Hoy en día, ante “los trágicos efectos de la guerra, la violencia y la injusticia de diverso tipo, es demasiado fácil ceder a la pena, incluso a la desesperación”. Sin embargo, como miembros de la familia humana y “especialmente como creyentes, estamos llamados a acompañar, con amor y compasión, a las personas que luchan y se esfuerzan por encontrar motivos para la esperanza (cf. 1Pe 3-15)”. Así el Papa Francisco, en el mensaje enviado a los participantes en el primer simposio internacional interreligioso sobre cuidados paliativos, sobre el tema “Hacia una narrativa de la esperanza”, que se celebra en Toronto, del 21 al 23 de mayo. En efecto, es la esperanza -explica el Pontífice- la que “nos da la fuerza para afrontar los interrogantes que nos plantean los retos, las dificultades y las preocupaciones de la vida”. Publicamos, a continuación, el mensaje del Pontífice.
Extiendo mis cordiales saludos y mis mejores deseos a todos los participantes en el primer Simposio Internacional e Interreligioso sobre los cuidados paliativos, patrocinado conjuntamente por la Pontificia Academia para la Vida y la Conferencia Episcopal Canadiense, y en particular a sus respectivos presidentes, el arzobispo Vincenzo Paglia y el obispo William McGrattan. Estoy igualmente agradecido a los oradores del Simposio y a todos los que han trabajado para hacer posible este encuentro.
El tema que han elegido - «Hacia una narración de esperanza» - es oportuno y necesario. En nuestros días, enfrentados a los trágicos efectos de la guerra, la violencia y la injusticia de diverso tipo, es demasiado fácil ceder a la pena, incluso a la desesperación. Sin embargo, como miembros de la familia humana y especialmente como creyentes, estamos llamados a acompañar, con amor y compasión, a las personas que luchan y se esfuerzan por encontrar motivos para la esperanza (cf. 1 Pe 3-15). En efecto, es la esperanza la que nos da la fuerza para afrontar los interrogantes que nos plantean los retos, las dificultades y las preocupaciones de la vida. Esto es aún más cierto cuando nos enfrentamos a una enfermedad grave o al final de la vida.
Todas las personas que han experimentado la incertidumbre que suele acompañar a la enfermedad y a la muerte necesitan el testimonio de esperanza que les dan quienes les cuidan y permanecen a su lado. En este sentido, los cuidados paliativos, mientras tratan de aliviar en la medida de lo posible la carga del sufrimiento, son ante todo un signo concreto de cercanía y solidaridad con nuestros hermanos y hermanas que sufren. Al mismo tiempo, este tipo de solicitud ayuda a los pacientes y a sus seres queridos a aceptar la vulnerabilidad, la fragilidad y la finitud que caracterizan la vida humana en este mundo.
Es en este punto en el que me gustaría destacar que los verdaderos cuidados paliativos son radicalmente diferentes de la eutanasia, que nunca es una fuente de esperanza ni una preocupación genuina por los enfermos y moribundos. Es más bien un fracaso del amor, un reflejo de una «cultura del descarte» en la que «no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar» (Fratelli tutti, 18). De hecho, la eutanasia se presenta a menudo falsamente como una forma de compasión. En cambio, la «compasión» -que significa «sufrir con»- no implica una acción intencionada para acabar con una vida, sino más bien la voluntad de compartir la carga de las personas que se enfrentan a la última parte de nuestro peregrinaje terrenal. Los cuidados paliativos, por otra parte, son una forma genuina de compasión porque responden al sufrimiento -ya sea físico, emocional, psicológico o espiritual- afirmando la dignidad fundamental e inviolable de cada persona, especialmente de los moribundos, y ayudándoles a aceptar el momento inevitable del paso de esta vida a la vida eterna.
En esta perspectiva, nuestras convicciones religiosas ofrecen una comprensión más profunda de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, considerándolos parte del misterio de la Divina Providencia y, por lo que respecta a la tradición cristiana, un medio para alcanzar la santificación. Al mismo tiempo, la labor compasiva y el respeto mostrados por el personal médico y los trabajadores sanitarios especializados han conseguido a menudo que las personas al final de sus vidas encuentren consuelo espiritual, esperanza y reconciliación con Dios, sus familiares y amigos. Verdaderamente su servicio es importante -yo diría incluso esencial- para ayudar a los enfermos y moribundos a darse cuenta de que no están aislados ni solos, de que su vida no es una carga, sino que siguen siendo intrínsecamente preciosos a los ojos de Dios (cf. Salmo 116, 15) y unidos a nosotros por el vínculo de la comunión.
Queridos amigos, los animo a todos en sus esfuerzos por promover los cuidados paliativos para los más vulnerables de nuestros hermanos y hermanas. Deseo que sus debates y deliberaciones de estos días los ayuden a perseverar en el amor, en dar esperanza a las personas que se encuentran al final de su vida y en favorecer la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Invoco sobre ustedes y sobre sus seres queridos la bendición divina de sabiduría, fuerza y paz.
Roma, desde San Juan de Letrán, 26 de abril de 2024
FRANCISCO