Los sacerdotes que me gustarían para la Iglesia son los que, hasta ahora, he conocido. Hombres que contemplan el Misterio como realidad, a pesar de que, como sí les sucede a las mujeres, no pueden llevarlo en el vientre. Hombres apasionados por la vida humana y espiritual, dispuestos a profundizar en lo más profundo del alma propia y ajena. Hombres deseosos de conocer a otros y capaces de tender vínculos afectivos. Hombres educados para tener empatía en las alegrías y tristezas de las personas que encuentran y que asumen los problemas de la historia que viven.
¡Porque uno se hace sacerdote caminando junto a los demás! Personas que supieron mirarme a los ojos, escucharme y que compartieron el pan de la Palabra y el pan de cada día, el deseo de Dios y el cuidado de los demás. Buscadores del silencio, personas para quienes la oración es el alma del día y la escucha orante de la Escritura es el alma de la vida... Hablando de obispos, los he conocido capaces de entablar una verdadera amistad que sostiene en la Fe e impulsa en la Esperanza. He evitado a los burócratas, aquellos que se cierran en sus roles, intimidados por los acontecimientos de la vida (por lo tanto, misóginos), críticos y violentos. Sin embargo, he de señalar algo en todos ellos que genera escándalo e incomprensión: la pertenencia a la institución que siempre es excluyente para las mujeres.
De Mariachiara Piccinini
Monja, confundadora y responsable de la Piccola Fraternità di Nazareth - Bolonia