«En esta época de conflictos, en la que a menudo se instrumentaliza la religión para alimentar el enfrentamiento». Lo subrayó el Santo Padre saludando a los participantes en la Conferencia Interreligiosa del Movimiento de los Focolares, recibidos en audiencia la mañana del lunes 3 de junio, en la Sala Clementina. Publicamos, a continuación, sus palabras.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Saludo a la Presidenta del Movimiento de los Focolares, a quien quisiera decir: Rezo por su patria, que sufre en estos momentos; y saludo a todos ustedes que participan en esta Conferencia Interreligiosa. Les agradezco la perseverancia con la que la Obra de María continúa el camino iniciado por Chiara Lubich con personas de religiones no cristianas que comparten la espiritualidad de la unidad. Ha sido un viaje revolucionario que tanto bien hace a la Iglesia. Es una experiencia animada por el Espíritu Santo, enraizada -podemos decir- en el corazón de Cristo, en su sed de amor, de comunión, de fraternidad.
En efecto, es el Espíritu el que abre caminos de diálogo y de encuentro, a veces sorprendentes. Como ocurrió hace más de cincuenta años en Argelia, donde nació una comunidad enteramente musulmana adherente al Movimiento. Y así fue también con los encuentros de Chiara Lubich con líderes de diversas religiones: budistas, musulmanes, hindúes, judíos, sijs y otros. Un diálogo que se ha desarrollado hasta nuestros días, como demuestra su presencia hoy.
El fundamento en el que se basa esta experiencia es el Amor de Dios que se realiza en el amor mutuo, la escucha, la confianza, la aceptación y el conocimiento el uno del otro, en el pleno respeto de nuestras identidades respectivas. Con el paso del tiempo, la amistad y la colaboración han ido creciendo en el intento de responder juntos al grito de los pobres, en el cuidado de la creación, en el trabajo por la paz. A través de este camino, algunos hermanos y hermanas no cristianos han compartido la espiritualidad de la Obra de María o algunos de sus rasgos característicos y los viven entre su gente. Con estas personas se va más allá del diálogo, se sienten hermanos y hermanas, comparten el sueño de un mundo más unido, en la armonía de las diversidades.
Queridos hermanos, su testimonio es un motivo de alegría, un motivo de consuelo, especialmente en esta época de conflictos, en la que a menudo se instrumentaliza la religión para alimentar el enfrentamiento. El diálogo interreligioso, al contrario, «es una condición necesaria para la paz en el mundo y, por tanto, un deber para los cristianos, así como para otras comunidades religiosas» (Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 250). Por ello, les animo a seguir adelante, siempre abiertos.
Que el Señor bendiga a todos ustedes. Que el Señor bendiga a cada uno de ustedes, porque el Señor está cerca de todos nosotros. Que el Señor los bendiga. Amén.