Un pensamiento para «todas las poblaciones heridas o amenazadas» por los combates y un llamamiento en favor de los prisioneros de guerra, para que regresen cuanto antes a casa: lo dirigió el Papa Francisco al finalizar el Ángelus del 29 de junio, solemnidad de Pedro y Pablo. Antes de la oración mariana, recitado con los fieles presentes en la plaza de San Pedro y con los que se conectaron a través de los medios de comunicación el Papa había comentado el pasaje litúrgico del Evangelio de Mateo (19,19), deteniéndose en las palabras de Jesús: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos».
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en el Evangelio Jesús dice a Simón, por Él llamado Pedro: "A ti te daré las llaves del reino de los cielos" (Mt 16,19). Por eso vemos a menudo a San Pedro representado con dos grandes llaves en la mano, como en la estatua de esta plaza. Esas llaves representan el ministerio de autoridad que Jesús le confió para servir a toda la Iglesia. Porque la autoridad es un servicio, y la autoridad que no es servicio es dictadura.
Tengamos cuidado, sin embargo, de comprender bien el significado de esto. Las llaves de Pedro, en efecto, son las llaves de un Reino, que Jesús no describe como una caja fuerte o una caja blindada, sino con otras imágenes: una semilla pequeña, una perla preciosa, un tesoro escondido, un puñado de levadura (cf Mt 13,1-33), es decir, como algo precioso y rico, sí, pero al mismo tiempo pequeño y poco visible. Para alcanzarlo, por tanto, no es necesario accionar mecanismos y cerrojos de seguridad, sino cultivar virtudes como la paciencia, la atención, la constancia, la humildad, el servicio.
Por eso, la misión que Jesús confía a Pedro no consiste en atrancar las puertas de la casa, dejando entrar sólo a unos pocos invitados selectos, sino en ayudar a todos a encontrar el camino de entrada, en fidelidad al Evangelio de Jesús. A todos: todos, todos, todos pueden participar.
Y Pedro lo hará durante toda su vida, fielmente, hasta su martirio, después de haber experimentado por sí mismo, no sin esfuerzo y con muchas caídas, la alegría y la libertad que vienen del encuentro con el Señor. Fue el primero, para abrir la puerta a Jesús, tuvo que convertirse, y entender que la autoridad es un servicio. Y no fue fácil para él. Piensa que, justo después de decirle a Jesús: "Tú eres el Cristo", el Maestro tuvo que reprenderle, porque se negaba a aceptar la profecía de su pasión y su muerte en cruz (cf. Mt 16,21-23).
Pedro recibió las llaves del Reino no porque fuera perfecto -no, es un pecador- sino porque era humilde, honesto y el Padre le había dado una fe franca (cf. Mt 16,17). Por eso, confiando en la misericordia de Dios, pudo sostener y fortalecer, como se le pedía, también a sus hermanos (cf. Lc 22,32).
Hoy podemos preguntarnos: ¿cultivo el deseo de entrar, con la gracia de Dios, en su Reino, y de ser, con su ayuda, su guardián acogedor también para los demás? Y para ello, ¿me dejo "pulir", suavizar, modelar por Jesús y su Espíritu, el Espíritu que habita en nosotros, en cada uno? Que María, Reina de los Apóstoles, y los santos Pedro y Pablo nos consigan, con sus oraciones, ser unos para otros guía y apoyo para el encuentro con el Señor Jesús.
Al finalizar el Ángelus, saludando “de manera especial” a los romanos en la fiesta de los santos patronos, Francisco renovó su oración por la paz en Ucrania, dando gracias por la liberación de dos sacerdotes greco-católicos redentoristas, Ivan Levitskyi y Bohdan Heleta. Del Pontífice partió también la invitación a rezar por todas las personas en dificultad y a dar la vida “con gratuidad”, porque “la vida no se vende”.
Queridos hermanos y hermanas.
Saludo a todos los que han venido en la fiesta de los santos Pedro y Pablo, y de modo especial saludo al pueblo de Roma. Hoy quisiera que mi saludo llegara a todos los habitantes de Roma, a todos, junto con mi oración: por las familias, especialmente por las que más luchan; por los ancianos, los que están más solos; por los enfermos, los encarcelados y los que por diversos motivos se encuentran en dificultades. Deseo que cada uno tenga la experiencia de Pedro y Pablo, es decir, que el amor de Jesucristo salva la vida y empuja a darla, empuja a darla con alegría, gratuitamente. ¡La vida no se vende!
Saludo a los Canónigos Regulares de la Inmaculada Concepción, reunidos en Roma para su Capítulo General; y les felicito por la gran infiorata organizada por la "Pro Loco" en la Piazza Pio xii , realizada por maestros floristas de varias partes de Italia. Gracias, ¡muchas gracias! Puedo verlas desde aquí, ¡son preciosas!
Pienso con dolor en nuestros hermanos y hermanas que sufren a causa de la guerra: pensemos en todos los pueblos heridos o amenazados por los combates, que Dios los libere y los apoye en su lucha por la paz. Y doy gracias a Dios por la liberación de los dos sacerdotes greco-católicos. ¡Que todos los prisioneros de esta guerra vuelvan pronto a casa! Recemos juntos: que todos los prisioneros vuelvan a casa.
Les deseo a todos unas felices fiestas. Por favor, no olviden rezar por mí. Buen provecho y ¡hasta luego!