"En este último día de junio, imploramos al Sagrado Corazón de Jesús que toque el corazón de los que quieren la guerra, para que se conviertan a proyectos de diálogo y de paz", lo pidió el Papa al final del Àngelus del domingo 30, recitado con los fieles presentes en la Plaza de San Pedro y los que le siguieron a través de los medios de comunicación, con el pensamiento dirigido a la martirizadas Ucrania, Palestina, Israel, Myanmar y "tantos otros lugares donde se sufre tanto a causa de la guerra". Al mediodía desde la ventana de la despensa privada del Palacio Apostólico Vaticano, el Pontífice introdujo la oración mariana comentando, como es habitual, el Evangelio dominical relativo a dos milagros, uno de curación y otro de resurrección (Mc 5,21-43). He aquí su meditación.
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El Evangelio de la liturgia de hoy nos relata dos milagros que parece que están entrelazados entre sí. Mientras que Jesús va a casa de Jairo, uno de los responsables de la sinagoga, porque su hija pequeña está gravemente enferma, por el camino una mujer con hemorroísa le toca la túnica y Él se detiene para sanarla. Mientras tanto, anuncian que la hija de Jairo ha muerto, pero Jesús no se detiene, llega a la casa, va a la habitación de la pequeña, la toma de la mano y la levanta, devolviéndola a la vida (Mc 5,21-43). Dos milagros, uno de curación y otro de resurrección.
Estas dos curaciones se relatan en un único episodio. Ambas suceden a través del contacto físico. De hecho, la mujer toca la túnica de Jesús y Jesús toma de la mano a la pequeña. ¿Por qué motivo es importante “tocar”? porque estas dos mujeres – una porque tiene pérdidas de sangre y la otra porque está muerta – se consideran impuras y por lo tanto con ellas no puede haber contacto físico. Y, en cambio, Jesús se deja tocar y no teme tocar. Jesús se deja tocar y no tiene miedo de tocar. Antes incluso de la curación física, Él desafía una concepción religiosa equivocada, según la cual Dios separa a los puros por un lado y a los impuros por otro. En cambio, Dios no hace esta separación, porque todos somos sus hijos, y la impureza no deriva de alimentos, enfermedades y ni siquiera de la muerte, sino que la impureza viene de un corazón impuro.
Aprendamos esto: frente a los sufrimientos del cuerpo y del espíritu, frente a las heridas del alma, frente a las situaciones que nos abaten e incluso frente al pecado, Dios no nos mantiene a distancia, Dios no se avergüenza de nosotros, Dios no nos juzga; al contrario, Él se acerca para dejarse tocar y para tocarnos y siempre nos levanta de la muerte. Siempre nos toma de la mano para decirnos: ¡Hija, hijo, levántate! (cf. Mc 5,41), ¡Camina, ve hacia delante! “Señor, soy un pecador” – “¡Sigue adelante, yo me hice pecado por ti, para salvarte!” – Pero tú, Señor, no eres un pecador” – “No, pero yo sufrí todas las consecuencias del pecado para salvarte”. ¡Es hermoso esto!
Fijemos en el corazón esta imagen que Jesús nos entrega: Dios es el que te toma de la mano y te levanta, el que se deja tocar por tu dolor y te toca para curarte y darte de nuevo la vida. Él no discrimina a nadie porque ama a todos.
Y entonces podemos preguntarnos: ¿Nosotros creemos que Dios es así? ¿Nos dejamos tocar por el Señor, por su Palabra, por su amor? ¿Entramos en relación con los hermanos ofreciéndoles una mano para levantarse o nos mantenemos a distancia y etiquetamos a las personas en base a nuestros gustos y a nuestras preferencias? Nosotros etiquetamos a las personas. Os hago una pregunta: Dios, el Señor Jesús, ¿etiqueta a las personas? Que cada uno responda. ¿Dios etiqueta a las personas? Y yo, ¿vivo constantemente etiquetando a las personas?
Hermanos y hermanas, miremos al corazón de Dios, para que la Iglesia y la sociedad no excluyan, no excluyan a nadie, para que no traten a nadie como “impuro”, para que cada uno, con su propia historia, sea acogido y amado sin etiquetas, sin prejuicios, para que sea amado sin adjetivos.
Recemos a la Virgen Santa: que Ella que es Madre de la ternura interceda por nosotros y por el mundo entero.
Tras el Ángelus, el Papa saludó a los grupos presentes y, a continuación, recordó la memoria de los Protomártires romanos. Finalmente lanzó el llamamiento por la paz, confiando esta intención al Sagrado Corazón de Jesús. Publicamos, a continuación, sus palabras.
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de diversos países.
Saludo en particular a los niños del Círculo misionero “Misyjna Jutrzenka” de Skoczów, en Polonia; y a los fieles de California y de Costa Rica.
Saludo a las monjas Hijas de la Iglesia, que, en estos días, junto a un grupo de laicos, han vivido un peregrinaje sobre los pasos de su fundadora, la Venerable Maria Oliva Bonaldo. Y saludo a los chicos de Gonzaga, en Mantova.
Hoy se recuerda a los Protomártires romanos. También nosotros vivimos en tiempos de martirio, aún más que en los primeros siglos. En varias partes del mundo tantos hermanos y hermanas nuestros sufren discriminaciones y persecuciones a causa de su fe, fecundando así la Iglesia. Otros se enfrentan a un martirio “con guante blanco”. Apoyémosles y dejémonos inspirar por su testimonio de amor por Cristo.
En este último día de junio, imploremos al Sagrado Corazón de Jesús que toque los corazones de quienes quieren la guerra, para que se conviertan a proyectos de diálogo y de paz.
Hermanos y hermanas, no nos olvidemos de la martirizada Ucrania, Palestina, Israel, Myanmar y tantos otros lugares donde se sufre tanto a causa de la guerra.
Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta ponto. Gracias.