Ser “peregrinos de esperanza” en el camino de la “reconciliación”: este fue el deseo dirigido por el Papa Francisco a una delegación de la Federación Luterana Mundial (FLM), recibida en audiencia la mañana del jueves 20 de junio, en la Biblioteca Privada del Palacio Apostólico Vaticano. Publicamos, a continuación, el discurso del Pontífice.
¡Queridas hermanas, queridos hermanos!
«Que el Dios de la esperanza los colme de gozo y paz en el camino de la fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo.» (Rm 15,13).
Extiendo mi bienvenida a todos ustedes, los delegados regionales de la Federación Luterana Mundial. En particular, agradezco al nuevo presidente, el obispo Henrik Stubkjær, sus amables palabras y el obsequio que me ha ofrecido; saludo también a la Reverenda Anne Burghardt, que desempeña desde hace vario años el cargo de secretaria general.
Les agradezco esta visita, que considero un importante gesto de fraternidad ecuménica. Por eso, en mi saludo inicial, he elegido las palabras del apóstol Pablo, tomadas de la Carta a los Romanos, palabras que han acompañado sus recientes consultas. Que el “Dios de la esperanza” ahora bendiga también nuestro encuentro. En efecto, todos somos peregrinos de la esperanza, como dice también el lema del Año Santo 2025.
Hace ya tres años, cuando otra delegación de la Federación Luterana Mundial vino a Roma, reflexionamos juntos sobre el próximo aniversario del Primer Concilio de Nicea como acontecimiento ecuménico. Y el año pasado, con ocasión de la Asamblea General de su Federación en Cracovia, usted, Reverenda Burghardt, junto con mi querido hermano el Cardenal Koch, subrayó en una Declaración Conjunta que «el antiguo credo cristiano de Nicea, cuyo 1700° aniversario celebraremos en 2025, crea un vínculo ecuménico que tiene su centro en Cristo» (19 de septiembre de 2023). En este contexto, usted ha justamente recordado un hermoso signo de esperanza, que ocupa un lugar especial en la historia de la reconciliación entre católicos y luteranos. En efecto, ya antes del final del Concilio Vaticano II, los cristianos católicos y luteranos de los Estados Unidos de América dieron juntos este testimonio en Baltimore: «El credo según el cual nuestro Señor Jesucristo es el Hijo, Dios de Dios, sigue asegurándonos que estamos verdaderamente redimidos; porque sólo aquel que es Dios puede redimirnos» (The Status of the Nicene Creed as Dogma of the Church, 7 julio 1965).
Jesucristo es el corazón del ecumenismo. Él es la misericordia divina encarnada, y nuestra misión ecuménica es dar testimonio de ello. En la “Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación”, luteranos y católicos han formulado como objetivo común el de «confesar en todo a Cristo, el único en quien podemos depositar toda nuestra confianza, ya que es el único mediador (cfr. 1 Tm 2,5-6) por medio del cual Dios en el Espíritu Santo hace donación de sí mismo y derrama sus dones que lo renuevan todo» (n. 18).
Queridas hermanas y queridos hermanos, han pasado 25 años desde la firma de aquella Declaración oficial conjunta. Lo que ocurrió el 31 de octubre de 1999 en Augsburgo es otro signo de esperanza en nuestra historia de reconciliación. Guardémoslo en nuestra memoria como algo siempre vivo. Que el 25° aniversario se celebre en nuestras comunidades como una fiesta de la esperanza. Recordemos que nuestro origen espiritual común es «un solo bautismo para el perdón de los pecados» (Credo de Nicea-Constantinopla) y sigamos con confianza como “peregrinos de la esperanza”. Que el Dios de la esperanza esté con nosotros y siga acompañando con su bendición nuestro diálogo de verdad y caridad.
En este camino del ecumenismo, me viene a la memoria un hermoso hecho del obispo Zizioulas. Este obispo ortodoxo pionero del ecumenismo, solía decir que conocía la fecha de la unión de los cristianos: ¡el día del juicio final! Pero mientras tanto, decía, debemos caminar juntos: caminar juntos, rezar juntos y hacer caridad juntos, en nuestro camino hacia ese día “hiper-ecuménico” que será el Juicio Final. Así lo decía. ¡Zizioulas tenía un gran sentido del humor!
Una vez más agradezco de todo corazón su visita; y ahora me gustaría invitarlos a rezar juntos el Padre Nuestro, cada uno en su propio idioma.
Gracias.