidad de los discípulos de Cristo, de los destinatarios del mensaje evangélico y de los misioneros, de los bautizados, de los santos, de los que se dedican a la vida pastoral. Es la señal clara de un reconocimiento de la subjetividad de género y de la contribución específica de ambos, que expresa la conciencia ahora madura de que el lenguaje que utilizamos, las palabras que utilizamos para hablarnos, configuran nuestra identidad y nuestras relaciones.
El documento refleja así la deseada superación de la tentación del neutro en el pensamiento de los seres humanos, los creyentes en Cristo, los pertenecientes al cuerpo eclesial, y el reconocimiento de un canon constitutivo, el de la pluralidad diferenciada, sin la cual la sinodalidad no puede alcanzar. Con la repetición de esta frase, se crea para mujeres y hombres un espacio de verdad antropológica y de libre corresponsabilidad eclesial, generador de nuevas posibles “composiciones”. Para algunos, un espacio para escapar de la condición de “compañero eclesial invisible”; para otros, un camino y una perspectiva inédita para finalmente poder expresarse en su particular parcialidad, encontrando palabras para entender la masculinidad.
Reconocer para recomponer
La conciencia de la centralidad de la cuestión de género para la vida y la misión de la Iglesia surge también del posicionamiento de la reflexión en este segundo Instrumentum Laboris: la encontramos en la primera parte, dedicada a los “Fundamentos” de la visión de la sinodalidad. En concreto, los dos primeros párrafos esbozan un modelo relacional de “reciprocidad dinámica”, de “relacionalidad, interdependencia, reciprocidad”, que nos lleva más allá de la lógica de “la complementariedad” de lo masculino y lo femenino, desde perspectivas esencialistas, sobre las cuales estaba anclada en las últimas décadas mucha reflexión eclesial para presentar “una naturaleza abstracta” específica de cada Hombre y Mujer, independientemente de las dinámicas culturales y de los desarrollos históricos, que son tan “esenciales” para la subjetividad humana. Los tres párrafos siguientes, específicamente dedicados a la contribución de las mujeres a una Iglesia sinodal y misionera, tienen sus raíces en esta nueva visión de conjunto: reflexionar sobre el futuro de la Iglesia como comunión misionera implica dar espacio a la participación activa de cada christifidelis, reconociendo que, por el bautismo, hemos pasado a ser -todos nosotros- “parte” del cuerpo eclesial y estamos llamados -todos nosotros- a “participar” activamente en la vida del pueblo de Dios. El Sínodo sobre la sinodalidad, en el fondo, se propone desarrollar una nueva “composición” eclesial, un conjunto de varias partes en relación recíproca.
Una composición musical: pluralidad en unidad dinámica
La visión esbozada en el segundo Instrumentum Laboris representa una importante etapa de maduración en esta dirección, precisamente por el modelo antropológico y eclesiológico que adopta sobre este tema (“Hermanos y hermanas en Cristo: una reciprocidad renovada”). No insiste tanto en los relatos del Génesis, sino en la aportación de las mujeres a la Iglesia, a partir de su condición de discípulas de Jesús y anunciadoras de la resurrección.
La aparición del tema de la mujer durante los trabajos del sínodo ha sido gradual. En algunos aspectos, este es ya uno de los frutos del diálogo sinodal. Sorprendentemente, el Documento preparatorio no presentaba ninguna pregunta sobre las mujeres en la Iglesia. Hacía referencia a dos mujeres -la cananea y la samaritana- para recordar el deseo de Jesús de incluir a todos.
El tema de la participación de las mujeres sí apareció con fuerza en todos los Resúmenes enviados por las Conferencias Episcopales. Cuando las mujeres pueden hablar en primera persona, llaman a la Iglesia a reconocer su contribución irremplazable, pero también resaltan “el desequilibrio de género” que marca -aunque de formas muy diferentes en diferentes contextos eclesiales- la vida pastoral. Las mujeres son “el socio menos pensado” del Vaticano II y, sin embargo, son “el socio principal” a la hora de recibir los frutos del Concilio: con la riqueza de su palabra de anuncio del Evangelio y de su servicio ministerial y pastoral han modelado el rostro de la Iglesia católica en todo el mundo. El documento para la etapa continental, “Ensancha el espacio de tu tienda” dedica una profunda reflexión a por qué se ha menospreciado la contribución femenina a la misión de la Iglesia, a los motivos de la exclusión de las mujeres de los roles directivos y a los posibles factores de cambio en términos de mentalidad y de estructuras eclesiales. El documento permite comprender que la cuestión verdaderamente decisiva no es tanto la de la participación de las mujeres (de por sí obvia) sino la del liderazgo femenino, en términos de posibilidad de guiar y animar los procesos colectivos y comunitarios de la Iglesia a diferentes niveles, como la asunción de roles de autoridad en y para el Nosotros eclesial institucionalizado.
Los resúmenes de las siete asambleas continentales nos hacen percibir la omnipresencia de la pregunta sobre el reconocimiento de la subjetividad de las mujeres en la Iglesia, pero también las diferencias que existen a nivel cultural y social entre las distintas iglesias locales del mundo en cuanto a la cuestión del liderazgo. En concreto, cabe señalar que el tema del liderazgo en América Latina, América del Norte, Europa y Medio Oriente se expresa en una doble forma de solicitud de un liderazgo más amplio ejercido por las laicas y las religiosas (incluso en los niveles más altos de los niveles nacionales o en los Dicasterios vaticanos) y en la petición de ordenación ministerial de mujeres, al diaconado en muchos casos, más raramente en todos los grados del ministerio.
En África, el tema del liderazgo femenino está relacionado con la contribución pastoral y eclesial de las religiosas, pero sin una solicitud declarada de ordenación ministerial. La Carta Magna de las relaciones eclesiales sigue siendo calificativa para todos: “No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos según la promesa” (Gal 3,28-30). La recomposición de las relaciones eclesiales debe desarrollarse a partir de este “tema base” fundacional.
Componer juntos
La redacción del Instrumentum Laboris para la Asamblea de octubre de 2023 correlaciona el reconocimiento de la contribución de las mujeres y su participación en la vida de la Iglesia, también “en funciones de autoridad y de gobierno”, con el tema de la igual dignidad de las mujeres y de la su aportación específica. Por su parte, el Documento de síntesis publicado al final de la Asamblea denuncia claramente el clericalismo; el machismo; “la discriminación laboral y las remuneraciones injustas”; hace un llamamiento a “la corresponsabilidad no competitiva”; y afirma que “es urgente garantizar que las mujeres puedan participar en los procesos de toma de decisiones y asumir roles de responsabilidad en la pastoral y en el ministerio” citando a este respecto el ejemplo dado por el Papa Francisco, que trabajó para un aumento significativo de mujeres “en puestos de responsabilidad en la Curia Romana”. En todos estos documentos queda claro que no se trata solo de reconocer el hecho de que las mujeres son “discípulas comprometidas y corresponsables en la misión eclesial”. También se deben abrir espacios de acción para las mujeres en los contextos en los que se toman las decisiones para la vida y la actividad pastoral y definir “cambios estructurales” que den a las mujeres la posibilidad efectiva de asumir roles de autoridad en las iglesias locales, a nivel eclesial nacional y universal.
Nuevas composiciones
Las transformaciones culturales, legislativas, políticas y económicas que han acompañado la maduración y el empoderamiento de las mujeres y han modificado los modelos de relaciones hombre-mujer en las sociedades occidentales, han influido positivamente en la condición de las mujeres católicas y en las prácticas eclesiales, pero la resistencia y bloqueos son innumerables.
Persiste un grueso techo de cristal que bloquea el acceso de las mujeres a los contextos en los que se deciden las estrategias de acción pastoral y las prioridades de formación, incluso en aquellos contextos en los que las mujeres son la mayoría de los agentes pastorales y donde el papel no requiere en sí mismo la presencia de un ministro ordenado. Siguen existiendo lecturas estereotipadas de lo femenino y lo masculino. Existen prácticas pastorales consolidadas e indiscutibles que relegan a las mujeres al papel de colaboradoras efectivas, pero las excluyen de los roles de autoridad, con excepción de algunas colaboradoras en la jerarquía sin que ello provoque un cambio en la cultura y las estructuras eclesiales. Estas experiencias muestran que el cambio es posible, pero el riesgo es que la referencia a estas mujeres “presentes en los niveles más altos” pueda retrasar las reformas generales y estructurales desde una perspectiva de género, porque el foco se desplaza hacia las posibilidades dadas a los individuos en lugar de operar sobre la transformación de la cultura eclesial clerical, y tantas veces patriarcal.
En cualquier caso, debemos reconocer que el tema del liderazgo en la Iglesia también está vinculado al ministerio ordenado. El tema de la ordenación diaconal de las mujeres no es objeto de discusión en la asamblea de octubre. Ha sido confiado a un grupo de estudio coordinado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Incluso en torno a este delicado tema de investigación, está claro que el tema de la mujer es revelador y central: la forma en que se aborda demuestra cuál es el modelo eclesiológico y ministerial al que se refiere, cuál es el modo de pensar la relación entre Evangelio, Tradición, cultura e historia, cuánto y cómo la lectura de los signos de los tiempos es relevante para pensar la vida y la misión de la iglesia hoy.
La participación de las mujeres en el liderazgo eclesial (también en formas ministeriales) es una cuestión central para el deseado proceso de reforma sinodal-misionera. Quien, en un proceso global vital, no reconoce a uno de los interlocutores - por otra parte, el más activo en la base eclesial y el más significativo para los cambios ocurridos a nivel sociocultural - debilita, frena y dificulta cualquier dinámica transformadora; quita a “la composición musical” la fuerza de una voz insustituible y sustrae a la evolución del cuerpo eclesial esa creatividad que solo surge del encuentro entre mundos distintos.
de Serena Noceti
Teóloga, docente de Eclesiología, Instituto superior de Ciencias religiosas de Toscana